+ Mons. Manuel Herrero Fernández, OSA. Obispo de Palencia
Estamos todos desando que se levanten las medidas de confinamiento para vernos, abrazarnos, restablecer relaciones. Y es normal después de tantos meses.
Te propongo que en esta Pascua de Resurrección y en esta primavera realices un viaje, una excursión. No se trata de levantar un sector de nuestra economía como el turismo. No necesitas dinero, ni coche, ni mapas; sólo voluntad y coraje, valentía. ¿Dónde buscar la verdad, la paz interior? ¿Dónde encontrar descanso verdadero? ¿Dónde encontrar alegría no efímera? ¿Dónde buscar las raíces para renacer? San Agustín nos dice: «No quieras ir fuera; entra dentro de ti: en el interior del hombre habita la verdad; y si te encuentras tu naturaleza mudable, trasciéndete a ti mismo» (De vera religione, XXIX, 72).
Cómo necesitamos volver sobre nosotros mismos; muchas veces estamos volcados en los problemas de cada día, en lo exterior, en las cosas, en la naturaleza, en los negocios, en las preocupaciones de cada día y estamos desasosegados, con stress, inquietos, intranquilos, desengañados, infelices. «Vuelve a ti, sondéate, considérate, examínate a ti mismo» (San Agustín, serm. 52, 17).
Lo necesitamos todos, pero cuesta. Estamos pendientes de los partidos de futbol, de lo que dicen los políticos, de la economía, y es normal, pero cuánto tiempo dedicamos a conocernos a nosotros mismos, nuestros sentimientos, razones, nuestros anhelos y deseos. Y no se trata de algo imposible, o de ir al psicólogo si no es necesario; se trata de reflexionar, de volver sobre nosotros mismos, entrar en nuestra conciencia, de conocernos, de descubrir nuestros grandes ideales, los grandes proyectos, nuestras relaciones con los demás, con los amigos, con la familia filiación, fraternidad, esponsalidad, paternidad y maternidad, con el grupo al que pertenecemos (pueblo, región, nación, continente, humanidad), con la situación que vivimos como consecuencia de la pandemia que nos afecta y que ha hecho tambalearse tantas cosas en nuestra convivencia; se trata de hacer turismo interior, en el interior de la persona. Muchas veces deseamos visitar países lejanos, montañas altísimas, paisajes que nos llenan de admiración, ciudades llenas de arte; y ¿no descubriremos la grandeza, también la miseria, que nos habitan? Puede ser que al entrar en nosotros mismos encontremos nuestro interior en guerra, nuestro hogar en lucha con nosotros mismos, entre nuestro querer, desear y ser, nuestro pecado, fragilidad y limitación y por eso volvemos otra vez a ir fuera. Quien tiene oprimido el corazón por la mala conciencia, es como el que entra en su casa y la encuentra llena de humo por un incendio, que hace que todo sea irrespirable. Así es el que sale de si e intenta buscar la paz interior en la bebida, en la droga, en una vivencia de la sexualidad sin integrarla en el amor, en los espectáculos. ¿Qué hacer? ¿Resignarnos, dar la batalla por perdida, tirar la toalla? Nada de eso. Lo que hay que hacer es limpiar la propia casa, la propia conciencia, el corazón.
Hay luz, hay una paz, hay un fuego que no te llenará de humo. Está Dios; Dios está en ti; ábrele la puerta de tu vida; Él te creó. Mira a Jesucristo, mira su persona, empápate de su palabra, de su amor; ábrele a Él tu vida, con sus alegrías y penas, con sus grandezas y miserias, que Él te quiere y ama, te entiende. Él no quiere tu infelicidad, sino todo lo contrario; por nosotros y por nuestra salvación se hizo hombre en Jesús, se hizo tu compañero y amigo: Dios no es enemigo del hombre, sino aliado del ser humano, él ama y perdona nuestros pecados, nuestros desvaríos. Es nuestra luz para nuestra oscuridad; es nuestra paz para nuestras guerras, es el fuego que enciende nuestro corazón y lo llena de su amor.
Para hacer este proceso tenemos, pienso, que dedicar cada cierto tiempo a reflexionar. Puede ser en la misma casa, en un lugar de la misma donde podamos estar tranquilos, o en el silencio de una iglesia, o en un monasterio o casa de espiritualidad de nuestra diócesis, donde puedes retirarte y encontrar personas, monjes o monjas, que te ayuden en esta aventura. Gracias a Dios tenemos estas posibilidades. También puede ayudarnos el acercarnos a los pueblos de nuestra provincia y entrar en contacto y diálogo con sus gentes, muchas de ellas, llenas de sabiduría y de la ciencia d la vida. Si intentamos entrar en esta experiencia, nos encontraremos unidos a muchas otras personas que también buscan la paz, personal y social como nosotros; no es un ensimismarse egoístamente y cerrarse a los demás; es más, nos puede acercar más a los otros para entenderlos, comprenderlos y ayudarlos más eficazmente.