+ Mons. Manuel Herrero Fernández, OSA. Obispo de Palencia
El 8 de diciembre de 2020 el papa Francisco nos sorprendió con una carta apostólica titulada Patris Corde -con corazón de padre-, dedicada a San José con motivo del 150 aniversario de la declaración por el papa Beato Pio IX como Patrono de la Iglesia Universal. En ella el papa nos presenta una radiografía, por decirlo así, del corazón de San José porque así ama a Jesús, llamado en los cuatros evangelio como el hijo de José.
El papa destaca varias virtudes de san José como padre de la familia de José y María; entre ellas, como marcándolo todo e impregnándolo todo, el amor, que se expresa en la ternura, en la obediencia, en la acogida, en la valentía creativa, en la sombra y en el trabajo.
La relación de san José con el trabajo ya la destacaba el papa León XIII en su célebre encíclica Rerum Novarum -de las cosas nuevas-, la primera encíclica social de los tiempos modernos a la cual han seguido otras que siempre la han tenido como referencia para iluminar la situación social con la luz del Evangelio.
El papa destaca que san José era un carpintero que trabajaba honestamente para asegurar el sustento de su familia. De él aprendió Jesús el valor, la dignidad y la alegría que significa comer el pan que es fruto del trabajo.
En nuestros días el trabajo parece haber vuelto a representar una, sino la más urgente, clave de la convivencia y la cuestión social. El desempleo, también en Palencia, en España, en Europa, en el mundo entero, sobre todo en los países más pobres alcanza niveles impresionantes. Habíamos alcanzado un cierto bienestar, pero entre otras cosas, la pandemia, ha puesto de manifiesto las debilidades de nuestra sociedad. Las cifras de parados entre nosotros, en España, asustan; volvemos a los cuatro millones, sin contar con los que están en ERTEs, y sin hablar de la calidad del trabajo, muchas veces indecente; no porque trabajar sea indecente, sino porque las condiciones no son dignas del hombre o de la mujer.
Hoy tenemos que volver a retomar la conciencia para comprender la importancia y el significado del trabajo, de su dignidad y necesidad en esta sociedad para que nadie quede excluido. Debe ser una de las prioridades de la sociedad ahora, urgentemente, y siempre, si es que queremos sobrevivir y vivir. Tenemos socialmente que revisar nuestras prioridades.
Desde la enseñanza cristiana el trabajo tiene una dignidad incluso divina, porque Dios trabajó y sigue trabajando en la creación entera. Jesús trabajó con su manos y María y José también. Con el trabajo, aunque sea el más humilde, el ser humano colabora con Dios, qué dignidad, en la creación. Es más, participa con Dios en la obra de la salvación, porque hasta la creación entera está clamando por su liberación de las fuerzas del mal y de nuestro uso cuántas veces abusivo. El trabajo supone, si lo vivimos desde la conciencia y la responsabilidad, pensando en los demás no en el propio y único enriquecimiento, como una forma de adelantar el Reino de Dios, el reino de la justicia, de la paz, de la verdad, de la vida, una forma de que todo tenga a Cristo por cabeza, modelo y referencia. El trabajo es un medio necesario para que cada persona pueda desarrollar sus potencialidades, y capacidades y cualidades -los talentos que Dios nos ha regalado cuando hemos venido a la vida-. Unas cualidades, capacidades y potencialidades que hemos de poner al servicio no del egoísmo, ni del bien exclusivo, sino al servicio de nuestra familia.
Una familia que carece de trabajo, subraya el papa, queda expuesta y lo sabemos, a múltiples dificultades, tensiones aún a la disolución y al servicio de toda la familia humana, sobre todo de los más necesitados y pobres, porque todos somos hermanos, como nos recuerda el papa Francisco en las Encíclicas Laudato Si y Frattelli Tutti y como lo reconocemos los cristianos cuando rezamos la oración que Jesús nos enseñó, el Padre Nuestro. No mío sólo, como si cada uno de nosotros fuera el hijo único y mimado, sino hijo en el Hijo de Dios, Jesucristo, y hermano también en Él de todos, los creyentes y no creyentes, los de derechas y los de izquierdas, los del Norte y los del Sur, para hacer de nuestro mundo un mundo más humano, más fraterno, más según el proyecto de Dios, manifestado en Cristo y alentado por su Santo Espíritu, y más en conformidad con nuestras aspiraciones más profundas, sembradas y arraigadas por Dios en nuestro interior.
Oremos y trabajemos porque el trabajo es cosa de todos y una sociedad donde el derecho al trabajo decente sea anulado o sistemáticamente negado y donde las medidas de la política económica no permitan a los trabajadores alcanzar niveles satisfactorios de ocupación, no puede conseguir su legitimación ética ni la justa paz social (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 288),