La misión de los cristianos

La misión de los cristianos

+ Mons. Manuel Herrero Fernández, OSA. Obispo de Palencia

El domingo pasado celebrábamos la Ascensión del Señor. Ascendió a los cielos, pero ¿por qué? Porque primero se había abajado del cielo a nosotros; siendo Dios, el Hijo de Dios, se hizo hombre, se anonadó por amor a nosotros, para hacernos hijos de Dios y herederos de su misma gloria.

¿Cuál es camino para ascender con él? Es bajar, es seguir el camino de Jesús, caminar tras sus huellas, amar como Él nos amó, entregando nuestra vida, nuestro tiempo, nuestras cualidades y dones, como Él lo hizo, por los demás. Dicho con breves palabras: Amar como Él nos ha amado (Jn 15, 9).

¿Qué hacer, movidos por el amor, como Él? El Evangelio del pasado domingo, de san Marcos nos señalaba: «“Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y sea bautizado se salvará; el no crea será condenado. A los que crean, los acompañarán estos signos: echar demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos, y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos y quedarán sanos”. Después de hablarles, el Señor Jesús fue llevado al cielo y se sentó a la derecha de Dios. Ellos se fueron a predicar por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban» (Mc 16, 15-20).

Primero nos dice a todos: “Id”. No se trata de estar parados, sin hacer nada, mirando al cielo sino de salir. Así nos lo pide el, papa y el Mismo Jesús. Salir de nuestras comodidades, rutinas, horarios, costumbres; y salir al mundo entero, que comienza por mi familia, por mi entorno vecinal, por nuestra Palencia, por nuestra Castilla y León, por España, por Europa, etc. Ese es nuestro mundo. Tenemos que dar gracias aquí por tantos misioneros y misioneras, sacerdotes, religiosos y religiosas, laicos y laicas que han salido de esta tierra y se han sembrado en el mundo entero y han dado fruto en España. América, Asia y África. Estamos orgullosos de ellos.

¿Qué hacer? Promover la fe, llevar el Evangelio y bautizar. No como un escrito sólo, sino como una persona, que es Jesús de Nazaret, Él es el Evangelio vivo, del cual nos hablan los evangelios escritos. De Él son testigos nuestros misioneros y misioneras. Ellos son evangelios vivos, Jesús viviendo en ellos y entregándose en ellos. Para eso tenemos que identificarnos cada vez más con Jesús, con su persona, su Espíritu, con sus sentimientos, pensamientos, actitudes y obras. Bautizar no es sólo echar agua invocando al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, sino introducir en su vida, en su misterio de amor, en su Iglesia.

Las obras que señala el evangelio, cuya clave última y secreta es el amor, se concretarán en echar demonios: es decir, expulsar de nosotros mismos y de nuestra convivencia los demonios que nos dividen, el mal que nos separa y nos aleja de Dios, el egoísmo, el culto al dinero, al poder y al placer, no a la felicidad; “hablar lenguas nuevas”, no se trata de hablar ahora todos inglés, francés, , chino, etc., sino la lengua que todos entienden que es el lenguaje del amor; cogerán serpientes con sus manos, que yo traduzco, coger el toro por los cuernos, es decir, enfrentarnos al mal sin andar haciendo componendas, ni cobardías, ni complejos, denunciándolo a la luz del alba, sea quien sea, nos cueste lo que nos cueste, como lo hizo el mismo Jesús. Ante las autoridades de su tiempo, tanto religiosas como civiles, ante Herodes y Pilato. Y si beben un veneno mortal... ser precavidos, sagaces como serpientes y sencillos como palomas (Mt l0, 16), no ser ingenuos y bobalicones y creer que todo el mundo es bueno, y todo el monte es orégano y, sobre todo confiar en Dios en la adversidad, apoyarnos unos en los otros y en su amor providente y misericordioso.

Termina con la atención a los enfermos imponiéndoles las manos. Imponer las manos es bendecir, hacer bien, cuidar a los enfermos del cuerpo y del alma. En casa y en los hospitales, que no por casualidad los primeros hospitales de la historia, aunque fueran muy deficientes, los hicieron los creyentes, entre nosotros hospitales de peregrinos, de enfermos, con las figuras de San Juan de Dios o san Benito Menni, nuestros abuelos y abuelas, tantas cofradías que no se limitaban a orar al Señor o a un santo, sino socorrer a los necesitados de múltiples maneras.

Y todos esto mejor asociados, unidos, en comunión de unos con otros, en comunidad de pensamiento, sentimiento y obra, como lo quiere hacer de forma renovada la Acción Católica. El Señor necesita nuestra ayuda para seguir realizando su misión, establecer el Reino y nosotros le necesitamos a Él. No nos deja desamparados y solos, nos acompaña con su presencia y la actuación invisible, pero real de su Santo Espíritu.