El evangelio de san Marcos nos describe el ambiente contradictorio que suscitaba la figura de Jesús. Muchos le siguen mientras que otros murmuran de él e incluso su familia duda de lo que dice y de su comportamiento. Le acusan de tener dentro a Belcebú que es tanto como acusarle del mal. Su prestigio es manchado con la acusación de obrar bajo el poder del demonio. No está en sus cabales dirán y, por tanto, no podemos seguir a quien no está cuerdo. Aquellos que le siguen no tienen muy buen concepto de su persona y de su obrar.
Lejos de Jesús
La cercanía física no presupone cercanía afectiva, al contrario, en este pasaje del evangelio justifica la lejanía de Jesús. Quienes quieren comer con él muestran poca simpatía con Jesús y le desprestigian por sus “rarezas”. No descubren en Jesús al Mesías.
Comportamiento y actitud que no nos resulta extraña entre nosotros. Nos situamos igualmente lejos de Jesús en muchos momentos de nuestra vida. Nos cuesta descubrir en Jesús al Mesías y al Salvador. Aún más, resaltamos tantas veces lo que a nuestro parecer son debilidades o damos a entender que su actuar no responde a su divinidad sino a otras causas. Como en el evangelio también nosotros hemos encontrado la excusa y el pretexto para no creer en Jesús. Justificamos nuestra lejanía de Jesús porque su doctrina y su propuesta es muy sorprendente y no puede ser normal. Seguimos pensando que los proyectos de Dios siguen siendo una locura para nuestro tiempo. Como entonces el plan de Dios para nosotros lo rechazamos por ilusos, una locura como dirá san Pablo. De este modo seguimos lejos de Dios.
Mi madre y mis hermanos
El evangelio acaba con la entrada en escena de la familia de Jesús. Quieren hablar con él. La gente le anuncian su presencia y el interés de verle y, suponemos, que de saludarle. No deja de sorprender la respuesta que a primera vista no demuestra excesivo interés por parte de Jesús. ¿Entenderíamos esto como expresión de poco cariño y afecto? Me cuesta leerlo así. Quiero descubrir en las palabras de Jesús una nueva visión de la familia. Siendo importante los lazos de la sangre, nos descubre que serán más importante a partir de ahora los lazos de fe y de cumplimiento de la voluntad de Dios. La auténtica familia la forman los que obedecen a Dios como a su Padre y cumplen su voluntad como buenos hijos. Ahí debemos encontrarnos nosotros. Formamos parte de la familia de Jesús si hacemos la voluntad de Dios. Nosotros, al cumplir la voluntad de Dios, formamos parte de su familia y, por lo tanto, alcanzaremos la condición de hijos y el derecho a vivir en su casa. Cada domingo se nos invita a revivir este sentimiento de formar parte de la familia del Señor al celebrar en su casa nuestra fe.
José María de Valles - Delegado diocesano de Liturgia