Ingreso Mínimo Vital

Ingreso Mínimo Vital

+ Mons. Manuel Herrero Fernández, OSA. Obispo de Palencia

¿A qué nos referimos cuando hablamos de Ingreso Mínimo Vital? Porque hay mucha variedad y confusión al respecto a los nombres de esta realidad.

Para unos es un ingreso mínimo vital, renta mínima de inserción, renta mínima de ingresos, renta garantizada de ciudadanía, renta básica vital, renta de emergencia, etc... Cada nombre tiene detrás de sí unas peculiaridades que no podemos desarrollar.

Con algunos de estos nombres se habla no sólo en Finlandia, donde ha estado en vigor dos años y pico para un número concreto de ciudadanos, también Ontario, Canadá, o Barcelona; algunas de estas iniciativas se han visto frustradas porque no incentivaban, en opinión de algunos, la búsqueda de trabajo.

En España se viene hablando en los últimos meses, sobre todo a raíz de la crisis sanitaria, social, económica y laboral ocasionada por Covid-19, aunque últimamente parece que se ha frenado por cuestiones que están en estudio sobre condiciones, si es temporal y urgente, si es compatible con otros ingresos, etc. Se ha hablado de implantarlo en este mes de mayo, pero... veremos, de hecho, se sitúa en junio. El ingreso mínimo vital sería una renta básica que tiene previsto el Gobierno para proteger a las personas más vulnerables y por causa mayor de emergencia, ya que hay mucha gente que está desesperada. Esta renta o ingreso mínimo parece ser que rondaría los 500 euros mensuales; y se calcula que, para una familia de dos adultos, sin ingresos y con dos hijos se elevaría a 950 euros. Los solicitantes deberían cumplir una serie de requisitos de renta, patrimonio, y compatibilidades con otras ayudas contando que hay instituciones y servicios sociales que con diversos nombres -comunidades autónomas, ayuntamientos, Cáritas, Cruz Roja, etc.-, están ayudando ya a familias y personas en necesidad.

¿Qué piensa la Iglesia? El pensamiento de la Iglesia sobre estas realidades queda reflejado en la Doctrina Social de la Iglesia (DSI); es fruto de las enseñanzas de la Iglesia que tiene su fuente en la Sagrada Escritura y particularmente en la persona y obra de Jesucristo. A partir de ahí se ha ido desarrollando a lo largo de los siglos desde los Santos Padres, los obispos y los papas, sobretodo del siglo en los últimos siglos. No son recetas ni económicas ni sociales ni una tercera vía, sino que enuncia principios fundamentales, criterios universales, y orientaciones capaces de sugerir las opciones de fondo, y con capacidad de sugerir praxis coherente para cada situación concreta. Los valores que impulsa la DSI y, por tanto, deben marcar las estructuras sociales y los principios fundamentales y las actitudes morales, inherentes a la persona. Los valores que impulsa y que han de impregnar la vida personal y social son la verdad, la solidaridad, la subsidiariedad, la libertad, la justicia y el amor.

La DSI arranca de un principio que es la centralidad y dignidad de la persona, de toda persona, en todo proyecto social, político y económico, porque todo ser humano es criatura, imagen y semejanza de Dios, miembro de la familia humana e hija de Dios. Todo debe estar a su servicio. Toda persona, además por su carácter social, es sujeto de derechos y de deberes. Entre los derechos fundamentales está el derecho a la vida, el derecho a la libertad, el derecho y el deber al trabajo decente para llevar una vida digna en todas sus dimensiones materiales, sociales, culturales y espirituales.

En este sentido, el ingreso o renta mínima vital en tanto en que apoya a las familias que no tienen lo mínimamente necesario para una vida digna es un derecho de toda persona, no sólo en los países más avanzados, sino de toda persona, sea del país que sea. En este sentido es una concreción del concepto de bien común. Por bien común se entiende «el conjunto de condiciones de la vida social que hace posible a las asociaciones y a cada uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección» (GS, 26). La persona no puede encontrar la realización en sí misma, es decir, no puede prescindir de ser “con” y “para” los demás. En esta tarea todos somos responsables desde la familia, las asociaciones, el tejido económico y empresarial, la ciudadanía, las regiones, el Estado, y hasta el conjunto de pueblos y de las naciones.

Otro principio que nos hace pensar en esa garantía de mínimos ingreso mínimo es el destino universal de los bienes. «Dios ha destinado la tierra y cuanto ella contiene para uso de todos los hombres y pueblos. En consecuencia, los bienes creados deben llegar a todos en forma equitativa, bajo la égida de la justicia y con la compañía de la caridad» (Concilio Vaticano II, G.S. 69). Se trata de todo ser humano, sin privilegiar a unos ni excluir a ninguno. Los bienes, dados por el Creador, son, no para unos pocos, sino para todos; nadie debe quedar descartado, al margen, en la cuneta de la vida. No se puede aceptar una sociedad donde unos pocos están cargados de fabulosas riquezas y otros, una multitud enorme, estén necesitados de lo más básico y elemental para vivir. La renta básica no es un fin en sí misma sino un medio para que toda persona recupere su capacidad de reincorporarse a una actividad laboral o se reinserte en la sociedad. No se trata de una simple ayuda (de emergencia, temporal o definitiva) sino que responde al ideal humano de que ningún trabajador o trabajadora quede sin derechos. El papa Francisco se ha referido varias veces a este concepto y necesidad, la última vez el pasado 12 de abril en una carta a los movimientos populares.

Como obispo, a la vista de todo lo anterior, no puedo menos de apoyar esta iniciativa, reclamada también por tantas instituciones, asociaciones y movimientos cristianos. No se trata de una posición partidista sino de humanidad, de caridad y justicia social y coherencia con nuestros principios. Las comunidades cristianas debemos tener siempre en perspectiva lo que dice el Libro de los Hechos de los Apóstoles de las primeras comunidades: «El grupo de los creyentes tenían un solo corazón y una sola alma: nadie llamaba suyo propio de lo que tenía, pues lo poseían todo en común... Entre ellos no había necesitados, pues los que poseían tierras o casas las vendían, traían el dinero de lo vendido y lo ponían a los pies de los apóstoles; luego se distribuía a cada uno según lo que necesitaba» (Hch. 4, 32-35). Y esto no únicamente en la interior de la comunidad cristiana sino en toda comunidad humana.