La Virgen María en la vida del cristiano que sueña con Dios

La Virgen María en la vida del cristiano que sueña con Dios

+ Mons. Manuel Herrero Fernández, OSA. Obispo-Administrador Apostólico de Palencia

Todavía en el tiempo de Navidad, este tiempo de gracia que nos invita a mirar al pasado con gratitud, vivir el presente con pasión y soñar y construir el futuro con esperanza. Este tiempo que nos llama a acoger a Jesús, el Señor, y, sobre todo, a rogar, acogerle y secundarle porque es nuestro Salvador, nuestra Vida, nuestro Futuro. Por eso decíamos en la plegaria del Adviento: «Mira, yo vengo pronto... El Espíritu y la esposa dicen: Ven. Y quien lo oiga, diga Ven. Y quien tenga sed, que venga Y quien quiera que tome el agua de la vida gratuitamente... Si, yo vengo pronto Amén, ¡Maranatha. Ven, Señor Jesús!» (Ap 22, 12-20). Él nos trae los cielos nuevos y la tierra nueva que anhelamos.

Pero nadie le esperó mejor la primera vez que vino sino su Madre, María. Ella es la Madre de Jesús, la Madre de la Iglesia, la Madre de todos los hombres, ella es la Virgen de la Esperanza. Por eso la Madre Iglesia nos la presenta como modelo en este tiempo de manera particular a ella. Ella le esperó y recibió con amor inefable. Los tiempos marianos por excelencia son el Adviento y la Navidad, aunque tenga su eco todos los días y meses, en sus memorias y advocaciones festivas, y popularmente el mes de mayo.

La vida del cristiano no puede dejar de tener una referencia fundamental a Jesucristo, el Hijo de Dios, nuestro Hermano y Salvador, nuestro Señor, nuestro Pastor y Maestro, por recoger alguno de sus títulos, Y esperarle, acogerle, conocerle y seguirle. Pero un cristiano, si lo es de verdad, no puede de dejar de ser mariano, porque ¿quién más mariano que Jesús, su Hijo? Nadie ha hablado más y mejor de cómo seguir a Jesús que ella, la primera cristiana, la gran cristiana, la primera evangelizadora.

¿Dónde descubrir la personalidad de la Toda Santa, Santa María? Nada mejor que ir a las fuentes de la Escritura, sobre todo el Nuevo Testamento, la Liturgia, donde celebramos los misterios. También podemos acudir a la tradición de la Iglesia, formada por los escritos de los santos Padres, los Concilios, sobre todo el Vaticano II en la Constitución Lumen Gentium capítulo VIII, y en magisterio de los papas y los obispos y las devociones del pueblo.

De María podemos y debemos aprender muchas actitudes cristianas y profundamente humanas. Una de ella, la primera, es la humildad. Nuestra actitud ante Dios y ante los demás nos debe llevar a reconocernos pecadores y, con el publicano del Evangelio, decir: «Oh Dios, ten compasión de este pecador» (Lc 18, 8-14). Ser humilde es reconocer nuestra pobreza, con docilidad, ser y hacerse pequeños, «porque Dios ha mirado la humildad de su esclava» (Lc 1, 47).

Otra actitud es la de escucha; la de oyente. Cómo necesitamos esta virtud hoy; el Sínodo que estamos celebrando comienza por la fase de escucha: escucha a los hermanos, especialmente a los pobres y humildes, a los sufridos, a los signos de los tiempos, si los sabemos escuchar con fe y después damos testimonio en el amor, escuchar nuestra conciencia que es el voz de Dios que nos habla directamente al corazón y llama a la responsabilidad y deber, para nuestro bien (J. H Newman), al Espíritu, escuchar la Palabra de Dios, escuchar lo que el Espíritu dice a las Iglesias (Apoc 2 y 3). María «concibió creyendo y dio a luz creyendo» (San Agustín, sermón 215,4). La fe, el fiarse de Dios que habla, fue causa de bienaventuranza y seguridad (Lc 1, 45). Desde la fe María escudriña, interpreta y vive los acontecimientos de la vida. Pero hay que llevarla a la vida, «porque dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen» (Lc 11, 28).

Ella es la mujer orante. Así aparece en Caná, cuando con sensibilidad femenina detecta la necesidad de aquella fiesta y acude con delicada súplica a su Hijo, y él realiza el primero de sus signos, ofrecer el vino nuevo de la alianza, la fiesta y la alegría (Jn 2, 1-11). Orar es propio de los que no se creen autosuficientes, sino que acuden a Dios y confían en Él.

Es una mujer que ora, sí, pero no sola; es una mujer abierta a la comunidad (Hech 1, 14) Una mujer que presenta e intercede ante Dios presentando las necesidades de sus hijos, pero también alaba. Ella es la mujer comunitaria, hermana, que comparte la suerte con los demás.

Otra virtud, alegrase en el Señor y llevar alegría como lo hizo, con Isabel, y ponerse a su servicio porque amar es servir (Lc 1, 39-45). Otra, la obediencia, el ser agradecidos, que se ofrece a Dios y a los hombres para ayudar, para servir.

Ella es la Virgen Madre, Madre de Cristo, Madre de todos; recuerdo lo que la Virgen de Guadalupe le dijo al Indio Juan Diego en el Tepeyac. “¿No estoy aquí que soy tu madre?” Así lo ha entendido el pueblo sencillo que acude a ella.

Otra virtud de María es la de sintonizar con Dios en la causa del reino: «Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba a los poderosos y enaltece a los humildes; a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Auxilia a Israel, su pueblo, acordándose de la misericordia» (Lc 2, 46-55).

Ella es la mujer fuerte en las dificultades, sin cerrarse en si misma, sino compartiendo los dolores y acogiendo a los demás en su vida (Jn 19, 25-27).

Y por señalar una virtud más, recoger que María es la mujer que vive conservando todas las cosas, acontecimientos y personas en su corazón, que reflexiona y da vueltas a todo desde la fe, a la luz de la fe. Cómo lo necesitamos en esta sociedad de las prisas, de muchas noticias que pasan y no calan como las hojas de otoño.