Beber en el manantial

Hablar o pensar en el verano es pensar y hablar del tiempo de vacaciones, de descanso, de ocio. Allí encontramos otro manantial para reparar y recuperar nuestras fuerzas y energías.

Sin duda alguna, para los que han trabajado. El trabajo es un deber- “el que no trabaja que no coma”, decía san Pablo a aquellos cristianos que estaban muy ocupados en no hacer nada (II Tes 3, 10-11)- y un derecho. Pero también el descanso, porque el trabajo es para el hombre, no es el hombre para el trabajo. Gracias a Dios, en esto se ha avanzado mucho; ya no se dan en nuestro entorno, si en otros, trabajos de esclavos, opresivos, que tratan al ser humano como medio para el lucro fácil e injusto, pero queda mucho por conseguir en nuestra sociedad y en otras partes del planeta.

Cuando hablamos de trabajo no podemos pensar sólo en el trabajo físico, también en el intelectual, y espiritual, o en una ocupación como puede ser la de los jubilados que llevan a sus nietos al colegio. El trabajo, la ocupación configuran al varón y la mujer, a todos, porque somos “homo faber”, al niño en las tareas del hogar, ayudando a sus padres de muchas maneras, y con el juego; trabaja el adolescente que estudia y se prepara -estudiante, en una etimología casera, viene del que estudia antes de los exámenes, no después-; trabajan el hombre y la mujer para sacar a delante las tareas del hogar, las tareas del campo o en la industria y el comercio para bien de cada persona, de sus familias y de la sociedad entera. Pero también trabaja o está ocupado el parado que busca empleo, que se prepara y se mueve, aunque tarde en encontrarlo y tenga que recibir un subsidio para vivir con dignidad. Trabaja el sacerdote en su parroquia, animando a la comunidad cristiana, convocando y coordinado la catequesis, las celebraciones, la visita a los enfermos, a las familias, organiza campamentos; trabaja el monje y la monja -“ora et labora”- en la obra de Dios. Hasta Dios mismo que siempre descansa, siempre trabaja y dice el Génesis que “el séptimo descansó”.

El verano es tiempo fundamentalmente de descanso, de vacaciones en el pueblo, la montaña, el mar, o la misma ciudad. Debemos sí, descansar de algunos trabajos, pero no caer en la vagancia. Vacancia no tiene que ver con vagancia. Debemos ocuparnos de otras tareas y realidades, porque no podemos menos de seguir activos y ocupados, la vida no se detiene. Y no nos podemos olvidar de los que en verano trabajan para servirnos en el sector servicio como hostelería, hospitales, centros de salud, transporte, turismo, ferias y fiestas, etc. Y otros sectores en los que producción no puede ni debe parar.

Aprovechemos el verano para descansar física y mentalmente de los trabajos y ocupaciones habituales, pero sin olvidarnos activamente de aquellas realidades, gustos, hobbies, hechos que nos renuevan internamente como el encuentro con la naturaleza, la familia, los amigos, la cultura, con un mismo y, cómo no, con Dios, el misterio último que nos sostiene y acompaña. Abrámonos a Él juntos, entrenémonos en lo que será nuestra eterna tarea, trabajo y ocupación, nuestro eterno ocio porque ya estará todo negociado: “Allí descansaremos y contemplaremos, contemplaremos y amaremos, amaremos y alabaremos. He aquí lo que habrá al fin, más sin fin. Pues ¿qué otro puede ser nuestro fin sino llegar al reino que no tiene fin?” (San Agustín, Ciudad de Dios, XXII, 30, 5).