Eduardo Calvo, misionero palentino en Kazajistán

Eduardo Calvo, misionero palentino en Kazajistán

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El próximo 7 de julio, a las19.30, la Iglesia de Nuestra Señora de la Calle, acogerá el Envío Misionero -presidido por nuestro obispo- del sacerdote diocesano Eduardo Calvo Senado. Su nueva vida le lleva a la misión lejos de casa… en Kazajistán.

Una vida de servicio misionero, en la que dejará atrás su servicio a la Diócesis como Canciller Secretario, como Párroco de los pueblos de la Unidad Pastoral de San Cebrián de Campos y como Consiliario de la Hospitalidad Diocesana de Nuestra Señora de Lourdes.

En las páginas de Iglesia en Palencia nos cuenta cómo ha sido su discernimiento y qué es lo que va a hacer en Kazajistán

 

Simplemente “ser sacerdote”...

 

La vocación misionera va íntimamente ligada a la vocación sacerdotal, pero… ¿qué le ha movido a dar este paso?

Creo que todo sacerdote tiene en el corazón la Iglesia entera. Siempre he “respirado” con este sentido de catolicidad. Somos una familia en la que, desgraciadamente, todavía los recursos están muy mal repartidos y muchos sufren escasez por nuestro egoísmo y falta de entrega. Criticar, sin más, es tan fácil como estéril.  A nivel personal e institucional, tenemos que comprometernos para que de verdad el Evangelio se propague por todo el mundo y los cristianos que viven en minoría estén acompañados y tengan sacerdotes.

¿Por qué Kazajistán? ¿Qué se va a encontrar allí?

Le dije a D. Manuel que estaba abierto y disponible para ir donde hiciera falta, pero que me inclinaba más por ir a una diócesis donde aún no hubiera clero propio, nativo, donde los católicos fueran minoría, que aún no tuviera estructuras diocesanas consolidadas (delegaciones, seminario, etc.) donde apenas encontraran sacerdotes para ir por las dificultades del tipo que fueran (por ejemplo, el idioma), y donde hubiera libertad religiosa para poder ejercer sin peligros. Le pareció bien y me invitó a rezar y “darlo vueltas”. Así hice y contacté con D. José Luis Mumbiela, un obispo español que está en la Diócesis de Almatý. Compartí con él estas inquietudes y me abrió gustoso las puertas.

Me voy a encontrar una diócesis de reciente creación, con una extensión superior a la de España, sin clero propio, con menos de veinte sacerdotes extranjeros, de diversas nacionalidades (coreanos, eslovacos, argentinos, italianos, ucranianos, polacos y españoles). El número de católicos en inferior al 1% y de ellos también menos del 1% participan de la Eucaristía. Apenas hay parroquias. Cuando estuve allí hace dos años tuve la impresión de que era una iglesia… un tanto olvidada y casi diría que… hasta abandonada.

También hay muchas necesidades materiales. La Iglesia católica desarrolla una labor socio-caritativa muy significativa a la que con sumo gusto me sumaré.

¿Qué labor va a realizar en aquel país?

Lo resumiría diciendo simplemente que “ser sacerdote”. Un sacerdote misionero es un sacerdote como cualquier otro, con la única diferencia de que sirve en una diócesis que no es la suya y tiene una serie de necesidades evangelizadoras importantes.

Lo primero que haré es progresar en el conocimiento de la lengua común (el ruso) e ir colaborando en lo que me pidan: Predicar la Palabra de Dios, catequesis y formación de niños, jóvenes y adultos, celebrar los sacramentos, visitar a las familias y a los enfermos, etc. También integrarme y promover proyectos socio-caritativos, que son la mejor forma de dar a conocer la fe a aquellos que no nos conocen: “por sus obras los conoceréis”.

Afronta este cambio con ilusión… pero ¿qué va a echar de menos de nuestra Diócesis, de casa?

Sin duda que el trato con las personas que dejo, sobre todo mi familia, y la gente de las parroquias de las que me despido. La separación duele, porque somos humanos… y muy humanos.

 

 

"Mi experiencia en Kazajistán". Artículo del 20 de septiembre de 2017