+ Mons. Manuel Herrero Fernández, OSA. Obispo de Palencia
Nos describe san Lucas, en el capítulo 10 de su Evangelio, que en una ocasión en que Jesús proclamó bien aventurados a los pequeños, a la gente sencilla, se levantó un maestro de la ley y le preguntó para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna? Y Él le dijo: ¿qué está escrito en la ley? ¿Qué lees en ella? Y el maestro de la ley contestó: “Amarás al Señor tu Dios, con todo el corazón y con toda tu alma, y con toda tu fuerza y con toda tu mente. Y al prójimo como a ti mismo”. Jesús le dijo: Has respondido correctamente. Haz esto y tendrás la vida».
El maestro de la ley, queriendo justificarse dice a Jesús: «¿Y quién es mi prójimo?» Entonces Jesús le narra la parábola del Buen Samaritano, siempre tan interpelante (Lc 10, 25-37).
Ya hemos hablado sobre el amor al prójimo como a uno mismo. Pero hay que ahondar más en quién es mi prójimo. No es sólo el que está cerca de mí, sino aquel a quien nos acercamos nosotros como el samaritano de la narración. Prójimo no es únicamente una persona. Prójimo es también la naturaleza, el conjunto de la sociedad y de la polis, por eso podemos hablar de un amor o caridad con la naturaleza, la caridad social y la caridad política.
Sobre el amor a la naturaleza, que, en frase de T. Browne, es “el arte de Dios”, el papa Francisco nos ha escrito una encíclica preciosa el papa Francisco, la titulada Laudato Sí, publicada en 2015. En ella el papa nos invita al cuidado de la casa común y del destino universal de los bienes para todos los hombres. La creación es limitada y el hombre puede devastar la tierra como lo estamos comprobando a diario con contaminación, plásticos en los mares, desastres ecológicos, etc. La naturaleza es también nuestro prójimo.
Pero la persona no es sólo individuo, es también un ser social. La persona para crecer tiene que salir de sí misma; no podemos reducir nuestra vida a la relación con un pequeño grupo, ni siquiera a nuestra propia familia, porque es imposible entendernos sin un tejido más amplio de relaciones: no sólo el actual, sino también, el que nos precede y nos va configurando a lo largo de mi vida (Cfr. LS, 88-89). El amor nos pone en tensión hacia la comunión universal. Nadie madura ni alcanza su plenitud aislándose. Por su propia dinámica, el amor reclama una creciente apertura, mayor capacidad de acoger a otros, en una aventura nunca acabada que integra todas las periferias hacia un pleno sentido de pertenencia mutua. Jesús decía: «Todos vosotros sois hermanos» (Mt 23,8).
Nos vendría bien a todos, para CONSTRUIR MÁS Y MEJOR, el releer esta encíclica y, sobre todo, en intentar sintonizar teórica y prácticamente con ella.
Por su parte, en la encíclica Fratelli Tutti nos habla el papa de la Caridad social y política, siguiendo la tradición de la Doctrina Social de la Iglesia. Nos dice que el amor debe estar presente en todas las relaciones sociales, tanto a nivel político, como económico como cultural. Desde esta perspectiva la caridad, o el amor, nos hace amar el bien común y nos lleva a buscar efectivamente el bien integral de todas las personas, consideradas no sólo individualmente, sino también en la dimensión social que las une. El amor social se coloca en las antípodas del egoísmo y del individualismo. Nuestra vida he historia está entrelazada con la de los demás hombres.
Un medio es la política. «Para muchos la política hoy es una mala palabra, y no se puede ignorar que detrás de este hecho están a menudo los errores, la corrupción y la ineficiencia de algunos políticos. A este se añaden las estrategias que buscan debilitarla, reemplazarla por la economía o dominarla con alguna ideología. Pero, ¿puede funcionar el mundo sin política? ¿Puede haber un camino eficaz hacia la fraternidad universal y la paz social sin una buena política?» (FT, 176). «La política no debe someterse a la economía y esta no debe someterse a los dictámenes y al paradigma eficientista de la tecnocracia. Aunque haya que rechazar el mal uso del poder, la corrupción, la falta de respeto a las leyes y la ineficiencia... necesitamos una política que piense con visión amplia y que lleve adelante un replanteo integral, incorporando en un diálogo interdisciplinario los diversos aspectos de las crisis» (FT, 177).
Reconocer a cada ser humano como un hermano o una hermana y buscar una amistad social que integre a todos no son meras utopías. Exigen la decisión y la capacidad para encontrar caminos eficaces que las hagan realmente posibles. Cualquier empeño en esta línea, se convierte en un ejercicio supremo de caridad. Porque un individuo puede ayudar a una persona necesitada, pero cuando se une a otros para generar procesos sociales de fraternidad y de justicia para todos y entra en el campo de la más amplia caridad... la caridad política. Se trata de avanzar hacia un orden social y político cuya alma sea la caridad social. Una vez más -dice el papa- «convoco a rehabilitar la política, que es una altísima vocación, es una de las formas más preciosas de la caridad, porque busca el bien común» (FT, 180). Conviene recordar esto y tenerlo presente siempre, pero de manera especial en el momento de las votaciones, eligiendo bien a las personas y los programas que busquen el bien común.