El pasado 17 de septiembre, el sacerdote de la Archidiócesis de Madrid Antonio Ávila, impartía al clero palentino una ponencia sobre “las actitudes sacerdotales para el trabajo compartido”. Iglesia en Palencia aprovechó la oportunidad para realizarle la siguiente entrevista.
Los sacerdotes de Palencia son cada vez “menos, más mayores, más cansados y con más responsabilidades”. ¿Cómo afecta esto al caminar de una diócesis?
En primer lugar, como preocupación. ¿Dónde encontrar un relevo generacional que permita asegurar la vida de las comunidades, la celebración de la eucaristía? No es una preocupación sólo en Palencia sino en toda la Iglesia europea.
En segundo lugar, como reto: estamos obligados a tomar más conciencia de que la Iglesia no está en manos de los sacerdotes sino de todos y cada uno de los feligreses. En ese sentido, es obligatorio animar y potenciar la corresponsabilidad y la participación en la vida de la Iglesia a todos los niveles. Este reto lleva implícito otro: formar unos buenos agentes de pastoral que puedan trabajar codo con codo con los sacerdotes. Por lo tanto, vemos que esta situación actual presenta sombras, pero también luces muy luminosas.
Usted ha hablado de una tercera ola de la secularización, donde lo cristiano es percibido culturalmente como una reliquia de otras épocas. ¿Es posible la pastoral en un contexto así?
El Señor dijo que estaría con nosotros hasta el fin de los tiempos, así que siempre es posible evangelizar. Por experiencia histórica, en otras épocas la Iglesia ha atravesado tiempos de una precariedad mucho mayor que la que vivimos ahora, y siguió adelante con su misión.
Un alumno procedente de China me explicaba cómo, en la revolución maoísta, su comunidad se quedó sin obispos ni sacerdotes, y sobrevivió únicamente rezando el rosario. Y hoy son comunidades muy florecientes. Esto es un ejemplo de cómo siempre hay futuro para la fe.
¿Cuál sería la respuesta que podríamos dar? Sin duda, la autenticidad evangélica que brota de una experiencia profunda de Dios y la actitud de servicio. Manteniendo estos principios seguiremos estando presentes.
Sin embargo, hoy no contamos con el apoyo ambiental, de una cultura cristiana, como en otros tiempos...
Sin duda eso es una dificultad extra, pero toda cultura tiene contraculturas. Y en esta cultura hedonista, consumista, individualista, los cristianos tenemos derecho y obligación de convertirnos en contraculturales, de generar otros valores. La fraternidad genera cultura; la defensa de los débiles y de la dignidad de toda vida humana genera cultura. El servicio frente al hedonismo genera cultura.
Suena interesante: los cristianos como agentes contraculturales...
A alguna gente eso le suena a romper farolas y cristales. Pero la contracultura es aquella parte de la sociedad que se presenta como alternativa a la que es dominante.
Sin olvidar que muchos valores de nuestra cultura actual nacieron en una matriz cristiana, aunque se haya olvidado o se oculte esa raíz: por ejemplo, la idea de dignidad humana, la igualdad, la democracia...
En este contexto, ¿desde qué claves cree que el sacerdote debe vivir y comprender su ministerio?
A partir del Vaticano II el modelo de presbítero ha sido cada vez más pastoral: no es sólo el que preside las celebraciones litúrgicas sino principalmente es el pastor que, a imagen de Jesús, cuida y anima la comunidad cristiana.
En Evangelii Gaudium el Papa Francisco dice que a veces el sacerdote debe ir por delante de los cristianos, guiándolos y abriendo caminos, pero a veces también detrás del pueblo, porque los fieles por si mismos descubren con su sentido común dónde hay pastos fértiles. Ser pastores no es ser señores sino animadores para sacar lo mejor de cada uno, para ser maestros de espiritualidad, para hacerse eco del Evangelio y llevarlo allá donde aún no ha llegado.
Nos ha hablado también de la fragilidad institucional, de una Iglesia minoritaria. En una situación así es más fácil caer en las tentaciones que denuncia el Papa Francisco y a las que usted también ha hecho referencia...
La debilidad institucional no es mala. Una de las grandes acusaciones dirigida a los cristianos ha sido su prepotencia y su poder. Posiblemente sea más creíble una Iglesia frágil pero auténtica, como la sal y la levadura.
Para evitar esas tentaciones, una clave importante, a mi juicio, es ser hombres y mujeres de nuestro tiempo. Personas con criterio, con formación, con proyecto vital, que puedan servir de modelos.
Otra clave sería que nuestras relaciones gocen de sencillez. No podemos estar a la caza y captura de adeptos. Nosotros tenemos que vivir en medio del mundo manifestando y proponiendo lo que somos, pero sin que nadie se sienta incomodado por nuestra presencia.
Usted ha hecho una llamada muy clara al cuidado de la dimensión humana del clero. ¿Puede desarrollar más esta idea?
Según la psicología, una persona humana madura es aquella capaz de responder adecuadamente, en función de su edad y de las expectativas que la vida le hace, sin evasiones ni fantasías, enfrentando la vida con sus retos y desafíos.
La persona es madura porque es dueña de sí mismo: se enseñorea de sus sentimientos, de sus ideas, sin venirse abajo cuando son puestos en tela de juicio. Igualmente, un ingrediente fundamental de la madurez es el proyecto vital: tener clara la propia escala de valores, los propios ideales… para que cuando haya dificultades podamos mantener y luchar por el propio proyecto, sin permitir que las circunstancias nos lleven.
Esta dimensión humana se ha cuidado poco no sólo en los seminarios sino también a nivel social y cultural. Nuestro contexto social favorece que, cuanto menos personas seamos, cuanto menos libres seamos, más fácilmente nos convertimos en animales de consumo, manipulables.
¿Querría decirnos algo más para animarnos a empezar este curso con ilusión?
Os invito a incorporaros a las actividades y proyectos en los que cada uno se sienta más identificado, para manifestar en esta tierra de Palencia la alegría se ser cristianos.
Julio J. Gómez Otero