El milagro de la multiplicación de los panes y los peces permanece en nuestra memoria colectiva como el más espectacular de los signos de Jesús. Nos asombra y deslumbra, pero quedarnos en lo puramente externo nos lleva a perder la enorme enseñanza que encierra el gesto de Jesús.
Preocupado por nosotros
Lo primero que descubrimos hoy en la liturgia es que Dios vive preocupado por nosotros. Entre esas preocupaciones está la de que no nos falte el pan. Sensible a nuestras necesidades Dios nos invita a darnos cuenta de las necesidades personales y de las personas con las que convivimos. Entre las necesidades que queremos saciar se encuentra la de comer. Afortunadamente hoy el pan como alimento no escasea. Pero tal vez escaseamos de otros “panes”, pan de amor, pan de justicia, pan de paz, pan de servicio, pan de esperanza, pan de... pongamos aquí todo aquello que hoy nos hace falta y hoy también Dios se preocupa de que tengamos todos esos panes que hagan de nuestra vida más digna.
Dios cuenta con nosotros
Para saciar el hambre que tenemos, y no sólo hambre de pan, Dios cuenta con nosotros. Felipe, llevado por una reacción primaria, expresa que resulta imposible dar de comer a tanta gente con solo cinco panes y dos peces. No le falta razón porque en buena lógica no les tocaría ni una miga de pan. Sus palabras justifican no hacer nada y que cada uno se busque el pan por su cuenta. Ante un problema, humanamente sin solución, Jesús nos enseña una nueva lógica o forma de afrontar y resolver las dificultades. Tomás propone echar mano de los cinco panes que tiene un joven allí presente. En esa línea Jesús, con un criterio positivo, pide la colaboración de los demás, de todos, incluyendo aquel muchacho que tiene cinco panes y dos peces. Ante lo pequeño, Dios hace maravillas. Su bendición junto a nuestra colaboración obra la abundancia. La lección debió quedar grabada en sus discípulos y en muchos otros. Fiaros de Dios, compartid y repartid lo que tenéis y no os faltará nada. Pero para ello somos conscientes de que debemos de cambiar nuestros principios. Frente a nuestro individualismo, Jesús nos invita a compartir y repartir. Este comportamiento generoso obra milagros. El Señor nos vuelve a pedir que pongamos lo que tenemos, aunque sea poco y parezca que no dará mucho resultado, al servicio de los demás.
Recoger
Acabada la comida Jesús les pide a sus discípulos que recojan lo que ha sobrado y que nada se desperdicie. Nada de lo que de Dios recibimos debemos tirarlo o despreciarlo. Estamos en un tiempo donde nos aconsejan reciclar, reutilizar y no desperdiciar los bienes que tenemos. Una actitud que ya Jesús propone y desde una dimensión nueva, como gesto de valorar lo que Dios nos ha dado y fruto de la colaboración de todos. Nos debemos comprometer a ser responsables de los bienes que tenemos y no malgastarlos. Muy especialmente aquellos dones que Dios ha puesto en nosotros, valores y cualidades que puestas al servicio de los demás obrarán el milagro de saciar nuestras hambres.
Orar
El evangelio concluye diciéndonos que Jesús se retiró a orar. Queda así completada la enseñanza. Cuando hemos recibido un bien debemos agradecerlo, dar gracias por ello. La eucaristía que celebramos cada domingo revive el milagro de la multiplicación de panes y vino, sabiendo que Dios no nos da cosas sino se da el mismo como alimento y pan que sacie nuestra hambre de eternidad. Por eso, cada eucaristía también es tiempo de oración, de agradecer el pan de la vida eterna que Dios nos da. Acabamos con las palabras de san Pablo en la segunda lectura pidiendo que el pan de la eucaristía nos sacie de generosidad y elimine actitudes de egoísmo, orgullo, autosuficiencia y prejuicios hacia los demás.
José María de Valles. Delegado diocesano de Liturgia