+ Mons. Manuel Herrero Fernández, OSA. Obispo de Palencia.
El domingo pasado comencé a presentar y comentar el artículo del papa Francisco titulado: “Un plan de futuro: resucitar”, que él ha escrito para la revista española Vida Nueva. Hoy deseo continuar con la lectura del mismo.
El artículo, con el trasfondo de la aparición de Jesús resucitado a las mujeres, establecía un título del plan: Construir la civilización del amor que es una civilización de la esperanza contra la angustia y el miedo, la tristeza y el desaliento, la pasividad y el cansancio. Esta expresión, civilización del amor, que arranca de San Pablo VI, encierra la manera de ver al hombre y su convivencia en la sociedad desde Jesucristo. Y la clave es el amor. No cualquier amor, sino un amor como el de Jesús que nos amó hasta el final (Jn 13, 1) y nos dijo: Amaos como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por los amigos (Jn 15, 12-13). Esta es la clave para construir un futuro feliz, a la altura del hombre y los deseos de Dios. Pero, ¿cómo hacerlo?
El papa nos señala que: 1º. «Si algo hemos aprendido en todo este tiempo -de la epidemia- es que nadie se salva solo, las fronteras caen, los muros se derrumban y todos los discursos integristas se disuelven ante la presencia casi imperceptible que manifiesta la fragilidad de la que estamos hechos». No unos por otros, ni contra otros, sino con otros, juntos, sin descartar a ninguno, un mañana para todos.
2º. Abiertos al Espíritu: «La Pascua nos convoca e invita a hacer memoria de esa otra presencia discreta y respetuosa, generosa y reconciliadora capaz de no romper la caña cascada ni apagar la mecha que arde débilmente (Is 42, 2-3) para hacer latir la vida nueva que nos quiere regalar a todos. Es el soplo del Espíritu que abre horizontes, despierta la creatividad y nos renueva en fraternidad para decir “aquí estoy” ante la enorme e impostergable tarea que nos espera. Urge discernir y encontrar el pulso del Espíritu para impulsar junto a otros las dinámicas que puedan testimoniar y canalizar la vida nueva que el Señor quiere regenerar en este momento de la historia». Se trata de abrir las antenas, la cabeza, el corazón y las manos a lo que nos quiere decir el Espíritu de Dios. «El que tenga oídos oiga lo que el Espíritu dice...» (Apc 2, 7, 11, 17...).
3º. Esto nos debe llevar a tomar conciencia de la situación real y no anclarnos en el pasado: «Este es el tiempo favorable del Señor, que nos pide no conformarnos ni contentarnos y menos justificarnos con lógicas sustitutivas o paliativas que impiden asumir el impacto y las graves consecuencias de lo que estamos viviendo. El Espíritu no se deja encerrar ni instrumentalizar con esquemas, modalidades o estructuras, fijas o caducas, nos propone sumarnos a su movimiento capaz de hacer nuevas todas las cosas (Apc 21, 5)». No podemos refugiarnos en el “siempre se ha hecho así”, “esto no hay quien lo cambie”, ni en el “ande yo caliente, ríase la gente”, etc.
4º. Esto implica «unir a toda la familia humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral. Cada acción individual no es una acción aislada, para bien o para mal; tiene consecuencias para los demás, porque todo está conectado en nuestra Casa común». Todos somos corresponsables, artífices y protagonistas de una historia común y no sólo ante esta pandemia que nos afligen, sino ante tantos males que aquejan a millones de hermanos alrededor del mundo como el hambre, las guerras, la pobreza, la devastación del medioambiente. «No podemos permitirnos escribir la historia presente y futura de espaldas al sufrimiento de tantos. Las emergencias, esta y todas, nos llaman a vencer la globalización de la indiferencia y han de ser derrotados ante todo con los anticuerpos de la solidaridad, de la justicia y la caridad. Supone el esfuerzo comprometido de todos. Supone, por eso, una comunidad de hermanos».
Todo esto que nos propone el papa habrá que traducirlo a “calderilla”, a acciones concretas que en España, con el trasfondo de la Constitución vigente que incluye la libertad de información y religiosa, nos lleva abrirnos a todos y trabajar por el bien común, que es el bien de todos y de cada uno, el bien integral, especialmente de los más pobres y necesitados, defendiendo la dignidad de toda persona que es hijo/a de Dios y hermano/a nuestra y sus derechos, también el de la vida y una vida digna, a la vez que nos comprometemos con los deberes que nos corresponden.
Termino como termina el papa Francisco: «En este tiempo de tribulación y luto, es mi deseo que, allí donde estés, puedas hacer la experiencia de Jesús, que sale a tu encuentro, te saluda y te dice: “Alégrate” (Mt 28, 9)». Y que sea ese saludo el que nos movilice a convocar y amplificar la buena nueva del Reino de Dios.