En el pasaje de la mujer adúltera, mientras los demás miran su pecado y la condenan, Jesús mira a la persona, considera su dignidad de hija de Dios y, con la misericordia, la dignifica y la devuelve a su condición de persona humana. “Anda y no peques más” es como decir: Toma tu vida, valórate y no pierdas tu dignidad.
Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva, había dicho el profeta Ezequiel. “Donde abundó el pecado sobreabundó la gracia”, dice san Pablo (Rm 5,20). “La gloria de Dios es que el hombre viva”, dirá después San Ireneo. Dios siempre a favor del ser humano, defensor de su dignidad, valedor de aquellos a quienes la sociedad no reconoce.
Este es hoy también el mensaje insistente de Francisco: “El futuro no habita en las nubes, sino que se construye al suscitar y acompañar procesos de mayor humanización” (Mensaje a la FAO 2018). “En el diálogo con el Estado y con la sociedad, la Iglesia no tiene soluciones para todas las cuestiones particulares. Pero junto con las diversas fuerzas sociales, acompaña las propuestas que mejor respondan a la dignidad de la persona humana y al bien común” (EG 241). “La dignidad de la persona humana y el bien común están por encima de la tranquilidad de algunos que no quieren renunciar a sus privilegios. Cuando estos valores se ven afectados, es necesaria una voz profética” (EG 218).
Dignificar es humanizar y humanizar es dignificar. Y ambas salvan a la persona. Esta fue la misión de Jesús. ¿No es también el servicio que la comunidad cristiana debe hacer a nuestro mundo, tan lleno de horrores y tentado de deshumanización? ¿Y no es este un camino de evangelización? La parábola del samaritano (Lc 10,30-36) lo confirma.
La Pascua es transformación personal, social y cósmica (Ef 1,20). Es obra del Espíritu. La comunidad cristiana es receptora y mediadora. El don se agradece dándolo (EG 10).
DEL EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN
En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba. Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?».
Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo. Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra».
E inclinándose otra vez, siguió escribiendo. Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos, Y quedó solo Jesús, con la mujer en medio, que seguía allí delante. Jesús se incorporó y le preguntó: «Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?».
Ella contestó: «Ninguno, Señor».
Jesús dijo: «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más».
Palabra del Señor
UNA HISTORIA…
La historia de mi yuca
Hace cuatro años me regalaron una yuca estupenda, de tres troncos, casi un pequeño bosque. Bastaba con regarla una vez cada semana o cada diez días e incluso podía resistir varios meses ella sola en invierno sin preocuparse demasiado de ella. Y así es como la yuca logró vivir tres años sin mayores altibajos. Apenas se la veía crecer. Tenía más tronco que ramas y parecía destinada a vivir invariable durante meses y años.
La crisis le llegó el verano pasado. Los meses anteriores a mis vacaciones tuve más trabajo del que hubiera deseado y no pisé ni una sola vez la terraza. Fueron, además, los días de más calor del año.
Un día, al descorrer las cortinas, la vi agonizante, sus ramas se habían curvado hasta tocar el suelo; sus troncos se habían vuelto blandos, fofos; muchas de sus hojas amarilleaban ya. En ese momento me di cuenta de que mi yuca era un ser vivo. Su agonía empezó a dolerme y, con ella, algo se quebraba en mí.
Recuerdo que la regué y aboné sin demasiada convicción, seguro de que llegaba tarde. Una amiga experta me explicó que se le había quedado pequeño el tiesto. Tendría que comprarle un tiesto más grande, ponerle tierra nueva y fresca. Y debería, sobre todo, comenzar a cuidarme de ella, a quererla. Tendría incluso que hablarle, «porque también las plantas necesitan cariño».
Así lo hice. Descubrí que una planta hay que cuidarla, porque toda vida es sagrada. Y desde entonces comencé a visitar con más frecuencia mi terraza. Me di cuenta que ése debería ser uno más de mis trabajos. Y creo que hasta me atreví a decirle piropos a la planta.
Y empecé a ser testigo del milagro: día a día veía cómo la yuca iba enderezando sus lanzas, endureciendo sus troncos, haciendo asomar ramitas nuevas, multiplicando en longitud las que tenía.
Durante todo este año he dado a la planta el cuidado, el poquito cuidado que ella necesita. ¡Y estoy asombrado! En estos meses se me ha convertido en un verdadero bosque. Hasta le han salido dieciséis nuevos brotes, dos o tres de los cuales, seguro que cuajarán en otras ramas nuevas, que van a convertir mi terraza en un jardín gozoso.
EN COMUNIDAD REZAMOS…
Haznos, Señor, una comunidad
“Buena Noticia”, en Palencia:
abierta, confiada, fraterna,
invadida por el gozo de tu Espíritu;
una comunidad entusiasta,
que sepa cantar a la vida,
acoger el misterio, vibrar ante su tarea
y anunciar con alegría tu Reino.
Que llevemos la sonrisa en el rostro,
el júbilo en las entrañas,
la fiesta en el corazón
y la felicidad a flor de piel
desbordándose por todos los poros.
Que en nuestra pobreza y debilidad
sepamos abrirnos, darnos y compartir
con la ilusión de quien se enriquece
y se siente dichoso con lo que hace.
Haznos expertos
en deshacer nudos y romper cadenas,
en curar heridas y dar ternura,
en abrir surcos y arrojar semillas,
en mostrar la verdad y defender la justicia,
y en mantener viva la esperanza.
Concédenos ser,
testigos de tu buena noticia,
para todos los que nos ven y sienten,
porque sabemos
que tu estas en medio de nosotros,
alumbras nuestro caminar por la vida
y sostienes la esperanza de un futuro mejor.
Haznos, Señor, una comunidad “Buena Noticia”,
en Palencia. Amén.