Dios nos sigue hablando - VI

Dios nos sigue hablando - VI

+ Manuel Herrero Fernández, OSA. Obispo de Palencia

Sí, sigue hablando a los hombres por la naturaleza, el ser humano, las diversas circunstancias humanas, individuales, sociales por las que atraviesa la historia de la humanidad, por medio de personas concretas, hombres y mujeres. También por los que llamamos profetas.

El domingo pasado hablé de los profetas de Israel, los grandes y los pequeños. Hoy me refiero a otros, como Juan Bautista (Mt 3, 1. 17; 4, 12-14; 11, 1-18; Mc 1-11; 6, 14; Lc 1, 15-25; 1, 55-80; 3, 1-22; 7, 18-33), que al decir de Jesús, es el mayor nacido de mujer, que llamado por Dios desde el seno materno, denunció el mal y la injusticia de Herodes, y el de sectores del pueblo como soldados, publicanos y fariseos.

También a la Virgen María la podemos considerar como profeta cuando en su visita a su prima Isabel desvela el plan de Dios en su Magníficat, o canto de alabanza; dirá «Desde ahora me felicitarán todas las generaciones porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí: su nombre es santo y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. Él hace proezas con su santo brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes; a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia» (Lc 1, 48-55).

El mayor y gran profeta de todos los tiempos es Jesús de Nazaret, el Cristo, como fue reconocido por el pueblo. No sólo es hombre, sino que es el mismo Dios, el Hijo del Padre, lleno del Espíritu desde su concepción. Es la Palabra de Dios que existía desde el principio y por quien fueron hechas todas las cosas, que se hizo hombre (Jn 1, 1 y 14). Sobre Él vino el Espíritu para anunciar la Buena Noticia a los pobres, la libertad a los cautivos, el año de gracia para todos (Lc 4, 14-30). Él es quien nos ha dado a conocer a Dios Padre, su palabra, su voluntad, sus obras. Dirá: «Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre... Lo que yo os digo no lo digo por cuenta propia» (Jn 14, 9-10; 14, 23-24). Sus palabras son espíritu y vida (Jn 6, 63). Él comenzó su misión anunciando el Reino de Dios, prometido desde antiguo en las Escrituras, lo manifestará a los hombres en las palabras, en las obras y con su presencia. Su palabra será como una semilla sembrada en el campo (Mc 4, 14). Pedro confesará: «Tú tienes palabras de vida eterna» (Jn 6, 68). La fe de la Iglesia primitiva la expresará el autor de la carta a los Hebreos cuando dice: «En muchas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a los padres por los profetas. En esta etapa final nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo y por medio del cual ha realizado los siglos. Él es reflejo de su gloria, impronta de su ser. Él sostiene el universo con su palabra poderosa» (Hebr 1, 1-3). San Juan de la Cruz, doctor, poeta y místico español del siglo XVI, dirá: «Porque en darnos, como nos dio a su Hijo, que es una Palabra suya, que no tiene otra, todo nos lo habló junto y de una vez en esta Palabra...; porque lo hablaba antes en partes a los profetas ya lo había hablado antes en Él, dándonos al Todo, que es su Hijo. Por lo cual, el que quisiese preguntar a Dios, o querer alguna visión o revelación, no sólo haría una necedad, sino que haría agravio a Dios, no poniendo los ojos totalmente en Cristo, sin querer otra alguna o novedad» (Subida al Monte Carmelo 2, 22, 3-5; Catecismo de la Iglesia Católica 65).

Los apóstoles fueron profetas de Jesús, enviados por él, para transmitir su palabra y realizar sus hechos. «El que a vosotros escucha a mí me escucha; quien a vosotros rechaza, a mí me rechaza y rechaza al que me ha enviado».

Todos en la Iglesia, desde nuestro Bautismo con la fuerza el Espíritu Santo somos sacerdotes, profetas y reyes. «El pueblo santo de Dios participa también del carácter profético de Cristo dando testimonio vivo de Él, sobre todo con la vida de fe y amor, y ofreciendo a Dios un sacrificio de alabanza, fruto de unos labios que aclaman su nombre... Con el Espíritu el pueblo de Dios, bajo la dirección del magisterio al que obedece con fidelidad, recibe no ya una simple palabra humana, sino la palabra de Dios» (LG, 12). «No hay ningún miembro que no tenga parte en la misión de todo el Cuerpo, sino que cada uno debe venerar a Jesús en su corazón y dar testimonio de Jesús con la inspiración profética» (Vat. II; PO, 2).

En la Iglesia la función profética no la tiene sólo el papa y los obispos, y los sacerdotes, sus colaboradores, sino también los laicos. Jesús los hace sus testigos y les da el sentido de la fe y la gracia de la palabra (Hech 2, 17-18) para que la fuerza del Evangelio brille en la vida diaria, familiar y social (LG, 35). Los obispos y los presbíteros tenemos una misión de anunciar la Palabra de Dios no solo en la Liturgia, sino en la vida. Los miembros de la vida consagrada también, anunciando con la vida los bienes que no pasan.