Cuaresma 2025

Cuaresma 2025

Planteamiento de la Cuaresma 2025

“Abriendo puertas” es el lema que este curso quiere ayudarnos a ser “comunidades en camino” que avanzan hacia el horizonte que nos propone el Plan Diocesano de Pastoral: “Somos convocados a “caminar juntos” hacia ese horizonte que se ensancha y se recrea, que reclama “conversión personal y pastoral” y necesita manos dispuesta para avanzar en la construcción de una “Iglesia sinodal y misionera”.

El documento final del Sínodo nos recuerda que la Iglesia es “un pueblo en movimiento” guiado por el Espíritu, contando con la participación de cada persona. Nos llama a una conversión del corazón, superando el ir cada uno a lo suyo y aprendiendo a caminar juntos, lo que conlleva una conversión sinodal y misionera de la pastoral.  

“El Documento final expresa la conciencia de que la llamada a la misión es simultáneamente la llamada a la conversión de cada Iglesia local y de la Iglesia toda... La conversión de los sentimientos, las imágenes y los pensamientos que habitan nuestros corazones avanza junto con la conversión de la acción pastoral y misionera”. (nº 11).

La Cuaresma es un camino dinámico hacia la Pascua, un camino no solo personal sino comunitario, como “Pueblo de Dios”. Tiempo apropiado para intensificar e interiorizar el espíritu sinodal, para dar pasos de cambio y renovación personal y comunitaria, para ejercitar aprendizajes sinodales, para entrenar actitudes y dinámicas que nos ayuden a ser y crecer como “comunidades en camino”.

“La renovación de la comunidad cristiana sólo es posible reconociendo la primacía de la gracia. Si falta la profundidad espiritual personal y comunitaria, la sinodalidad se reduce a un expediente organizativo. Estamos llamados no sólo a traducir los frutos de la experiencia espiritual personal en procesos comunitarios, sino a tener la experiencia de cómo la práctica del mandamiento nuevo del amor recíproco es lugar y forma del encuentro con Dios”. (nº 44).

Nuestra propuesta para este tiempo es realizar el camino cuaresmal desde la perspectiva sinodal, de modo que realmente podamos hacer un camino de “conversión sinodal”, en “éxodo” desde los desiertos de nuestras vidas, nuestras comunidades, nuestra sociedad, nuestra Iglesia… hacia un tiempo y una tierra nueva, la Pascua de la Luz y de la Vida.

Cuaresma tiempo para “volver a lo esencial”, para interiorizar y ejercitar “el corazón de la sinodalidad”, dejándonos guiar por los evangelios que cada domingo nos sugieren pasos y aprendizajes sinodales que nos ayudan a avanzar juntos hacia la Pascua. Tiempo de “aprendizaje sinodal” y por tanto de “aprendizajes pascuales” en nuestra vida personal y comunitaria, escuchando el Evangelio y acogiendo las llamadas que nos llegan desde el Documento final del Sínodo.

La Cuaresma domingo a domingo

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Jesús se retira al desierto, lugar de encrucijada y de incertidumbre, de búsqueda y aprendizaje, de discernimiento y decisiones para realizar su misión en fidelidad al Padre.

Como el Jesús de las tentaciones, estamos viviendo en una encrucijada. Algo que nos afecta como Iglesia, como comunidad, como personas y como sociedad. Ante nosotros hay diversidad de caminos, de ofertas, de modos de situarse ante las diversas realidades y situaciones, de modos de ser y caminar como creyentes y como Iglesia… El Sínodo nos invita a ejercitarnos en el aprendizaje de buscar y desvelar juntos las huellas, los pasos que abren caminos de Evangelio en las realidades que vivimos.

“El discernimiento eclesial no es una técnica organizativa, sino una práctica espiritual que hay que vivir en la fe. Requiere libertad interior, humildad, oración, confianza mutua, apertura a la novedad y abandono a la voluntad de Dios”. (nº 82).

El aprendizaje del discernimiento nos sitúa en el corazón de la sinodalidad, que nos convoca a realizar el ejercicio de mirar, explorar, analizar, preguntarnos, dialogar, reflexionar con otros… para poder clarificar, desvelar, discernir y decidir… Es tiempo oportuno de búsqueda compartida y discernimiento comunitario.

“Cada uno, hablando según su conciencia, está abierto a escuchar lo que los demás comparten en conciencia, para buscar juntos reconocer 'lo que el Espíritu dice a las Iglesias' (Ap 2,7). Previendo la contribución de todas las personas implicadas, el discernimiento eclesial es a la vez condición y expresión privilegiada de la sinodalidad, en la que se viven juntos comunión, misión y participación”. (nº 82).

 

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Hoy resuena una llamada a la espera confiada y activa. Algo que se teje en el cuidado y el acompañamiento, en el asumir con humildad nuestra propia verdad y la parte de responsabilidad que nos toca y que da fruto en el seguir dándonos y dando oportunidades, en seguir creyendo que todos tenemos posibilidad de cambiar, de crecer, de mejorar.

“La relación entre lugar y espacio sugiere también una reflexión sobre la Iglesia como 'casa'. Cuando no se entiende como un espacio cerrado, inaccesible, que hay que defender a toda costa, la imagen de la casa evoca posibilidades de acogida, hospitalidad e inclusión”. (nº 115).

Jesús nos recuerda que es Dios quien, como paciente viñador, sigue confiando. Mientras nosotros nos rendimos Dios sigue confiando en cada ser humano. La fe en el Dios de Jesús alimenta la fe en las personas. Lo uno y lo otro nos lleva a redefinir la fe como un seguir creyendo, no tanto en lo que no se ve, sino “a pesar” de lo que vemos. La confianza es una actitud que se educa, se mima y se cultiva.

“El Resucitado ha pedido a los discípulos que obedezcan su palabra, que echen las redes y las saquen a tierra; es Él, sin embargo, quien prepara la mesa y les invita a comer. Por encima de todo, está el estupor y el encanto de su presencia, tan clara y resplandeciente que no se hacen preguntas”. (nº 152).

La conversión reclama dejarse cavar, abonar y podar. Dios, una vez más, de manera novedosa, nos sale al encuentro en esta Cuaresma, nos espera y cuenta con nosotros para cuidar, cultivar y acompañar, con paciencia y confianza, tantas semillas de vida y Evangelio latentes en las personas, situaciones y realidades.

“El acompañamiento debería dirigirse especialmente a acoger a los que están al margen de la comunidad eclesial, a los que vuelven después de haberse alejado, a los que buscan la verdad y desean que se les ayude a encontrarse con el Señor”. (nº 78).

 

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No es tiempo de pensar en lo antiguo, nos recuerda el profeta Isaías. Sin duda, es bueno volver la vista atrás pues la historia nos enseña. Pero no podemos mirar el camino recorrido con nostalgia o como una evasión con la que huir de un presente que, a veces, nos decepciona. Es el tiempo de abrirnos al Dios de las sorpresas, al Dios siempre creativo. «Mirad que realizo algo nuevo – nos dice el profeta – ya está brotando, ¿no lo notáis?». Mirad hacia adelante, lanzaos hacia lo que está por venir, abríos a lo desconocido, dejaos sorprender. Es tiempo de romper con las rutinas que nos empequeñecen y de atrevernos a soñar lo imposible. Dejemos ya de señalar errores nuestros o de los otros. La presencia viva del Señor Resucitado nos invita a no perder en ello nuestras energías.

“La Iglesia existe para testimoniar al mundo el acontecimiento decisivo de la historia: la resurrección de Jesús. El Resucitado trae la paz al mundo y nos da el don de su Espíritu. Cristo vivo es la fuente de la verdadera libertad, el fundamento de la esperanza que no defrauda, la revelación del verdadero rostro de Dios y del destino último del hombre”. (nº 14).

Jesús, ante aquella mujer acusada y condenada, nos indica que no es tiempo ni de juicios, ni de descalificaciones, ni de condenas, porque algo maravilloso está a la puerta y nos mueve, nos lanza hacia adelante. La mirada de Jesús descubre también en nosotros nuevas posibilidades. Somos enviados a transformar el mundo. La sinodalidad reclama acción y preparación, no vale con ser espectadores. Es preciso ponernos en pie, levantarnos de inercias y cansancios y caminar juntos hacia el futuro. Y así, apoyándonos y complementándonos unos con otros, vivir una comunión participativa, con la mirada puesta en la misión.

“Los Evangelios nos dicen que, para entrar en la fe pascual y ser testigos de ella, es necesario reconocer el propio vacío interior, las tinieblas del miedo, de la duda y del pecado. Pero quienes, en la oscuridad, tienen el valor de salir y ponerse a buscar, descubren realmente que son buscados, llamados por su nombre, perdonados y enviados junto a sus hermanos y hermanas”. (nº 14).

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Jesús propone a los buscadores de Dios el peregrinaje a la montaña, invita a una nueva experiencia de encuentro, en la que resuena la voz de Dios: “Este es mi hijo, el escogido, ¡escuchadlo!” Subir a la montaña como lugar de encuentro y de escucha, dejando que las palabras desciendan de la cabeza hasta el corazón, y bajar con el corazón transfigurado para recrear la vida, servir a las personas y sanar las relaciones.

“Jesús no despide a nadie, sino que se detiene a escuchar y a entablar un diálogo. Ha revelado el rostro del Padre saliendo al encuentro de cada persona allí donde está su historia y su libertad. De la escucha profunda de las necesidades y de la fe de las personas con las que se encontraba, brotaban palabras y gestos que renovaban sus vidas, abriendo el camino para sanar las relaciones” (nº 51).

Escuchar a Jesús es aprender a mirar la vida, la historia, las personas como lo hace Jesús. Es tener un oído atento al Evangelio y el otro a los signos de los tiempos, donde podemos detectar las huellas de la presencia de Dios entre nosotros.

“Es a los Evangelios a donde debemos mirar para trazar el mapa de la conversión que se requiere de nosotros, aprendiendo a hacer nuestras las actitudes de Jesús. Nos pide a nosotros, sus discípulos, que nos comportemos de la misma manera y nos da, con la gracia del Espíritu Santo, la capacidad de hacerlo, modelando nuestro corazón según el suyo”. (nº 51).

El itinerario de Pedro, Santiago y Juan puede ser también el nuestro. La escucha de Jesús, del Evangelio, nos educa para ver la vida, las persona y las cosas transfiguradas con los ojos de Dios. El mundo está lleno de momentos, personas, acontecimientos… a través de los cuales Dios nos habla, nos ofrece su amor y nos permite contemplar su rostro tan próximo a nosotros.

 

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Dios nos ofrece su abrazo incondicional, su ternura, su acogida, su compañía, su paz, su absoluta gratuidad: «tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo!» (Lc 15,31). La vida desde Dios es amor, misericordia y gratuidad. Si Él se nos acerca y nos abraza, también la ternura puede habitar en nuestro corazón, porque hay muchos “hijos e hijas” que necesitan un abrazo de misericordia que cure sus heridas del camino.

“Nuestro compromiso, sostenido por el Espíritu, es asegurar que la Iglesia sea percibida como una casa acogedora, un sacramento de encuentro y de salvación, como una escuela de comunión para todos los hijos e hijas de Dios”. (nº 115).

El Pueblo de Dios, la Iglesia sinodal es una Iglesia abierta a todo el mundo, como los brazos del Padre, capaz de la acogida y la escucha. Una red global y diversa que respira a través de las diferentes culturas y contextos; que reconoce que cada persona, cada lugar tiene algo que aportar; que podemos aprender mucho de los otros, de los diferentes; que genera vínculos en la pluralidad, teje relaciones fraternas, acoge la riqueza de la diversidad y celebra la variedad de nuestra fe. Una Iglesia así, es una Iglesia alegre y en fiesta, donde todos podemos reconocernos como hermanos y hermanas.

“La pluralidad de religiones y culturas, la variedad de tradiciones espirituales y teológicas, la variedad de los dones del Espíritu y de las tareas de la comunidad, así como la diversidad de edad, sexo y pertenencia social dentro de la Iglesia, son una invitación a que cada uno reconozca y asuma su propia parcialidad, renunciando a la pretensión de ser el centro y abriéndose a acoger otras perspectivas”. (nº 42).

 

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