+ Mons. Manuel Herrero Fernández, OSA. Obispo de Palencia
Para el cristiano siempre estamos en tiempo de esperanza; pero especialmente en el Adviento. Y estamos hoy en el IV Domingo de adviento. Hoy, justamente celebra la Iglesia, por influencia del rito mozárabe, (antiguo rito litúrgico de la Iglesia Española, en tiempos de los Visigodos y que continúa celebrándose en Toledo y algunos días en algunas Iglesias como en nuestra Basílica de San Juan de Baños, en Baños de Cerrato el día de San Juan Bautista), la Santa María de la Esperanza, o la Virgen de la O por las antífonas de la oración de la tarde que comienzan con Oh... En nuestra Diócesis también algunas parroquias celebran esta fiesta como Dueñas, Villerías y, aquí en Palencia, tenemos la Iglesia de las Agustinas Recoletas con el título de la Expectación del Parto. Por cierto, que también en esa Iglesia tiene sus imágenes la Cofradía de la Sentencia, con la imagen de Jesús y Santa María de la Esperanza.
Considero que es bueno leer o releer la encíclica del Papa Benedicto XVI titulada Spe Salvi -salvados en esperanza- sobre la Esperanza Cristiana. Esta encíclica, además de una introducción sobre la fe y la esperanza, trata sobre la esperanza basada en la fe en el Nuevo Testamento y en la Iglesia primitiva, y algunos temas sobre la esperanza en la vida eterna, si es individualista o no, la esperanza en el mundo moderno, la verdadera fisonomía de la esperanza cristiana y “lugares” de aprendizaje y del ejercicio de la esperanza, comenzando con la oración como escuela de esperanza, el actuar y sufrir como lugares de aprendizaje de la esperanza y el Juicio final como lugar de aprendizaje y ejercicio de esperanza, terminando con María, estrella de la esperanza.
La persona, sea creyente o no, se define por el objeto de su esperanza. Nos identificamos con lo que buscamos en la vida, sin lo que no nos sentiríamos plenos, realizados. Podemos decir: Dime lo que esperas y te diré quién eres. No podemos vivir sin esperanza; estaríamos muertos, sin vida. Pero tenemos que hacer un examen interior y preguntarnos: ¿Qué espero? ¿Cómo ando de esperanza? ¿En qué deposito o sitúo mi esperanza? Y no sólo a nivel individual de cada persona, sino de la sociedad. ¿En qué ponemos nuestra esperanza? Cada uno puede responder.
En tiempo de Jesús algunos esperaban un Mesías guerrero que echara a los romanos de su tierra; otros en sí mismos y soñaban con el poder, otros en el conocimiento o la fuerza de su voluntad. Hay algunos que ponen su esperanza, y no me refiero sólo a los anhelos inmediatos, -que mañana haga buen tiempo, que me toque la lotería, que esté repleto de salud, que gane mi equipo o mi partido- sino a los profundos. Hay algunos que la ponen en la ciencia que con el desarrollo de la misma en la técnica nos va a facilitar la existencia, o la ponen en la política y sus cambios, o en los cambios sociales. Sin duda estas realidades tienen su papel para responder a las esperanzas inmediatas, pero no para las definitivas. Pensemos en la ciencia con la energía nuclear, que en sí es buena, pero el mal uso por la libertad del hombre puede ocasionarnos otro Hirosima o Chernobil; pensemos en la política y no únicamente mundial con las guerras, las desigualdades, la ONU, sino en España: facilita la convivencia fraterna o el enfrentamiento entre autonomías, regiones, clases, la corrupción, etc.; pensemos en los cambios sociales y la reacción ante ellos, en las migraciones y refugiados... Y no quiero negar su aportación y pequeños logros, pero no son definitivos. Otros esperan que bajara del cielo, sin tener que esforzarse. Cada uno con su sueño.
Nosotros seguimos orando con María, José, los pastores y los Magos: “Ven. Señor Jesús”.
¿Quién las colmará? Para los cristianos hay una persona Jesucristo, en el que culminan las esperanzas de Israel, del Antiguo Testamento y las nuestras. ¡Como nos interpela el Evangelio de este Domingo (Mt 11, 1-11)! ¿Tenemos que esperar a otro mesías? No, es Él, es Jesús. Él responde diciendo: Yo soy; dichoso el que no se sienta defraudado por mí. Y nosotros así lo confesamos en el Credo; pero ¿significa algo en nuestra vida? ¿Confiamos en Él, oramos para que venga a nosotros su Reino de paz, de justicia, de vida, de santidad, de verdad, en definitiva, de amor? ¿Actuamos siguiendo su ejemplo, sus huellas? ¿Procuramos con nuestra vida que nuestro mundo sea un poco más luminoso y humano y se abran así las puertas del futuro? ¿Creemos y nos fiamos de su promesa de vida eterna o nos aferramos a esta vida, al dinero, al poder porque más vale pájaro en mano que ciento volando? ¿Pensamos y nos fiamos de Cristo, el muerto y resucitado? ¿Pensamos sólo en nosotros o pensamos también en los demás para que los demás tengan esperanza porque son nuestros hermanos, carne de nuestra misma carne? ¿Nuestra vida está abierta a Dios y a los ciegos, a los sordos, a los pobres, a los muertos?
Avivemos la esperanza en estos tiempos difíciles no sólo para nosotros sino para todos y actuemos en consecuencia.