+ Mons. Manuel Herrero Fernández, OSA. Obispo de Palencia
Como hemos ido presentando domingo tras domingo, Dios sigue hablando no solo por la creación, por el misterio del ser humano, por la belleza, por las situaciones distintas cuando las vemos con ojos de la fe, o por personas determinadas, por los profetas, antiguos y nuevos, sino, también, por la Sagrada Escritura.
Primero fue la palabra antes que la escritura. En un momento de la historia, el ser humano quiso expresar el mensaje de su palabra en una escritura como medio de comunicación con sus semejantes, para que lo que sentía o pensaba el que hablaba, llegara al corazón del oyente, no únicamente por la voz, sino también por la vista o el tacto.
Así también en la religión judía. Primero fue la palabra de los profetas o las tradiciones del pueblo interpretando su historia a la luz de su fe. Hubo profetas o discípulos suyos que pusieron por escrito sus profecías; también escritores que recogieron tradiciones del pueblo poesías, refranes o sentencias llenas de sabiduría o cánticos que se cantaban en el templo o se rezaban individualmente según las diversas situaciones de dolor, de destierro, de júbilo, de victoria, etc. Algunos libros como obras literarias tardaron muchos años y siglos en concluirse. Así también en los escritos cristianos del Evangelio, como nos dice san Lucas: «Puesto que muchos han emprendido la tarea de componer un relato de los hechos que se han cumplido entre nosotros (en Jesús), como nos los transmitieron los que fueron desde el principio testigos oculares y servidores de la palabra, también yo he resuelto escribírtelos por su orden, ilustre Teófilo, después de investigarlo todo diligentemente desde el principio, para que conozcas la solidez de las enseñanza que has recibido» (Lc 1, 1-2).También tenemos cartas escritas por el mismo San Pablo o san Juan y otros o por personas de sus comunidades.
La Sagrada Escritura está formada por cuarenta y seis escritos del llamado Antiguo Testamento o Primer Testamento y por veintisiete del Nuevo Testamento. Es el libro de la fe que narra la historia de amor de Dios con los hombres, una historia que culmina en Jesucristo. El Antiguo Testamento prepara para el Nuevo testamento, mientras que este da cumplimiento al Antiguo: los dos se esclarecen mutuamente y los dos son verdadera Palabra de Dios (Catec. Igles. Católica, 140). Los dos tienen como clave a Jesús de Nazaret, el Cristo; por eso podemos decir que la fe cristiana no es una religión del libro -la Biblia-, sino de la fe en Cristo; toda la Escritura habla de Cristo y toda la Escritura se cumple en Jesucristo.
¿Cómo leer este libro que es vital para nuestra identidad?
Como toda obra humana hay que tener en cuenta los géneros literarios. No es lo mismo una novela que una poesía, que una crónica de un partido entre dos equipos de futbol o de otro deporte, etc. No es lo mismo un chiste, o un refrán que un discurso del papa o del rey.
Pero necesitamos la ayuda del Espíritu Santo: «Si el Señor no nos introduce, es imposible comprender en profundidad la sagrada Escritura; pero lo contrario también es cierto: sin la Escritura, los acontecimientos de la misión de Jesús y de su Iglesia en el mundo, permanecen indescifrables» (Papa Francisco, Aperuit illis, 1). «Es el Espíritu Santo el que transforma en Palabra de Dios la palabra de los hombres escrita de manera humana... Sin su acción, el riesgo de permanecer encerrados en el mero texto escrito estaría siempre presente, facilitando una interpretación fundamentalista, de la que es necesario alejarse para no traicionar el carácter inspirado, dinámico y espiritual que el texto sagrado posee. Como recuerda el Apóstol: “La letra mata, mientras que el Espíritu da vida” (II Cor 3,6). El Espíritu Santo, por tanto, transforma la Sagrada Escritura en Palabra viva de Dios, vivida y transmitida en la fe de su pueblo Santo» (Aperuit illis, 9). Por eso conviene invocar al Espíritu Santo antes de leer la Escritura y acogerla como don con alegría y disponibilidad.
Es importante ver y conocer cómo la ha acogido y lee el Pueblo de Dios, no ciertos círculos o grupos escogidos.
Para leerla bien y que su lectura sacie nuestra sed espiritual tengo que preguntar: 1º. Qué dice el texto? No hay que dar por supuesto que ya lo sabemos porque lo hayamos oído muchas veces. 2º. ¿Qué me dice como persona, en mi situación e historia? Lo cual indica que hay que leerla desde un diálogo personal con Dios. 3º: ¿Qué nos dice a todos, a la sociedad y al mundo? Y 4º. ¿Qué le digo yo a Dios, cómo le respondo, y no únicamente con palabras o sentimientos, sino con obras de caridad? Porque la Palabra de Dios nos señala constantemente el amor misericordioso del Padre que pide a sus hijos que vivan en la caridad. La vida de Jesús es la expresión plena y perfecta de ese amor divino que no se queda con nada para sí mismo, sino que se ofrece a todos incondicionalmente (Aperuit illis, 13).