Beber en los manantiales

Ya estamos en pleno verano. El calor va apretando. Pero el verano nos ofrece muchas posibilidades y oportunidades que no podemos dejar de aprovechar. ¿Quién no sueña, en una tarde de calor, con estar debajo de un árbol, junto a un manantial de agua fresca o debajo de una parra, a la vera de un pozo de agua fresca, y disfrutar la tranquilidad de conciencia, sentirse en paz con la naturaleza, gozar de la compañía de la familia y los amigos y vislumbrar la presencia del Creador, alabarle y darle gracias?

El verano es tiempo de cosecha. Vemos las cosechadoras por las carreteras llevando tras de sí unos cuantos coches y por los campos, levantando una nube de polvo. Mi pensamiento se dirige a los agricultores que han arado, abonado, sembrado, esperado el frío, la nieve, la niebla, las lluvias, hasta ver cómo brotaba la semilla, aparecía la flor y cuajaba el grano. Que ellos y sus familias puedan recoger el fruto de sus trabajos, dolores, cansancios y amores. Que sean reconocidos en sus derechos, valorados sus trabajos y productos y recocidos por la sociedad por su aportación a la misma. Y una sugerencia, si se me permite: que no tiren la toalla, ni caigan en la tentación de dejar el campo, ir a las ciudades y al extranjero como única posibilidad de desarrollo y vida digna; que sean fieles a su vocación de ser agricultores, es decir, cultivadores del campo, dejando allí su huella e impronta.

Una pregunta me hago a mí mismo y a los lectores: ¿Qué sociedad estamos haciendo y dejando a las nuevas generaciones, cuando los jóvenes no ven otra posibilidad de vida digna y tienen que emigrar, apuntarse al paro, renunciando a sus raíces, a sus pueblos y hogares? Deberíamos todos repensar estas cosas, no dejarlas sólo a las políticas del comercio y tratados internacionales a las políticas nacionales y europeas, donde se buscan muchas veces no el bien común, sino intereses de países poderosos, grupos de presión y personas influyentes y adineradas. Y esto no es tener nostalgia irracional de épocas pasadas y mejor que no vuelva; es intentar no olvidar y revitalizar .Considero que esto es un ejercicio de realismo porque el hombre, sea varón o mujer, no puede renunciar a sus raíces, a su manantial. No podemos renunciar a la tierra, al campo; sería negarnos a nosotros mismos. ¿Qué alimentos íbamos a compartir, qué aire respirar y qué agua beber? ¿Cómo íbamos a ayudar a tantos millones hombres que pasan hambre, que mueren de sed, que tienen los mismos derechos , que demandan justicia y apelan a nuestra fraternidad, concretada en solidaridad?

No podemos hacer oídos sordos. Y menos un pueblo que tiene profundas raíces cristianas, como es el palentino, que son profundamente humanas. Estamos en el Año de la Misericordia. Y misericordia es tener el corazón abierto a las miserias del otro, de los otros y de pueblos enteros, no sólo para verlas y entenderlas, sino también para incorporarlas a nuestro corazón y nuestra acción. Así nos lo recuerda Manos Unidas.

Alguno, al leer estas reflexiones en voz alta, pensará: Y ¿qué tiene ver esto con beber en los manantiales? A mi modo de ver mucho: los manantiales, en la montaña, en la fértil vega o en el secano, donde sea, brotan de la tierra y nosotros, como diría nuestro Miguel de Unamuno del Cristo de las Claras, “somos tierra de la tierra”; sí, erguidos, mirando al horizonte, al futuro, pero con los pies en el suelo, en la tierra. Sin ella no somos.