Vagabundos, turistas, nómadas y peregrinos (II)

Vagabundos, turistas, nómadas y peregrinos (II)

+ Mons. Mikel Garciandía Goñi. Obispo de Palencia

Queridos lectores: ¡Paz y bien!

La semana pasada, daba comienzo a esta colaboración, que pretende reflexionar desde la inspiración del Evangelio, sobre diversas cuestiones que atañen a nuestras vidas.

El título con que arranco nos ofrece una sugerencia, y una pro-vocación muy existencial. No pretendo ni mucho menos, señalar con el dedo ni clasificar a las personas en cuatro grupos, algo a lo que solemos ser muy proclives, fuera, y dentro de la Iglesia. Estoy convencido de que cada cual tenemos algo de estas tipologías. Y si la identificación con los vagabundos nos pudiera haber resultado algo lejana, creo que identificarnos como turistas nos puede ser más familiar.

Ahora bien, me atrevo a distinguir dos aspectos. Por una parte, el fenómeno del turismo va ligado al ocio activo, al legítimo derecho a descansar, a las vacaciones, a desarrollar la curiosidad... Caminar con ojos de turista por Londres o por Florencia supone un ejercicio de dejarse sorprender por monumentos, ambientes, salir de rutinas y de la monotonía cotidiana. Ojalá aprendiéramos a mirar con ojos asombrados, con ojos de niño, los trayectos, rincones y vistas de nuestra ciudad y nuestros pueblos.

En nuestro caso, en Palencia, el fenómeno del turismo religioso es además importante, beneficioso y necesario, alejado del esquema “sol y playa”. Sube con fuerza en Europa el slow tourism, el turismo sosegado, sereno, reflexivo, dentro del que se enmarca el turismo religioso. El esfuerzo que ha hecho la diócesis, junto con las instituciones públicas, de consolidar, conservar y difundir el patrimonio artístico de nuestras iglesias conlleva tener un entorno cultural muy apetecible para un segmento de gentes. Y ello redunda en el bien de cuantos recibimos esa afluencia de visitantes con ganas de enriquecer su espíritu con experiencias culturales, históricas, artísticas, y espirituales en general.

Por otra parte, la tipología del turista presenta sus sombras y ambigüedades desde el punto de vista estrictamente humano. Según el planteamiento que propongo en este artículo, quiero señalar que el turista pasa por los lugares, pero, a menudo, los lugares no pasan por él. La huella que dejan en él esas vivencias es epidérmica, y pasan a formar una colección de miles de instantáneas, que, por la acumulación y la prisa, constituyen una experiencia más cuantitativa que cualitativa. El turista sale con el anhelo de que el viaje le cambie la vida, y eso es más frecuente de lo que pensamos. Personas muy cercanas a mí fueron a un lugar del Mediterráneo, para aliviar la tensión de una vida muy dura. Y se encontraron con que en la barca que hacía el trayecto turístico, todos reconocieron estar allá por aliviar u olvidar verdaderos dramas. En eso el turismo ofrece un indudable servicio.

Salir se convierte para el ser humano en una necesidad vital, porque en cierto modo refleja el anhelo de superar el mal, y eso se halla presente en el turista al igual que en el vagabundo. Pero me viene a la memoria el final que Quevedo da a su novela picaresca El Buscón. Ante el vano intento del protagonista a cambiar de vida yendo a América, el autor confiesa que le fue peor, porque “nunca mejora de estado quien muda solamente de lugar y no de vida y costumbres”.

El riesgo de quien colecciona experiencias, es que estas apenas se le incorporan a su vida. Las experiencias se superponen como miles de imágenes, fotos, videos captados por la infinidad de lugares por los que pasamos de prisa. Si el objetivo es la mera diversión, la misma palabra nos es muy elocuente: del latín di-vertire significa estar vertido fuera, estar fuera de sí. Decía Pascal que “todos los males de la humanidad vienen de una sola cosa: no sabernos estar solos en nuestra habitación”. Y salir corriendo para cazar experiencias poco tiene que ver con ir adquiriendo una verdadera sabiduría, o capacidad de sapére, o saborear, masticar, metabolizar, asumir, aceptar...

De alguna manera, el turista sale de casa llevado por su necesidad o por curiosidad. Pero viajar tiene, a pesar de todo, la virtualidad de que poco a poco le puede ir aliviando, y en esa medida, transformando. Porque uno se puede encontrar súbitamente con una sorpresa, una novedad, algo que le toca el corazón. Por eso, hacemos bien cuando cuidamos nuestro patrimonio artístico, y muy especialmente el religioso, porque fue concebido y creado para hablar al corazón, para invitar a trascender. El ser humano, homo viator, es esencialmente un viajero. Y este viaje comienza ahora mismo para ti y para mí.