Hablamos con uno de nuestros misioneros, el sacerdote Jesús Bravo Moreno. Nacido en Burgos el 28 de diciembre de 1951 y ordenado sacerdote el 26 de junio de 1976, desarrolla desde hace décadas su labor en Bolivia, más concretamente en Santa Cruz de la Sierra.
«Hay que dar campo a la acción del Señor. Él nos orienta cada día y nos dice: “confíen”».
¿Cómo surgió tu vocación misionera?
Por el deseo de evangelizar en los lugares donde menos evangelizadores había. Hace 27 años, en Palencia había abundancia de sacerdotes. Era necesario compartir. Yo era muy feliz aquí, pero también podía serlo en otro lugar. La Iglesia de Jesús no tiene fronteras. El mundo es uno solo y en todas partes sale el sol. ¡Somos ciudadanos del mundo! Así que fui a otra parte a trabajar por el evangelio
¿Dónde estás, desde cuándo? ¿Qué te encuentras cuando, hace casi 30 años, llegas a Bolivia?
Vivo en un barrio muy grande de la ciudad de Santa Cruz de la Sierra con más de 300.000 habitantes, el Plan 3000. Vivo en la periferia de este barrio. Mi parroquia es muy extensa y con unos 45.000 habitantes. He organizado el barrio en nueve capillas o parroquias muy grandes. La mayoría de la población son niños y jóvenes. Es un barrio de migrantes. Se hablan tres idiomas: el aymara, el qechua y el español. Las familias tienen cuatro y cinco hijos y viven al día con muchas necesidades y mucha miseria. Cuando llegué no había colegios y junto con los padres de familia logramos construir cuatro muy grandes. Me pidieron guarderías, y logramos construir otras cuatro. Pusimos grupos de alfabetización, capacitación profesional, centros culturales juveniles y grupos de apoyo escolar. Siempre, tratando de responder a las necesidades de la comunidad.
Cuando llegué a Bolivia, lo primero fue conocer las costumbres de la gente, escuchar, prepararme y adentrarme en las culturas de la comunidad, observar, recorrer las calles, visitar las familias, analizar, ver las necesidades de la comunidad, sentarme, escribir y priorizar las acciones... y después, comenzar a actuar con calma y con mucha paciencia para estar cerca de ella. Creo que la cercanía es lo más importante.
Cuando, hoy, llego a Bolivia noto un cambio enorme con respecto a España. Seguimos siendo el tercer mundo. Pero veo cómo ha mejorado mucho en poco tiempo. También han cambiado mucho las costumbres y las culturas nativas. Los medios de comunicación, sobre todo las redes sociales, están transformando todo rápidamente.
¿Cómo es un día normal de un misionero en Bolivia?
Lo primero del día es orar con tranquilidad. Y, a las 8, ya viene la gente a multitud de asuntos. Suele ser la hora de los problemas más graves: situaciones personales y familiares que me quedan anonadado y que hay que ver cómo resolverlos. Después, suelo ir a alguna de las cuatro guarderías parroquiales o a alguno de los cuatro colegios parroquiales. Por la tarde suelo trabajar en la elaboración de libros de catequesis o de formación escolar en valores, espiritualidad y religiones. Es la hora también de los funerales, de las clases de capacitación profesional, de las visitas a los enfermos y a las familias e instituciones... Y, a las 6,30, marcho a las comunidades de los barrios. Cada día voy a una de las nueve que tengo, hasta las diez de la noche.
¿Qué le han enseñado los bolivianos en todos estos años?
Pues muchísimas cosas. Sigo aprendiendo a vivir con armonía, serenidad y equilibrio cada día. Ellos saben mucho de eso, a pesar de las necesidades que padecen. A saber esperar y ver que cada cosa tiene su momento. A vivir con alegría, aun en medio de dificultades. Sobre todo, me han enseñado a confiar mucho y ver la providencia de Dios en la vida de cada día. A estar muy cercano a la gente. El pueblo de aquí es muy solidario y hospitalario. A trabajar en comunidad, en sinodalidad, como dice el Papa Francisco. A ser uno más en la comunidad sin creerme superior. El protagonismo no es personal, sino de la comunidad. Cada uno sabe y puede hacer algo, y hay que darle tiempo, oportunidad y confianza para que lo haga. He aprendido que la tarea del misionero es acompañar con mucho respeto, paciencia y creatividad a la comunidad.
¿Cuál ha sido la situación más dura a la que has tenido que enfrentarte? ¿Y la más gratificante?
Las situaciones más duras son siempre los problemas sociales de vida o muerte de mucha gente. El problema más grave han sido los conflictos políticos y sociales que se vivieron hace unos años, cuando nos aconsejaron salir del país.
Lo más gratificante ha sido ver los rostros felices de las comunidades, cuando pudimos organizar los comedores infantiles o inaugurar las nueve iglesias de los barrios nuevos o darles el título de graduado escolar a los que eran analfabetos...
Has hecho una aportación muy importante a la renovación catequética no sólo en Bolivia sino en toda América Latina: tus libros de catequesis se venden en Argentina, Brasil y son muy populares entre las comunidades hispanas de Estados Unidos. ¿En esta línea, qué proyectos ocupan ahora tu tiempo y tu corazón?
La catequesis y la enseñanza en valores, espiritualidad y religiones es una pasión para mí. Siento una gran inquietud por la catequesis y la enseñanza. Deseo aportar los mejores recursos, para que se hagan con excelencia. Los catequistas los valoran mucho y a los profesores les encantan los libros por su claridad y los cursos didácticos. Me enoja ver libros de catequesis aburridos, monótonos, pesados y complicados. Entonces, considero que no lo trabajamos suficientemente. Los libros de catequesis no pueden ser solo un resumen de la teología dogmática. Hay que ponerle más creatividad e ingenio y más alegría, para que sean divertidos. La buena noticia de Jesús tiene que ser también divertida y alegre.
Todo esto me lleva muchísimo tiempo, pero creo que es un aporte que puedo hacer, y lo hago con mucho gusto y satisfacción.
Ahora estoy en un proyecto de catequesis bíblica para todo el continente americano. Es una catequesis, no a partir de la dogmática ni del catecismo, sino a partir de la Biblia. Y quiero hacerlo con la frescura y el encanto de las narraciones bíblicas. Estoy encantado con esta experiencia. Los latinoamericanos valoran mucho la biblia y la leen mucho. Todos los años hacemos campañas de promoción y lectura de la biblia con biblias a bajos precios y con talleres y concursos. Aquí veo que no la cuidan ni la leen tanto. Es una gran pena y una falla muy grave.
Y estoy renovando y actualizando todos los textos de valores y espiritualidades y religiones de primaria y secundaria. Es un trabajo complicado, pero merece la pena hacerlo, y hacerlo con excelencia.
¿Qué crees que puede decirnos y enseñarnos un misionero en Bolivia y esas comunidades a los cristianos de Palencia?
Creo que cada uno tenemos nuestros problemas y buscamos nuestra soluciones. Pero es muy importante dejarse guiar por la Palabra de Dios y confiar mucho. La providencia es muy sabia. Nuestro aporte es muy pequeño, solo un servicio. Hay que dar campo a la acción del Señor. Él nos orienta cada día y nos dice: “confíen”. Y después, poner nosotros lo mejor de nuestro trabajo, ingenio y creatividad. El dicho “siempre se ha hecho así” nos están haciendo mucho daño en estos tiempos de tantos cambios. Hay que hacer algo nuevo. Creo que las comunidades cristianas de Latinoamérica son muy dinámicas y participativas. No las veo tan ancladas en el pasado, ni tan preocupadas por conservar lo de antes. Las veo muy abiertas al hoy. Miran mucho la realidad y están muy preocupadas por responder a la vida actual. La metodología ver, juzgar y actuar está muy arraigada en la iglesia latinoamericana. La utilizamos siempre.
Los laicos tienen mucho que enseñarnos y que aportar. Hay que hacerles un lugar mucho más grande y darles mucho protagonismo. Lo mismo pasa con los jóvenes. Ellos nos pueden enseñar muchísimas cosas. Hay que darles protagonismo y tomarlos en cuenta en las decisiones. Lo dice el Papa Francisco. Escucharlos, confiar en ellos, dejarles hacer, darles protagonismo... es una tarea pendiente en todas las iglesias. La comunidad cristiana no es una aduana, dice el Papa Francisco, sino un lugar donde todos somos importantes, decidimos y hacemos. En Latinoamérica hay una cultura muy arraigada de participación comunitaria.