Nos acercamos al Tercer Domingo de Cuaresma. En el “camino de humanización”, se nos propone acercarnos al pozo, como la samaritana, para “saciar la sed”.
Llegó Jesús a una ciudad de Samaría llamada Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José; allí estaba el pozo de Jacob. Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado junto al pozo. Era hacia la hora sexta. Llega una mujer de Samaría a sacar agua, y Jesús le dice: «Dame de beber». Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida.
La samaritana le dice: «¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?» Jesús le contestó: «Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice “dame de beber”, le pedirías tú, y él te daría agua viva».
La mujer le dice: «Señor, si no tienes cubo, y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas el agua viva?; ¿eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?».
Jesús le contestó: «El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna». La mujer le dice: «Señor, dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla». [...]
Juan 4, 1-26.
Reflexión
Curiosamente en este mundo nuestro, tan sedentario, para compensar se ha impuesto la práctica del correr y el andar. Somos muchos los que andamos diariamente y experimentamos una consecuencia de la pérdida de líquidos de nuestro organismo: la sed. También lo experimentó Jesús, que “cansado de la caminata, dice el texto, se sentó junto al pozo”. Y lo experimentó la samaritana que poco después llegó al pozo y tras el encuentro con Jesús, exclamó: ¡Señor, dame de esa agua para no tener nunca sed!”.
La sed que inicialmente es un elemento negativo, tiene también una cara positiva: desde una carencia nos invita abrirnos a satisfacer necesidades más profundas, a encontrar un equilibrio en nuestro ser, a crecer en procesos pro‐fundos de humanización.
En el encuentro entre dos sedientos, Jesús y la samaritana, se produce una transformación de aquella mujer, porque Jesús no se centra en su realidad negativa, sino que sacia la sed más profunda de su corazón, creyendo en ella y abriéndola perspectivas de futuro.
Cuando la persona se abre al proyecto que Dios tiene sobre cada uno, poco a poco la sed que todos arrastramos va encontrando satisfacción. ¡Si conocieras el don de Dios, si conocieras su amor por ti! Del desierto más árido, de la roca más dura, brotará el agua que llena definitivamente el corazón del ser humano!
Preguntémonos:
• En nuestro mundo hay muchas personas que tienen sed -física, emocional, espiritual‐ ¿Qué necesidades profundas necesita saciar el hombre de nuestro tiempo? ¿Cómo intenta superar la sed? ¿Dónde acude? ¿Cuáles son sus pozos en el camino?
• Dedica un tiempo durante los próximos días a contemplar detenidamente el encuentro de Jesús y la samaritana. Descubre el proceso que se va dando en aquella mujer tras el diálogo con Jesús. ¿Cómo humaniza Jesús a la samaritana?
• A lo largo de tu vida habrás pasado por algunos momentos en que la sed más profunda te ha resecado por dentro. ¿De dónde has bebido? ¿Recuerdas algún encuentro con Jesús que te haya transformado? ¿Compartes con otros el don de Dios que has recibido de Jesús desde el día en que personalizaste tu bautismo: el sacramento del agua y del Espíritu?
Testimonio: Edith Stein
Edith Stein (1891‐1942) es una de las figuras más luminosas del siglo XX. Y en muchos sentidos, pues rompió todo tipo de barreras. Fue la primera mujer doctorada en Filosofía en Alemania. En lo social, fue una ferviente luchadora de los derechos de la mujer, implicándose en el sufragio femenino. En lo religioso, esta judía que navegó por el ateísmo llegó a convertirse al catolicismo. Y, de hecho, a morir como religiosa carmelita en el campo de concentración de Auschwitz, ya como Teresa Benedicta de la Cruz.
En ese caminar espiritual le influyó mucho una experiencia personal: la muerte de su amigo, Adolf Reinach y, muy especialmente, el consuelo que encontró su viuda, Pauline (también conversa), en su fe en Jesús. Afrontó su fallecimiento con tal entereza y fe que le impresionaron hondamente.
En 1921, la judía Edith Stein se convirtió al catolicismo y se bautizó el 1 de enero de 1922. Nada más convertirse, expresó su deseo de ser monja carmelita.
Cuando empezó a tener una repercusión pública en la sociedad alemana por sus constructivos discursos y trabajos sobre la fe y la dignidad de la mujer, la llegada al poder del nazismo en 1933 marcó su ocaso, teniendo prohibido expresarse en medio alguno, tanto por sus ideas como por su origen judío.
Intentó huir a Suiza junto a su hermana Rosa, pero no lo consiguieron. Edith y Rosa fueron detenidas y llevadas al campo de concentración holandés de Westerbork y, finalmente, al polaco de Auschwitz. Solo una semana después de su llegada, el 9 de agosto de 1942, una de las figuras más significativas de la humanidad fue asesina‐da en una cámara de gas.
La Iglesia la considera uno de sus pilares. El 1 de mayo de 1987, Juan Pablo II la beatificó en Colonia y, el 11 de octubre de 1998, la canonizó en Roma. Un año después, el 1 de octubre de 1999, Wojtyla la declaró copatrona de Europa
Oración: Cántaro en Sicar (F. Ulibarri)
Cántaro roto en mil trozos
por los golpes recibidos,
merecidos o fortuitos,
en el juego de la vida...
O por olvidos, descuidos,
bravatas, tormentas, o desvaríos...
O por mi género, mi cultura,
mi país de origen,
mi pobreza económica,
mi fe o mis ideas libres...
O por manipulaciones
de quienes se erigen en señores,
que me secaron por dentro y fuera
y me dejaron con sed de agua
que no sacian los pozos de mi tierra.
Eso es lo que soy en este momento,
cántaro roto en mil trozos:
samaritana, marginada,
atrapada en los limbos
creados por quienes se creen intérpretes
y dueños...
Pero espero, Señor,
que vuelvas a fundirme con tu fuego
y hagas de mí, otra vez, con tu aliento y rocío,
tus manos y tus sueños,
un cántaro de esperanzas y proyectos lleno.
Dame de tu agua viva
para saciar mi sed,
la que me reseca por dentro y fuera;
y lléname hasta desbordar
para que otros puedan florecer.