+ Mons. Manuel Herrero Fernández, OSA. Obispo de Palencia
El papa Francisco nos ofrecía el pasado 1 de enero un mensaje para la celebración de la 55 Jornada Mundial de la Paz. En el mensaje proponía tres caminos para construir una paz duradera: el diálogo entre generaciones, como base para la realización de proyectos compartidos; la educación, como factor de libertad, responsabilidad y desarrollo, y, por último, el trabajo para una plena realización de la dignidad humana. Los tres caminos quieren expresar la cultura del cuidado a la que el papa nos invita reiteradamente. Estos tres elementos son esenciales para la gestación de un pacto social, sin el cual todo proyecto de paz es insustancial.
Terminaba el papa hablando de la educación y señalando que «invertir en la instrucción y en la educación de las jóvenes generaciones es el camino principal que las conduce, por medio de una preparación específica, a ocupar de manera provechosa un lugar en el mundo del trabajo» (Mensaje, final del 3).
El punto 4 del mensaje se titula: “Promover y asegurar el trabajo construye la paz”. Y comienza el papa afirmando que: «el trabajo es un factor indispensable para construir y mantener la paz; es expresión de uno mismo y de los propios dones, pero también es compromiso, esfuerzo, colaboración con otro, porque se trabaja siempre con o por alguien. En esta perspectiva marcadamente social, el trabajo es el lugar donde aprendemos a ofrecer nuestra contribución por un mundo más habitable y hermoso».
Por trabajo se entiende todo tipo de acción realizada por el hombre, independientemente de sus características o circunstancias; significa toda actividad humana que se puede o se debe reconocer como trabajo entre las múltiples actividades de las que el hombre es capaz y a las que está predispuesto por la naturaleza misma en virtud de su humanidad. Hecho a imagen y semejanza de Dios en el mundo visible y puesto en él para que dominase la tierra, el hombre está llamado al trabajo. El trabajo es una de las características que distinguen al hombre del resto de las criaturas» (S. Juan Pablo II, L.E. Introd.)
La situación del mundo del trabajo, que siempre ha planteado múltiples desafíos como lo ha recogido la Doctrina Social de la Iglesia -quién no recuerda la encíclica Laborem exercens de San Juan Pablo II, de 1981, celebrando los 90 años de la llamada primera encíclica social Rerum Novarum de León XIII-, y que es la clave de la cuestión social, se ha visto agravado por la pandemia del Covid-19, y sigue después de las diversas mutaciones del virus como Delta, Ómicron y lo que venga. El virus ha hecho que muchas actividades económicas y productivas hayan quebrado y los trabajadores de las mismas se hayan visto abocados a la precariedad.
El impacto de la crisis sobre la economía informal, que generalmente afecta a los trabajadores migrantes, es mayor y ha sido, dice el papa, devastador, con todas las consecuencias sociales y familiares que acarrea, expuestos a diversas formas de esclavitud, aumento de violencia y criminalidad organizada, sofocando la libertad y la dignidad de las personas y envenenando la economía e impidiendo que se fomente el bien común.
El trabajo es la base sobre la cual se construyen en toda comunidad la justicia y la solidaridad. Por eso «no debe buscarse que el progreso tecnológico reemplace cada vez más el trabajo humano, con lo cual la humanidad se dañaría a sí misma. El trabajo es una necesidad, parte del sentido de la vida en esta tierra, camino de maduración, de desarrollo humano y de realización personal». Tenemos que unir las ideas y los esfuerzos para crear o inventar condiciones, para que todo ser humano en edad de trabajar tenga la oportunidad de contribuir con su propio trabajo a la vida de la familia y de la sociedad.
Afirma el papa Francisco que hoy es más urgente que nunca el promover condiciones decentes y dignas, orientadas al bien común y al cuidado de la creación. Para eso en necesario asegurar y sostener la libertad de iniciativas empresariales y, a la vez, impulsar una responsabilidad social renovada para que el beneficio no sea el único principio rector. Invita el papa a estimular, acoger y sostener las iniciativas que instan a las empresas al respeto de los derechos humanos fundamentales de los trabajadores, sensibilizando no sólo a las instituciones, sino también a los consumidores, a la sociedad civil y a las realidades empresariales; estas últimas, cuanto más conscientes sean de su función social, más se convierten en lugares en los que se ejercita la dignidad humana, participando así a su vez en la construcción de la paz. Hay que promover el justo equilibrio entre la libertad económica y la justicia social; una guía se puede encontrar en la Doctrina Social de la Iglesia.
Termina el papa el mensaje llamando a todos a ser artesanos de la paz cada día sin hacer ruido, con humildad y perseverancia.
Oremos a Jesús, nuestra paz, para que seamos artesanos de la paz, comenzando en nuestro corazón, y siguiendo por familia y sociedad.