+ Mons. Manuel Herrero Fernández, OSA. Obispo de Palencia
Un año más celebramos el día del Seminario de nuestra Diócesis. Este nombre despertará, en muchos, recuerdos y nostalgias de tiempos pasados en la Abadía de Lebanza, en el Seminario de Carrión de los Condes y en los Seminario Menor san Juan de Ávila y Mayor san José de Palencia.
Allí se han formado los presbíteros de nuestra Iglesia y otros que se formaron allí, pero descubrieron que Dios le llamaba a recorrer otros caminos en bien de la Iglesia y de la sociedad. Se forman en la vida cristiana, en la vida humana, en la convivencia fraterna, en las ciencias humanas y teológicas. Esta institución, instituida en el Concilio de Trento, no ha perdido actualidad. De una manera u otra hoy siguen existiendo.
El Seminario es el espacio de la Iglesia en el que se forman los que, respondiendo a la llamada del Señor, como Samuel, le dicen: «Aquí estoy; habla Señor, que tu siervo escucha» (I. Sam. 3,1-11), o como el Señor, «al entrar en el mundo dice... “He aquí que vengo para hacer tu voluntad”» (He3br. 10, 3-7). Así lo hicieron los Doce y el mismo Pablo.
Como recordaba el pasado día 19 de febrero en la Clausura del VII Centenario de nuestra Catedral, «somos hijos de una historia que hay que custodiar». Y hacemos bien cuando recordamos con gratitud a educadores, profesores y a compañeros, las andanzas y peripecias de la vida en aquellas etapas.
Hoy tenemos nuestros Seminarios vacíos. Son edificios sin niños ni jóvenes. Es una Diócesis sin ninguna nueva vocación sacerdotal. Sin duda algunas formas de seminarios han sido superadas por los tiempos de la vida de la Iglesia y la sociedad. Pero lo que es realidad, a mi leal saber, entender y desear, es que necesitamos presbíteros, sacerdotes que, respondiendo a la llamada de Jesús, cautivados por su persona y obra, por su mensaje, por su amor, se «levanten y se pongan en camino» para servir a sus hermanos en la comunidad cristiana y en la sociedad, como el Señor Jesús. Que acompañen la vida de las comunidades y de la sociedad. Yo lo siento así. Desde que estoy en Palencia como obispo, es decir, como primer servidor de la Iglesia, no único ni sólo, sino con la cooperación de los presbíteros y de muchos religiosos y religiosas, muchos laicos y laicas, he dado sepultura a setenta sacerdotes, y he ordenado presbíteros a cuatro personas, uno que es monje de la Trapa de San Isidro de Dueñas, Dom José Antonio Jimeno, y tres que ejercen su ministerio en nuestras comunidades parroquiales: D. Daniel Becerril, en la Unidad Pastoral de Guardo y Velilla de Rio Carrión, y D. Álvaro Pinto, en la Unidad Pastoral de Cisneros, y D. Antonio Domínguez, en la Unidad Pastoral de Carrión de los Condes. Hay que tener en cuenta que las unidades Pastorales están formadas por varias parroquias.
También es verdad que se están formando tres personas para diáconos permanentes, dos de los cuales, si Dios quiere, serán ordenados para representar a Cristo, el que se hizo siervo y lavó los pies a sus discípulos, “en el ministerio de la liturgia, de la Palabra y de la caridad” (LG 29).
¿Qué pido a la comunidad cristiana y a los hombres y mujeres palentinos de buena voluntad?
1º. Agradecer a Dios y a los sacerdotes-presbíteros su labor y entrega a las comunidades, y a la sociedad palentina. Cuánto han trabajado y trabajan por nuestros pueblos y gentes, acompañando, anunciando la palabra de Dios, estando cerca de los niños, enfermos, ancianos, promoviendo y apoyando proyectos sociales.
2º. Orar al «Dueño de la mies que envío obreros a su mies, porque la mies es mucha, pero los obreros pocos». No podemos quedarnos en lamentaciones. Necesitamos sacerdotes, también religiosos y religiosas, laicos y laicas que se comprometan con el Evangelio del Reino porque, como Jesús y con Jesús, viendo las muchedumbres, sienten compasión, «porque están vejados y abatidos como ovejas que no tienen pastor» (Mt. 9, 36-38).
3º. Animar a los jóvenes a levantarse y ponerse en camino siguiendo a Jesús (Dt. 10,11; Lc. 11-15). Los presbíteros, consagrados, catequistas, profesores cristianos, padres y madres de familia, abuelos y abuelas, todos queremos que sean felices. Pues aquí tienen campo, porque «hay más felicidad en dar, en darse, que en recibir» (Hch. 20, 35). Eso sí, si llama el Señor, no sólo lo hace por fuera, sino también en el interior. Es lo que hicieron Samuel, en el texto citado, como lo hizo San José (Mt. 2, 13-33), el papa Francisco y todos los sacerdotes.
4º. Colaborar económicamente en la colecta. Alguno dirá: “Y cómo pide si no hay seminaristas”. Es verdad, hoy no hay, pero espero que un día tengamos seminaristas y es necesario mantener el edificio, la casa. Estos años no ha estado vacía. Este año, por ejemplo, hemos acogido en el Seminario a muchos ucranianos que huían de la guerra cruel; hospedado a personas del Hogar del Transeúnte que se quedaron sin calefacción en este duro invierno; a las actividades con jóvenes de grupos cristianos y parroquias, encuentros diocesanos y otros tantos grupos. Seamos generosos. «Cada uno dé como le dicte el corazón: no a disgusto, ni a la fuerza, pues Dios ama al que da con alegría» (II Cor. 9, 7).