A todos nos preocupa el desarrollo y crecimiento de las cosas que tenemos. Bien sea que cuidemos plantas en casa, tengamos un animal de compañía o nuestro propio negocio, queremos verlos crecer y que cada día mejoren. Esa preocupación debió estar también en la cabeza y en el corazón de las primeras comunidades cristianas. Se preguntaban si crecerían, si aumentarían su número y si iban a conseguir relevancia e importancia, tal vez bajo la amenaza de quedarse en nada o incluso desaparecer.
Nuestra iglesia palentina, mi parroquia y mi comunidad cristiana harían bien en preguntarse si crecen o como, a primera vista parece, disminuyen y aceptan con resignación esta realidad. Busquemos luz y encontremos respuesta en la Palabra que hoy la liturgia nos propone.
El misterio del reino
Añoramos tiempos pasados de números abundantes. Lamentamos el presente por la escasez de resultados. Aceptamos con resignación lo que nos queda. Sin cargar las tintas ni exagerar nos sale una descripción negativa de nuestras comunidades. Nuestra apreciación se centra en el esfuerzo personal, en el empeño individual del que esperamos lograr los éxitos. En segundo lugar y, a veces último, dejamos la acción del Señor. En las dos parábolas se invierte esta visión. Se insiste, en primer lugar, en el poder y la fuerza que Dios pone en el desarrollo de las semillas. El dinamismo del crecimiento de la semilla no depende tanto de nosotros sino de lo que Dios pone. Nosotros somos la semilla que debemos dejar que el Señor cuide, riegue y haga fecunda. Entender este misterioso actuar de Dios en nosotros nos hace entender la iglesia de una forma optimista. Nuestra capacidad de germinar y de crecer depende de la voluntad de Dios y será él quien nos haga reverdecer.
Razones para la esperanza
El mensaje de las dos parábolas, la semilla que crece y la mostaza que se convierte en un gran árbol, nos ofrecen razones más que suficientes para vivir con esperanza. Nuestro actual momento de iglesia, como Reino de Dios, es oportunidad para crecer, para germinar y dar fruto dejando que Dios actúe en ella. Las parábolas esconden un mensaje de enorme ilusión. Lo pequeño será grande, lo que parece seco volverá a germinar. Con san Pablo nos llenamos de aliento y ánimo sabiendo, que, en todas las circunstancias, el Señor nos ayudará, nos dará vida y seguiremos creciendo. Seamos, por tanto, optimistas. Nuestra visión del presente y del futuro tiene color esperanza porque el sembrador cuida de su tierra y hará germinar toda la semilla.
Motivos para el compromiso
De poco sirve quedarnos en la exposición de la parábola si ello no nos lleva a encontrar motivos de compromiso. Más que nunca hoy, el reino de Dios requiere nuestra colaboración. Nosotros somos esas semillas. Dios pone en nuestro interior el don del desarrollo, del crecimiento y una fuerza extraordinaria que a los ojos del mundo parece exigua y pequeña, pero, con la gracia de Dios, capaz de ser muy grande. De nuestra eucaristía de hoy debemos llevarnos el compromiso de confiar en el Señor para que siga haciendo crecer su Reino. No son tiempos de abandonar y de desesperar. Es tiempo de confiar y soñar con que el Señor está detrás de nuestra iglesia universal y de nuestras comunidades particulares manteniéndolas y haciéndolas grandes a pesar de las evidencias pesimistas actuales.
José María de Valles - Delegado diocesano de Liturgia