Nos acercamos al Segundo Domingo de Cuaresma. En el “camino de humanización”, se nos propone pararnos, para “hacer un alto en el camino”.
Seis días más tarde, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y subió con ellos aparte a un monte alto. Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz.
De repente se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él. Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús: «Señor, ¡qué bueno es que estemos aquí! Si quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías».
Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y una voz desde la nube decía: «Este es mi Hijo, el amado, en quien me complazco. Escuchadlo».
Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto. Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo: «Levantaos, no temáis». Al alzar los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús, solo. Cuando bajaban del monte, Jesús les mandó: «No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos».
Mateo 17, 1-9
Reflexión
Le dijo Dios a Abraham: “Sal de tu tierra... y ponte en camino hacia la tierra que Yo te mostraré”. Desde entonces, los seres humanos somos emigrantes, vivimos en el camino, estamos llamados a caminar. A caminar siempre, a avanzar, a no quedarnos quietos, a buscar siempre nuevos horizontes. Y a lo largo de la historia ha sido este impulso interior a no estar conformes con lo que tenemos, a ser buscadores de vivencias y experiencias nuevas el que ha ido haciendo avanzar a la humanidad hacia la consecución de mayores espacios de humanización.
Pero no es suficiente con caminar, es necesario caminar con sentido para descubrir desde dónde lo hacemos y hacia dónde vamos. Jesús, que era un gran pedagogo “subió a la montaña con sus amigos” y les mostró su identidad más profunda para que descubrieran quién era realmente al que ellos seguían en el camino.
Hacer paradas reflexivas y contemplativas de las vivencias que vamos teniendo en el camino nos ayudarán a no tomar rumbos equivocados, a coger la brújula de nuestra vida, a reafirmarnos en las rutas acertadas y a buscar nuevos nortes cuando nos introducimos en veredas que no conducen a ninguna parte. Es necesario hacer un camino interior para descubrir cuáles son las claves y las señales que nos conducen hacia la verdadera humanización.
Preguntémonos:
• Haz un esfuerzo por descubrir personas concretas que sean una referencia en nuestro mundo o en nuestro entorno más cercano y que se les pueda identificar como “buscadores inquietos”, que siempre están en camino descubriendo nuevas metas.
• ¿Has analizado alguna vez la importancia que para Jesús tuvo en su vida el camino como realidad física? ¿Cuántas escenas del evangelio se desarrollan en los caminos? ¿No fue la vida de Jesús un camino de Galilea a Jerusalén? ¿Qué significa este itinerario interior en la vida de Jesús? Dedica un rato esta semana a iniciar esta reflexión.
• El camino de tu vida ¿le conduces tú o son las circunstancias las que te llevan de un sitio a otro? ¿Has hecho alguna vez un Proyecto de Vida donde se planteen las principales opciones de tu vida? ¿Te detienes de vez en cuando para revisar tus motivaciones más profundas?
Testimonio: Guillermo Rovirosa
Guillermo Rovirosa ha pasado a la Historia por fundar la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC), pero ante todo por ser un buscador infatigable de la verdad.
Nacido en Vilanova i la Geltrú (Barcelona) el 4 de agosto de 1897, la temprana pérdida de sus padres (su padre, José, falleció cuando él tenía nueve años y su madre, Ana María, cuando acababa de alcanzar los 18) marcó buena parte de su vida, en el sentido de mirar más allá de lo abarcable por los sentidos en la búsqueda de respuestas. Así, a los 18 años, recién muerta su madre, aún no se definía como una persona de fe.
Hasta que, en 1932, su vida cambió por completo ante un hecho casual. Paseando ante la Parroquia de San José, decidió entrar por un impulso. Allí se topó con que celebraba la eucaristía el cardenal de París, Jean Verdier. Precisamente, en ese momento estaba pronunciando la homilía... Y dijo algo que se le clavó en el corazón: “El cristiano es un especialista en Cristo. El mejor cristiano es el que más sabe de teoría y práctica de Jesús”.
Tras el fin de la guerra y el triunfo de Franco, Rovirosa fue condenado por su condición de representante sindical, cumpliendo un año de cárcel. Es entonces cuando entra en Acción Católica, tratando de conciliar su carisma con el intento de acercar la fe en Jesús al mundo obrero. Es así como acaba naciendo, en 1946, la HOAC, un movimiento para los obreros, siempre dentro de la estructura de Acción Católica, siendo desde el principio su gran referente.
Los últimos años de su vida los pasó en buena parte en Monserrat, compartiendo vida y espacio con los monjes y sin cesar en su incesante labor de apostolado. Su última apuesta, además de la escritura de diversas obras, fue la participación, junto a un grupo de militantes, en la apertura de una editorial especializada en la justicia social. En 1964 nació la editorial ZYX, siendo él el autor del primer libro: ‘¿De quién es la empresa?’.
Falleció el 27 de febrero de 1964.
Oración: llévame al desierto
Ayúdame a hacer silencio, Señor,
quiero escuchar tu voz.
Toma mi mano, guíame al desierto,
que nos encontremos a solas.
Necesito tu rostro,
la calidez de tu voz,
caminar juntos...
callar para que hables tú.
Me tienta la idolatría.
Fabricarme un ídolo con mis convicciones,
mis certezas y conveniencias,
y ponerle tu nombre de Dios.
Me tienta la falta de sensibilidad,
no tener compasión,
acostumbrarme a que otros sufran
y tener excusas, razones, explicaciones...
que no tienen nada de Evangelio.
Me tienta separar la fe y la vida.
Leer el diario, ver las noticias
sin indignarme evangélicamente
por la ausencia de justicia
y la falta de solidaridad.
Me tienta el mirar la realidad
sin la mirada del Reino.
Llévame al desierto, Señor,
despójame de lo que me ata,
sacude mis certezas
y pon a prueba mi amor.