+ Manuel Herrero Fernández, OSA. Obispo de Palencia.
Yo creo que desde siempre ha inquietado el tema de la verdad y la mentira. Hasta Poncio Pilato preguntaba a Jesús, cínicamente, sobre ¿qué es la verdad? (Jn 18, 38). Pero más si cabe en estos tiempos que nos toca vivir. La mentira campa sin respeto alguno. En muchos medios de comunicación, en la televisión, en la política, en el manejo de encuestas, muchas veces cocinadas y hechas a medida del que paga, en la propaganda y publicidad, tantas veces engañosa, en la convivencia diaria... Alguno dirá que algunas son graves, incluso pueden llegar a ser calumnias, o que son mentirijillas y es verdad, algunas no tienen la misma importancia.
Por verdad se entiende, en la convivencia normal, la “conformidad de las cosas con el concepto que de ellas se forma la mente; conformidad de lo que se dice con los que se siente o se piensa” (Diccionario de la RAE, edc. vigésima tercera, Madrid, 2014, pg. 2229). La mentira dice el mismo diccionario, (pg. 1447), es “expresión o manifestación contraria a lo que se sabe, cree o piensa”. También se puede hablar de la mentira existencial, cuando se vive en contra de lo que se profesa.
Pero, se quiera o no, el ser humano no está hecho para vivir en la mentira. Todos queremos que nos digan la verdad, aunque a veces duela, por aquello de que quien bien te quiere te hará llorar. También es cierto que la verdad hay que decirla con amor. Santa Edith Steín, una de las patronas de Europa, asesinada por los nazis en una cámara de gas, decía a sus alumnos: “No aceptéis cualquier verdad si viene dicha con amor, ni cualquier amor sino es verdadero”. Eso sí, el amor tiene que estar buscando el bien de la persona, no hundirla ni quitar la esperanza.
Sobre la mentira no se puede construir nada, y menos la convivencia humana, porque lo que engendra es la desconfianza; y sin confianza no hay convivencia auténtica posible. Nadie quiere que le den gato por liebre. Ninguno queremos que nos engañen o nos den un timo. También se da el relativismo y escepticismo cuando decimos que nada es verdad ni mentira sino del color con que se mira. También que una mentira, repetida mil veces no llega ser nunca una verdad. Hoy hablamos también de la posverdad, que es según la RAE, una distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales. Los demagogos son maestros de la posverdad, y haberlos haylos.
La mentira es mala. San Agustín escribió dos libros acerca de la mentira. Una, “De mendacio”, escrita hacia el 395. En ella investiga una búsqueda, casi a tientas en este ingenuo y enredado problema de la mentira. Algunos cristianos decían entonces que la mentira no era ilícita. De él dirá el mismo Agustín: “Escribí también un libro sobre la mentira, que, aunque fatigoso para leer, es, sin embargo, de gran utilidad como ejercicio de ingenio y de inteligencia y estimula grandemente al amor a la veracidad...” (Retractaciones, 1,27). El descubre ocho clases de mentiras; también las jocosas; estas no tienen la misma gravedad que otras. Escribió otra obra, “Contra mendacium”, dirigida al sacerdote español Consencio, un sacerdote elocuente, que maneja con facilidad las Sagradas Escrituras y agudo de ingenio. Esta obra responde a un problema que se daba en España, el de los priscilianistas que tenían por método la mentira para atraer a otros, y contagiaban a los católicos. Agustín establece el principio de que el fin no justifica los medios.
Es más. Todos los hombres buscamos la verdad, sin ella no podremos convivir; lógicamente pide que se observe un justo medio entre lo que debe ser expresado y lo que debe guardarse en secreto, implica honradez y discreción. Sto. Tomás de Aquino (Catecismo de la Iglesia católica, nº 2.469) dirá que por justicia un hombre debe honestamente a otro la manifestación de la verdad (Catecismo de la Iglesia Católica, nº, 2469). Los cristianos, además, tenemos que seguir el ejemplo de Jesús y en todo, es que es el camino, la verdad y la vida. Dios es fuente de toda verdad. Su Palabra es verdad; su Ley es verdad. Jesús está lleno de gracia y de verdad. El vino al mundo para dar testimonio de la verdad (Jn 18, 37). Hasta sus enemigos reconocen la sinceridad de Jesús: «Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad, sin que te importe nadie, porque no te fijas en apariencias» (Mt 22, 16). En él descubrimos la verdad de Dios, la verdad del ser humano y la verdad del cosmos. Jesús nos ha dado el Espíritu Santo, el Espíritu de la Verdad, que nos llevará a la verdad plena (Jn 16, 13). San Pablo nos dirá: «Dejaos de mentiras y, hable cada uno con verdad a su prójimo, que somos miembros los unos de los otros. Malas palabras no salgan de vuestra boca; lo que digáis sea bueno, constructivo y oportuno, así hará bien a los que oyen» (Ef 25 y 30).
Ejemplo tenemos en los mártires: en su boca no se halló mentira (Apoc. 14,5). «Que vuestro hablar sea sí, sí, no, no. Lo que pasa de ahí viene del Maligno» (Mt 5, 17). Solamente «la verdad nos hará libres» (Jn 8, 32), no la libertad nos hará verdaderos como algún político nuestro ha dicho.