La nube del “no saber”

La nube del “no saber”

Ángel Becerril, sacerdote diocesano misionero en Tailandia, nos hace llegar este texto sobre la experiencia diaria de un misionero en aquellas lejanas tierras. Aprovechamos a compartirlo en estas fechas cercanas al DOMUND.

 

La nube del “no saber”

 

Este es el título de una obra clásica de espiritualidad de finales de la edad media: (en inglés) “The Cloud of Unknowing”. Me produjo alegría y sorpresa el encontrarme con la traducción de este libro al tailandés, teniendo en cuenta que el público católico de este país que pueda estar interesado en leer su contenido escasamente pasará de unos cientos de lectores.

Muchas son las afinidades que se pueden encontrar entre el pensamiento de este anónimo autor y la doctrina espiritual de nuestro San Juan de la Cruz. En estos tiempos modernos en que se habla mucho de “construir puentes”, podemos encontrar en la experiencia y en las enseñanzas del santo abulense y en las del autor anónimo un puente entre la espiritualidad cristiana y la del budismo de estas tierras asiáticas.

El libro de la edad media al que hago referencia explica que esa nube se interpone entre los fenómenos espirituales que se manifiestan a través del cuerpo o de las facultades mentales y el mundo propiamente del espíritu. El conocimiento que tenemos del mundo del espíritu, de Dios mismo, nos viene por vía negativa, es decir, lo que no es, más que por la vía positiva de lo que es (cap.70).  Es lo que se suele llamar teología a-pofática. El conocimiento más profundo sobre Dios nos viene por la vía del no saber, dice él. Aunque antes ha hablado ya de la revelación. Pero a Dios nadie le ha visto. Esta misma mañana leía yo en el breviario la pregunta que se hacía San Anselmo: “¿cómo puedo acercarme a esa luz inaccesible?”.

Trasladados a nuestro plano, el “no saber” es también experiencia diaria del misionero en culturas distintas a aquella en la que el misionero se incultura de pequeño. La incertidumbre nos acompaña en todos nuestros pasos. Ahí van unos ejemplos:

Hace cien años el misionero sabía claramente a qué iba a misiones. Hoy no nos es tan fácil el formular los objetivos de nuestra misión.

Cuando con sano orgullo vemos crecer el personal y los nuevos ministerios de la comunidad naciente nos preguntamos cuál será nuestro papel en la futura configuración en la iglesia local.

Se escribe mucho sobre la globalización y sus demoledoras consecuencias en las zonas pobres donde estamos ubicados. Pero no sabemos cómo reaccionar e integrar este nuevo fenómeno en nuestro trabajo.

¿Cómo sembrar los valores del evangelio en el terreno indiferente y a veces hostil de la cultura dominante? No sabemos por dónde empezar.

Leí en la revista “Misioneros del Tercer Milenio”, número 97, un artículo de Julio Feliu, Misionero de África en Malaui, con el que me sentía bastante identificado. Decía entre otras cosas que “no es fácil saber lo que hay que hacer”.

El misionero de hoy día está también envuelto en una nube de “no saber”. Antiguamente el misionero llevaba su maleta llena de respuestas para los problemas que iría encontrando en su vida. Hoy se alza en el firmamento de su corazón una espesa nube de preguntas y de incógnitas. En realidad, una parte de su ministerio será el acertar a formular las preguntas adecuadas para que el hombre y la mujer de hoy encuentren el Camino y la Verdad como respuesta. En nuestro caso de misioneros, nos es más fácil hablar con claridad de lo que no es la misión, que definir positivamente en qué consiste.

Es claro que este “no saber” no tiene nada que ver con la ignorancia. No ver no quiere decir ignorar. Nuestro maestro de espiritualidad acertó a decirlo poéticamente: “Qué bien se yo la fonte que mana y corre, aunque es de noche”. Tampoco comporta pesimismo para quien se encuentra ante esta oscura nube. Sabemos que la nube es uno de los grandes símbolos de la presencia de Dios en el caminar de su pueblo: nube que durante el día oculta e ilumina durante la noche.

Sobre la cima del Tabor de nuestras gloriosas experiencias en el ministerio tratamos, como Pedro, de construir frágiles chozas de palos y paja como morada permanente para quien no tiene donde reclinar su cabeza. ¿Dónde encontraría Pedro mantas y almohada para pasar la fría noche sobre el monte?

San Agustín dice que el Padre celestial encontró una solución más fácil. Extendió una nube sobre el monte y los arropó a todos ellos.

La nube del “no saber” en mi vida de misionero es un signo de la presencia de Dios a quien no veo.  Tal nube no debe causar en mi inseguridad sicológica o espiritual. El hombre y la mujer del espíritu gozan de plena seguridad, como dice el poeta de Fontiveros:

 

“Aquesta me guiaba
más cierto que la luz del mediodía,
a donde me esperaba
quien yo bien me sabía,
en parte donde naide parescía”.

 

Las tiendas que Pedro quería construir sobre el Tabor y las que yo trato de edificar con mi saber humano se desmoronan, como dice Pablo, mientras que Dios prepara una morada más estable cuando nos cubre con la nube del “no saber”.  Caminamos en fe y no en visión. (Cfr. 2 Co 5,7).

 

Ángel Becerril