¿Qué puedo hacer frente la Ley de la Eutanasia?

¿Qué puedo hacer frente la Ley de la Eutanasia?

+ Mons. Manuel Herrero Fernández, OSA. Obispo de Palencia

Sin duda que todos estamos enterados, más o menos, del debate, escaso, que se ha tenido en España sobre el proyecto acerca de la eutanasia.

Estamos más o menos enterados y tenemos que saber que esa ley, aprobada por el Congreso de los Diputados, entra en vigor en torno al 25 de junio próximo. El Boletín del Estado la ha publicado el día 25 de marzo, -¿no podían haber buscado otro día distinto no en el que los católicos celebramos la Encarnación del Señor, es decir, el día en el que la Hijo de Dios tomó nuestra naturaleza humana en las entrañas de la Virgen María, y fastidiar menos?- firmada por el Rey y por el Presidente del Gobierno.

Esta ley se ha hecho casi sin discusión en el parlamento y en la sociedad civil, hurtando así un derecho democrático, y con ella se ha querido poner en la órbita progresista, en el campo de la muerte, a la sociedad española. Es verdad que otras naciones ya la tienen reconocida como un derecho de la persona, como Holanda, Bélgica, Luxemburgo, Canadá, Nueva Zelanda y Colombia. Pero eso no justifica nada. Porque uno se tire a un pozo yo no tengo porqué tirarme.

¿Cuál es la postura de los católicos al respecto?

En primer lugar, tenemos que decir que, además del quinto mandamiento de la Ley de Dios, que sigue en vigor, como expresión de la ley máxima de Cristo, “amar como yo os he amado” (Jn 13, 34-35), dice: “No matarás” (Ex 20, 13), la ley del amor va más allá: defenderás la vida, amarás la vida, protegerás la vida, cuidarás la vida tuya y la de los demás hasta su muerte natural. Hay muchas declaraciones de la Conferencia Episcopal Española -unas 16- que nos lo recuerdan; puedes verlas en la página web de la Conferencia Episcopal. Te recomiendo dos: Un documento sobre: “La eutanasia. 100 cuestiones y respuestas sobre la defensa de la vida humana y la actitud de los católicos”, del 14 de febrero de 1993 y otra, de las últimas, “Sembradores de esperanza. Acoger, proteger y acompañar en la etapa final de la vida”, de 1 de noviembre de 2019.

Considero que lo primero que tenemos que tener es las ideas claras, saber que dicen las palabras, porque nos podemos y nos pueden engañar. Con la expresión “eutanasia”, que significa “buena muerte”, se nos quiere colar muchas cosas. Algunos la interpretan como muerte digna, que para ellos quiere decir: “yo soy dueño de mi vida; yo muero cuando quiera”. Pero la vida no es una propiedad persona, es un don de Dios que nos llega por medios de nuestros padres, y que se recibe gratuitamente. Según dice la ley, se trata de dar respuesta jurídica, sistemática, equilibrada y garantista a una demanda sostenida de la sociedad actual. Habría mucho que hablar sobre estas calificaciones de la ley, pero no soy el más indicado, porque no soy médico ni jurista. Lo que sí es verdad es que no responde a la concepción antropológica del hombre según la Doctrina Social de la Iglesia. Para los cristianos la persona es digna siempre, con independencia de cualquier condicionamiento. Su dignidad es inviolable y su vocación trascendente están enraizadas en la esencia de nuestro mismo ser. Morir con dignidad significa para los cristianos morir con el menos dolor posible y a su tiempo natural, habiendo sido informado adecuadamente, y participando en todas las decisiones importantes que nos afecten, también con la ayuda espiritual que precisemos, porque la persona no es sólo materia, también es espíritu.

La eutanasia plantea la muerte como solución al dolor, pero no acaba con el sufrimiento sino con la vida; no aporta soluciones, sino que acaba con la vida del que sufre. Es más: resulta contradictorio defender la eutanasia hoy, cuando la medicina ofrece alternativas con los cuidados paliativos como nunca los ha había habido hasta ahora, para atender a los enfermos en la última fase de sus vidas. La eutanasia y el suicidio asistido son una derrota para todos. No es compasión. Que es padecer con, no abandonar nunca a los que sufren, no rendirse nunca, sino cuidar y amar para dar esperanza porque “hay enfermos incurables, pero no incuidables”.

Además, la vida humana no es cuestión de uno sólo, del individuo, es también un regalo para los otros y no les puedo privar de ese regalo. Nuestra vida es también para nuestros padres, para nuestros hermanos, sobrinos, amigos... somos para los demás. No lo olvidemos. Es verdad que la enfermedad y la ancianidad suponen para la familia un desafío emocional, un esfuerzo económico y desgastes familiares de diverso calado. El paciente lo ve, entiende y sufre. Por eso es importante asegurar el sostenimiento de estas personas y también el soporte adecuado para que la familia pueda hacer frente al desafío que supone el sufrimiento de uno de sus miembros.

Uno de estos medios es el Testamento Vital, del cual trataré el domingo que viene.