+ Mons. Manuel Herrero Fernández, OSA. Obispo de Palencia
Estamos en la Iglesia y en la sociedad en tiempos de esperanza. En la Iglesia se llama Adviento; siempre estamos en Adviento, esperando la llegada del Reino de Dios y al Rey del Reino, Jesucristo, pero también esperando un impulso nuevo en la Iglesia con el Sínodo universal para que la Iglesia y todos los bautizados en ella sea siempre sinodal, es decir, que viva la comunión, la participación y la misión. A eso tiende esta segunda fase del Sínodo, la fase continental, a la que nos ha invitado el Papa Francisco y en la que estamos participando los grupos sinodales de la Diócesis Palentina, como pueblo en camino y que quiere hacerlo juntos.
Pero también en la sociedad estamos mirando al futuro. Es verdad que partimos de las secuelas de la pandemia, secuelas personales y sociales que nos ha llevado a vivir un individualismo donde cada uno busca una salvación a su medida, pero también la violencia entre naciones y hermanos que va socavando el anhelo de una fraternidad, también la crisis económica, social y política por la que pasamos.
Vivimos tiempos difíciles que nos desafían y que como dice el papa Francisco, “las épocas difíciles pueden ser desafiantes y convertirse en tiempos de esperanza”. El Cardenal argentino Eduardo Pironio, hombre de esperanza, decía: “¡Qué importante en la vida ser signo! Pero no un signo vacío o de muerte, sino un signo de luz comunicador de esperanza. La esperanza es capaz de superar las dificultades, las desavenencias, las cruces que se presentan en la vida cotidiana”.
¿Cómo ser signos comunicadores de esperanza en la Iglesia y en la sociedad? El papa nos insiste una y otra vez en saber escuchar, en reaprender el arete del diálogo, hablar con el otro sin barreras ni prejuicios y de modo particular con los que están fuera, al margen, para buscar cercanía, porque ese es el estilo de Dios. Justamente en navidad celebramos al Dios que tanto quiso acercase a los hombres que se hizo hombre para hacernos hijos y hermanos.
Tenemos que ser hombres, varones y mujeres, de la escucha. Así lo decía el papa Francisco el pasado 27 de noviembre en un Foro Internacional de la Acción Católica. No solo oír como quien oye llover, sino escuchar con los oídos del corazón.
Primero escuchar a los hombres y mujeres concretos, ancianos, jóvenes y niños, en sus realidades, en sus gritos silenciosos expresados en miradas, en sus clamores silenciosos profundos. Pero no para dar respuestas a preguntas que nadie se hace ni decir palabras que a nadie interesa escuchar ni sirven. Escuchar con los oídos abiertos a la novedad y con un corazón samaritano.
Segundo: Escuchar los latidos de los signos de los tiempos de los que hablaba el, Concilio Vaticano II, esos signos por los que nos está hablando el Señor. No podemos estar al margen de la Historia, enredados en nuestros propios asuntos. Los miembros de la Iglesia tenemos que ser vitalmente profetas que denunciemos el mal, y mostremos que hay otra forma de vivir, de convivir, de relacionarnos, de enfocar el trabajo, el amor, el poder y el servicio.
Y tercero: Escuchar la voz del Espíritu. El Espíritu nos abre a la novedad y nos enseña a salir, a no quedarnos encerrados en nosotros mismos. No podemos encerrarnos en nuestros problemas e intereses, en la necesidad de ser relevantes, en la defensa de nuestras pertenencias o de grupo; el Espíritu nos libra de obsesionarnos con las urgencias y nos invita a recorrer caminos siempre antiguos y siempre nuevos, los de Jesús de Nazaret, los del testimonio, la pobreza, la misión, el amor, el servicio, para liberarnos de nosotros mismos y enviarnos al mundo. En Adviento la llamada del Bautista y lo ejemplos de María, la Virgen, y san José nos invita y animan a hacerlo.
Esta escucha no es pasiva, es y debe ser activa, nos debe llevar a la acción, marcar nuestro trabajo, como la fe que actúa por la caridad (Gal. 5,6). Y tener paciencia, como la paciencia del labrador; Santiago nos dice: “Esperad con paciencia hasta la venida del Señor. Mirad: el labrador aguarda el fruto precioso de la tierra, esperando con paciencia hasta que recibe la lluvia temprana y tardía” (Sant 5, 7) y sostenidos por los consuelos de Dios (Rom 15, 4) La esperanza y el amor son pacientes y perseverantes.
Seamos constructores de esperanza.