+ Mons. Manuel Herrero Fernández, OSA. Obispo de Palencia
El pasado martes conocimos la noticia de la aprobación por el Consejo de Ministros de la nueva reforma de la ley del aborto. Se ha hablado mucho las semanas pasadas sobre esta nueva ley que va a permitir a las niñas de 16 a 17 años abortar sin permiso de sus padres; con este tema, se ve que, para despistar, se ha metido de rondón el tema de la regla de las mujeres en situaciones dolorosas, endometriosis, si van a tener días de baja con cargo a la Seguridad Social o con cargo a las empresas.
Hace ya tiempo, años, creo que 12, que estamos esperando que el Tribunal Constitucional se defina sobre la ley del aborto y sus ampliaciones. No sé cómo tardan tanto, si es por exceso de trabajo, por desidia, por no comprometerse, por imaginar que la ciudadanía se ha olvidado del tema, o por dificultades internas para no dar la imagen de que están divididos por hacer del aborto un tema político, cuando este tema no es ni derechas ni de izquierdas, sino profundamente humano. Lo que sí es verdad es que no están cumpliendo con lo que dese ser el ejercicio de la justicia, que no debe ser eterna, sino justa y rápida; debería haber una ley que marcara plazos en las sentencias para seguridad del pueblo. No es únicamente un problema alegal es un problema ético y moral.
Creo que detrás del tema está el tema de si tragamos el aborto como derecho de la mujer, que es la cuna de la vida, cuando es un acto que suprime la raíz de todos los derechos, el derecho primero y principal que sustenta todos los demás, porque va contra la vida del engendrado, pero no nacido. Además, es un contrasentido que cuando nos quejamos que en España la situación de la población y su envejecimiento es un gran problema ahora y lo será más dentro de unos 30 años, con graves consecuencias para toda la sociedad.
¿Qué postura debemos mantener los cristianos al respecto?
Primero, estar siempre a favor de la vida. Dios es el Dios de la vida, el que nos la ha dado y regalado por medio de nuestros padres, el que es amigo de la vida y Dios de vivos, no de muertos (Cfr. Lc. 20, 38). El quinto mandamiento nos recuerda que está prohibido el matar, o dicho positivamente, que tenemos que defender la vida. No podemos desentendernos, porque Dios nos dirá como a Caín: «¿Dónde está tu hermano Abel?» (Gen 4, 9). Incluso Dios defiende la vida de Caín y dice: «El que mate a Caín lo pagará siete veces» y le pone una señal para que, si alguien lo encontraba, no lo matase (Gen 4, 15). Jesús, el Señor, es el que ha venido para que tengamos vida y vida abundante (Jn, 10,10), plena, temporal y eterna, y ha entregado su vida hasta la muerte para darnos vida. El Espíritu Santo es Señor y dador de vida.
En segundo lugar, creo que debemos estar a favor de la vida no nacida, o de la vida de las personas mayores rechazando la eutanasia, cuidando nuestra vida y la vida de todos, especialmente de los más débiles. Considero que debemos pedir que las autoridades favorezcan la vida y la vida familiar, no sólo con declaraciones, sino con políticas efectivas que vayan acompañadas no sólo de buenas palabras, sobre todo en tiempos de elecciones, sino de medidas económicas y sociales como subsidios por hijos, conciliación laboral, etc.
En tercer lugar, se debe educar en la concepción de una sexualidad integral, sin separarla del amor, sino como una dimensión de la persona, comenzando por la propia familia y también en la educación tanto familiar como escolar y en la catequesis de la comunidad cristiana.
También debemos defender el derecho a la objeción de conciencia. La Conferencia Episcopal Española ha publicado el 25 de marzo de este año una nota doctrinal al respecto muy clarificadora e iluminadora que invito a leer y obrar en consecuencia. «El ser humano se caracteriza por tener conciencia de su propia dignidad y de que la salvaguarda de la misma está unida al respeto de su libertad. La convicción de que ambas son inseparables y de que todos los seres humanos, sea cual sea su situación económica o social, tiene la misma dignidad, y, por ello, derecho a vivir en libertad, constituye uno de los avances más importante en la historia de la humanidad. Jamás tuvieron los hombres un sentido tan agudo de la libertad como hoy. La aspiración a vivir en libertad está inscrita en el corazón del hombre. La libertad no se puede separar de los otros derechos humanos, que son universales e inviolables. Por tanto, requieren ser tutelados en su conjunto, hasta el punto de que una protección parcial de ellos equivaldría a su no reconocimiento... En el ejercicio de su libertad, cada persona debe tomar aquellas decisiones que conducen a la consecución del bien común de la sociedad y del propio bien personal. Junto con la libertad Dios ha concedido al hombre la conciencia para que pueda conocer en cada momento lo que es bueno o malo... El ciudadano tiene obligación en conciencia de no seguir las prescripciones de las autoridades civiles cunado estos preceptos son contrarios a las exigencias del orden moral, a los derechos fundamentales de las personas o a las enseñanzas del Evangelio». (“Para la libertad nos ha liberado Cristo” (Gal 5, 1). Nota Doctrinal sobre la objeción de conciencia. Ed. Edice, Madrid, 2022).