Vagabundos, turistas, nómadas y peregrinos (I)

Vagabundos, turistas, nómadas y peregrinos (I)

+ Mons. Mikel Garciandía Goñi. Obispo de Palencia

Queridos lectores: ¡Paz y bien!

Bajo el aliento del Espíritu, doy inicio a mi colaboración con el Diario Palentino, en mi condición de pastor de la Iglesia católica que peregrina en Palencia. Bendigo al Señor por la vida de don Manuel y todos mis predecesores que conformamos el vínculo apostólico con Jesús de Nazaret, el Cristo, el Hijo de Dios.

Quiero que esta colaboración lo sea a fondo, que suponga colaborar, es decir, trabajar juntos. Y para ello deseo que esta página sea un foro abierto para dialogar contigo, querido lector, a quien invito a reflexionar u buscar, a reconocer y a interpretar la vida. Doy inicio a mis reflexiones con la alegría y esperanza de que el Evangelio es fermento y luz. He experimentado cómo el mensaje del Señor es capaz de dar orientación y confianza a todos los hombres y mujeres que buscan y desean un sentido, una vida plena, en definitiva, el amor.

La Iglesia es o debiera ser una comunidad itinerante y no una institución firme y cómodamente instalada. Es sínodo, camino que se hace entre todos, porque a veces los viajeros parecemos perdidos en la niebla. Y hoy pretendo invitar a pensar sobre nuestra propia situación. Hay muchas maneras de afronta la vida: como vagabundos, turistas, nómadas y peregrinos.

Me centro hoy en el vagabundo. No es mi pretensión pontificar desde fuera señalando con el dedo a los demás, porque el Hijo del hombre, no ha venido a juzgar, sino a salvar. Ha venido a buscar y salvar al que estaba perdido. Y yo soy como Zaqueo. Puedo seguir como hasta ahora, sujetando a duras penas un puesto, un cargo, un nombre, un personaje. O puedo exponerme subido al árbol, para tratar de conocer quién es ese Jesús, que tal vez tiene una palabra y un gesto para mí.

Creo que todos tenemos un punto de vagabundos. Padecemos de una visión distorsionada del tiempo y de la historia. El vagabundo tiene un pasado que le hiere y un futuro que le asusta, y por ello sale una y otra vez de su casa y de su historia. Sale de sí, y ve la vida de los demás pasar, y sigue huyendo de aquello que le rompió y quiere evitar a toda costa. Se coloca a la orilla de la sociedad y le aterra la monotonía, y los vínculos estables.

El vagabundo, esa persona errante que tantas veces soy yo mismo, elude el compromiso y el hablar de sí con serenidad porque volver atrás le resulta insoportable. Desconoce que los seres humanos no tenemos un pasado sino un origen, que no tenemos simplemente un futuro sino un porvenir. Creo que no resulta muy frecuente hallar personas reconciliadas con su pasado. A menudo se ha interpretado el cristianismo en una clave de esfuerzo y no de gracia. El pelagianismo es uno de los enemigos más recurrentes de todo hombre, de toda mujer.

Sospecho que la experiencia del fracaso vital va unida a la vana persecución del éxito. Hemos secularizado la salvación, y de la mano de todos los espiritualismos que distorsionan la fe cristiana, hemos sacrificado nuestra condición carnal y nuestra propia humanidad en el altar de la quimera de salvarnos por nuestras solas fuerzas. Una de las características del pontificado del Papa Francisco es luchar contra esos señuelos que son las herejías. Pelagianismo y gnosticismo golpean una y otra vez a la humanidad, tal como señala en la Evangelii gaudium, la exhortación apostólica que es su programa.

Y esto plantea que la vida es un drama, y no una tragedia. En el drama (esta distinción la hacían los clásicos griegos) el final no estaba prefijado, dependía de la libertad y compromiso de los agentes. En la tragedia sí, el destino final era ineludible y necesariamente llegaba a un cumplimiento imposible de soslayar o amortiguar.

Nos comportamos como vagabundos cuando asumimos un destino fatal y jugamos a olvidarlo, saliendo cada mañana al camino para alejarnos de un pasado que nos perseguirá siempre. Somos errantes cuando pensamos que nuestras heridas no tienen cura, y que tal vez un día dejen de dolernos. En definitiva, padecemos de una sutil enfermedad que se llama desesperanza.

Os invito y me invito a que cuando veamos a los vagabundos, esas personas de la calle y en la calle nos veamos reflejados y nos identifiquemos con sus vidas. Son un signo del Señor para nosotros. Todos anhelamos un destino, una meta, un hogar. Paz y bien.