Palabra y Vida - El Bautismo y la responsabilidad de evangelizar

Palabra y Vida - El Bautismo y la responsabilidad de evangelizar

Acabamos el tiempo de la Navidad y lo cerramos con el Bautismo de Jesús en el Jordán por Juan Bautista. Si iniciábamos la Navidad con el nacimiento humano de Jesús, el 25 de diciembre, lo completamos con el nacimiento divino, si así podemos hablar de quien al nacer ya era Dios.

 

JESÚS TAMBIÉN SE BAUTIZÓ

La palabra bautismo proviene del griego “baptein,” con el significado de inmersión. Se empleaba al hablar de tintar o teñir las telas. Implicaba sumergir completamente la tela para que absorbiera el tinte por todos los lados de modo que adquiriera una nueva identidad.

Esta imagen, como se realizaba el bautismo al principio, expresaba perfectamente el efecto del bautismo que nos transforma y cambia nuestra identidad. Aunque no fue eso exactamente lo que sucedió con Jesús, Él quiso darnos ejemplo de que debemos transformar nuestra identidad al aceptar una nueva condición, la de hijos de Dios.

Por ello, el bautismo convierte un gesto exterior y público en una experiencia interior profunda que transforma nuestro ser. El bautismo, por tanto, no es algo decorativo u opcional, es algo necesario e imprescindible que Jesús dijo que debemos hacer para ser hijos de Dios.

 

BAJÓ EL ESPÍRITU SANTO

La expresión en sí puede sonarnos a repetida y, por consiguiente, carecer de mucho contenido, pero encierra lo esencial de este acontecimiento. Al igual que el paño que hemos tintado ha adquirido un nuevo color, el color que nos hace nuevos nos lo da el Espíritu de Dios que nos transforma para siempre. El bautismo nos llena de la fuerza de Dios, de su vida y aliento de modo que, en adelante, conformarán nuestro ser. En mi se hace presente Dios que inunda todo mi ser. Espíritu que hace de mí una nueva persona ya no humana sino divina, merecedora del don de Dios y por lo tanto como Él eterno y para siempre.

 

TÚ ERES MI HIJO

Hoy, sin duda, es un buen momento para traer a la memoria nuestro propio bautismo, el sacramento por el que nacemos a la vida de la gracia y nos abre las puertas del cielo. Momento en el que Dios nos admite como hijos suyos y nos muestra todo su amor. Aquellas palabras en el Jordán se repiten en cada pila bautismal donde adquirimos la condición de hijos y Dios nos considera hijos suyos amados y predilectos. No siempre tenemos esta percepción de que para Dios somos hijos muy queridos. No siempre sentimos la necesidad de esa paternidad para que en la vida no nos sintamos huérfanos. Hoy agradecemos nuestro bautismo, hoy seguimos sintiéndonos orgullosos de que Dios nos aceptara como hijos a través del bautismo.

Acabemos con el compromiso que la Palabra de Dios nos pide cada domingo. Los bautizados y, por tanto, hijos de Dios y llenos de su Espíritu, no podemos renunciar a la responsabilidad de evangelizar, de anunciar el Reino de Dios y hacerlo presente en nuestro tiempo. Como Juan Bautista también es tarea nuestra bautizar, hacer que el Espíritu de Dios descienda sobre todos nosotros y anunciar que Dios sigue queriendo que experimentemos en la vida que somos sus hijos queridos y predilectos.

 

José María de Valles. Delegado diocesano de Liturgia