+ Mons. Manuel Herrero Fernández, OSA. Obispo de Palencia
El pasado 24 de septiembre el papa Francisco se reunió con un grupo numeroso de jóvenes en Asís, respondiendo a una llamada e invitación del propio Papa. Previamente, el 1 de mayo de 2019 les había escrito una carta cuyos destinatarios eran los jóvenes que se están formando o están estudiando cómo poner en práctica una economía diferente, la que hace vivir y no mata, que incluye y no excluye, que humaniza y no deshumaniza, que cuida de la creación y no depreda.
En ella los invitaba a llegar a un pacto para cambiar la economía actual y dar un alma a la economía del mañana. Los invitaba a ir a Asís, cuidad emblemática de la cultura de la paz y lugar inspirador de una nueva economía que pueda dar esperanza a los más pobres y a toda la humanidad, una economía necesaria para la casa común, nuestra “madre tierra”, como dice San Francisco en su Cántico de las criaturas. San Francisco de Asís es ejemplo del cuidado de los débiles y de una ecología integral. Jesús Crucificado le dijo: «Repara mi casa, que, como ves, está en ruinas»; y no se refería a la pequeña Iglesia de San Damián, sino a toda la Iglesia, a toda la sociedad y al corazón de toda persona, también del medio ambiente, que, decía el papa, necesita con urgencia una economía saludable y un desarrollo sostenible que cure sus heridas y garantice un futuro digno.
El papa invita a todos, pero sobre todo a los jóvenes, “profecía del futuro”, con sus deseos de un porvenir hermoso y feliz, a ser protagonistas del cambio. También invita a todos los economistas y estudiosos a sumarse. Y con el nombre de “economía de Francisco” no se refiere el papa a su proyecto particular, sino a San Francisco y al Evangelio.
El papa les convocaba a reunirse en 2020; muchos grupos de jóvenes reflexionaron sobre esta economía de Francisco. Pero deseaban tener un encuentro con el papa, que tuvieron el 24 del mes pasado. Resumo su pensamiento.
Se trata, dice el papa, de cambiar un sistema enorme y complejo de la economía mundial, no sólo de las finanzas, desde las raíces humanas. Es consciente el papa de que la época no es fácil por la crisis ambiental, la guerra en Ucrania y otras guerras que siguen en varios países. Les dice que están llamados a convertirse en artesanos y constructores de la casa común que está en ruinas. La economía que propone San Francisco es la economía de la casa común y de la paz que no mata, sino da vida en todas sus dimensiones. Llegar a este buen vivir, que no es pasarlo bien. Los jóvenes tienen que ser profetas, portadores de un espíritu de ciencia y de inteligencia; cuando en la sociedad faltan las capacidades de los jóvenes toda la sociedad se marchita, se apaga la vida, falta creatividad, optimismo, entusiasmo y valentía para arriesgar.
La economía que propone Francisco debe incluir una nueva visión del medio ambiente y de la tierra, e imitar la economía de las plantas que saben cooperar con todo el ambiente circundante y, cuando compiten, en realidad están cooperando por el bien del ecosistema. Tenemos que aprender de la mansedumbre de las plantas, su humildad y silencio. Esta economía debe comenzar, como principio universal, por reparar los daños. Si hemos abusado del planeta y de la atmósfera, tenemos que aprender a hacer sacrificios en los estilos de vida aún insostenibles. Debemos buscar una sostenibilidad no sólo medioambiental sino también social, relacional y espiritual.
La sostenibilidad social implica caer en la cuenta de que el grito de los pobres y de la tierra es el mismo grito. Mientras tratamos de salvar el planeta, no podemos descuidar al hombre y la mujer que sufren. La contaminación que mata no es sólo la del dióxido de carbono, sino también la desigualdad que contamina nuestro planeta.
También tacha de insostenibles las relaciones de las personas que se están empobreciendo en muchos países: la familia que sufre grave crisis y con ella la acogida y la custodia de la vida. El consumismo actual trata de llenar el vacío de las relaciones humanas con mercancías cada vez más sofisticadas que, aun así, generan una carestía de felicidad.
También habla de la insostenibilidad espiritual de nuestro capitalismo. El hombre y la mujer, antes de ser un buscador de bienes es un buscador de sentido; este es el primer capital porque da razones para levantarse cada día e ir al trabajo. La técnica puede hacer mucho, nos enseña el “qué” y el “cómo” hacer, pero no nos dice “por qué” y así nuestras acciones son estériles y no llenan la vida, ni siquiera la vida económica.
Nos llama a poner en el centro a los pobres: a partir de ellos hay que mirar la economía, a partir de ellos mirar el mundo. Sin la estima, el cuidado y el amor por los pobres, por cada persona pobre, por cada criatura frágil y vulnerable, desde el no nacido a la persona enferma o discapacitada, el anciano en dificultad no hay economía de Francisco. Esta economía no puede limitarse a trabajar por y con los pobres; los pobres tienen que ser protagonistas del cambio. Y para eso tenemos que amar la pobreza, que no es la miseria, sino la austeridad en el vivir. Nosotros no debemos amar la miseria sino combatirla creando trabajo digno, estimando a los pobres como personas y hermanos.
Finalmente, el papa llama a la acción, para ello conocer a los pobres, mirar al mundo con los ojos de los pobres, ser sus amigos; no olvidarse del trabajo, ni de los trabajadores. Las ideas son necesarias, pero han de convertirse en “carne”. Tenemos que emplear la cabeza, el lenguaje del pensamiento, pero también el del sentimiento, el del corazón y el de las manos la acción.
+ Mons. Manuel Herrero Fernández, OSA
Obispo de Palencia