¿Celebrar la Navidad?

¿Celebrar la Navidad?

+ Mons. Manuel Herrero Fernández, OSA. Obispo de Palencia

¿Es posible celebrar la navidad con lo que está cayendo y estamos viviendo? Porque lo que estamos viviendo no invita a celebrar nada o poco. Las muertes por el coronavirus Covid-19 no terminan; cada día oímos las cifras de muertos y asustan. También la situación de crisis económica que cada vez se hace sentir más en la hostelería, el turismo, el cierre de industrias y negocios. Y hay que añadir el confinamiento, perimetral de un tipo u otros, el toque de queda que suena a guerra, las mascarillas o máscaras que impiden ver el rostro de las personas, el miedo a contagiar o contagiarse al dar un beso o un abrazo a un ser querido, el mantenerse a distancia de los otros, etc... Añadamos la experiencia de la propia fragilidad, del miedo a la enfermedad y la muerte, el dolor por la ausencia de familiares y amigos fallecidos, la pérdida del trabajo, la insuficiencia de los ERTEs, la no llegada del IMV, la incertidumbre ante el futuro, etc.

Todo eso, es verdad, no invita a celebrar como otros años las fiestas de la Navidad, aunque se nos invite a celebrarla con las luces que iluminan nuestras ciudades o pueblos y aunque haya rebajas que invitan al consumismo.

Considero que nada ni nadie nos debe arrebatar la alegría y la esperanza que nos trae la fiesta de la Navidad. Uno de estos días pasados, mientras tomaba un café a la puerta de un bar, me encontré con un abuelo Ramón, que tenía en sus brazos a su nieto de meses, Mario, más contento que unas castañuelas; su alegría y felicidad se notaba en el rostro, al igual que el niño estaba contento y confiado con su abuelo. Y pensaba: si esto pasa en una familia, qué no debe pasar en el corazón de la Iglesia, de cada cristiano y de la humanidad entera, al celebrar la Navidad. Porque el misterio de la navidad nos hace sentir que en Jesús, nacido en Belén, en brazos de María y de José, Dios se hace niño para sonreírnos, para decirnos: «no estáis solos... Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 1, 23; 28, 21). Dios nos ama, Jesús, el Cristo, es nuestro hermano que nos comprende, que se alegra con nosotros, sufre con nosotros, muere por nosotros y resucita para darnos vida. Y «después de esto ¿qué diremos? Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? ¿quién nos separará del amor de Cristo? ¿La aflicción, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada? ... Pero en todo esto vencemos de sobra gracias a aquel que nos ha amado...; nada nos puede apartar del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro» (Rom 8, 31.39).

El papa nos invita a cultivar la amabilidad. «Hay personas que lo hacen y se convierten en estrellas en medio de la oscuridad. La amabilidad expresa un estado de ánimo que no es áspero, rudo, duro, sino afable, suave, que sostiene y conforta. La persona que tiene esta cualidad ayuda a los demás a que su existencia sea más soportable, sobre todo cuando cargan con el peso de los problemas, urgencia y angustias. Es un a manera de tratar a los otros que se manifiesta de diversas formas: como amabilidad en el trato, como un cuidado para no herir con las palabras o gritos, como un intento de aliviar el peso de los demás. Implica decir palabras de aliento que reconfortan, que fortalecen, que consuelas, que estimulan, en lugar de palabras que humillan, que entristecen, que irritan, que desprecian.

La amabilidad es una libración de la crueldad que a veces penetra las relaciones humanas, de la ansiedad que no nos deja pensar en los demás, de la urgencia distraída que ignora que los otros también tienen derecho a ser felices. Hoy no suele haber ni tiempo ni energías disponibles para detenerse a tratar bien a los demás, a decir “Permiso”, “perdón”, “gracias”» (Fratelli Tutti, 222-224).

Amabilidad es regalar una sonrisa, decir una palabra que estimule, es escuchar al otro en medio de tanta indiferencia. Es jugar con los hijos, con los nietos, es pararse ante el vecino o la vecina, ante el otro o la otra y preguntarle: “¿Qué tal estás?” Así seremos artesanos de la paz, de aquella paz que los ángeles cantaban en la Nochebuena primera: «GLORIA A DIOS EN EL CIELO, Y EN LA TIERRA PAZ A LOS HOMBRES DE BUENA VOLUNTAD» (Lc 2, 14).

¡Feliz Navidad, hermanos y hermanas! ¡Feliz Navidad a todos!