Es una necesidad imprescindible en cualquier organización humana la existencia de un liderazgo, y el dictado por quien lo ostente de las directrices que emanan de su responsabilidad. Por eso cualquier sociedad, grupo, empresa, organismo administrativo, etc., y el propio Estado necesitan unos rectores (líderes) que cumplan dicha función.
Cuestión distinta es la forma de ejercer dicho liderazgo y conforme a qué normas se desarrolla el mismo. Evidentemente el líder deberá de cumplir las normas de derecho positivo, pero el liderazgo ético supone mucho más y en concreto ajustar su ejercicio a unos valores, tenidos en cuenta por la sociedad en general como positivos y tendentes al bien común. El líder en tanto que lo es refuerza su posición al frente del grupo en que se encuentre cuando el ejercicio de su liderazgo se ajusta a los mismos.
¿Cuáles son dichos valores?, y la respuesta es la de que éstos serían entre otros la honradez, la coherencia, el esfuerzo, la preparación intelectual, la cercanía a los terceros que se encuentran o tienen relación con el grupo que él dirige, el respeto, la tolerancia, ajustar la vida propia a la norma moral o religiosa que para los católicos viene contenida esencialmente en el Evangelio y otros.
Proponemos que los valores en cuestión de los que ha de derivar el auténtico liderazgo se formen desde la escuela y la familia, como lugares donde han de alimentarse la existencia de hombres y mujeres con convicciones profundas que no sólo les sirvan para ser buenos ciudadanos, sino también y cuando ello se requiera para que puedan liderar a la sociedad.