Entre nosotros, muchos hoy nos protegemos del frio que nos entra procedente de Siberia y nos deja helados y, tristemente, ocasiona algunos muertos por las bajas temperaturas entre los más pobres y desfavorecidos, etc.; otros, cuando llega el verano, nos ponemos una ropa más apropiada, nos desvestimos cuando vamos a las piscinas o a las playas para tomar el sol por prescripción médica, por las altas temperaturas en verano junto al agua, dándonos de vez en cuando un chapuzón, etc.
Unos visten bien y tienen variedad de vestidos en sus armarios: traje de trabajo, de fiesta, de alta costura, de etiqueta y marca, de sport, etc.; de vez en cuando hacen un repaso al vestuario y cambian según las modas estéticas, aunque después vuelven. Algunos entregan al ropero parroquial o a Cáritas la ropa que ha pasado de moda o ya no les vale y está en buen uso, para que les sirva a otros menos pudientes. Otros visten mal al decir de los entendidos, sin compaginar o casar bien los colores de las prendas, o con ropas raídas, etc. Otros no tienen con qué cubrirse por ser refugiados, los últimos de la sociedad, o vivir en un estado de pobreza, de explotación y miseria tal que no pueden cubrirse incluso con lo que ellos mismos colaboran en su fabricación en industrias textiles de la India, China, etc.
¿De qué se trata? Sin duda de vestir y compartir el vestido con el otro que no tiene. El vestido es como el alimento, la bebida, el techo, la salud, etc.; es condición esencial e indispensable para vivir humanamente (cfr. Eclo 29, 21).
El vestido tiene otro significado, más allá de proteger de las bajas o altas temperaturas, tiene un sentido espiritual. Consiste en respetar la fama del otro, no desplumar a alguien y dejarle en cueros o corito como decimos los palentinos, no desvalijar a nadie. Desnudar a alguien es hacerse sentir su pobreza, su ignorancia, sus puntos flacos, su indefensión, su no ser nadie. Esto también lo vemos muchas veces no sólo entre en la televisión; también en otros medios de comunicación, entre ellos internet.
En la Biblia el vestido es signo de la bendición de Dios, de la dignidad de la persona; el pudor es como un timbre de alarma de que lo más íntimo de la persona ha sido invadido, manipulado o violado. En las primeras páginas de la Sagrada Escritura se nos dice que Adán y Eva estaban desnudos y no sentían vergüenza; es decir, vivían en armonía total, ante Dios, ante el otro y ante sí mismos (cfr. Gen 2, 25). Pero cuando pecan, rompiendo la armonía, sienten vergüenza, se hacen un taparrabos con hojas de higuera y, después, Dios, qué gran misericordia, les hizo unas túnicas de piel y los vistió (cfr. Gen 3, 7-21). Vestir es signo de estima, desvestir es señal de desprecio. Vestir al desnudo es expresión de practicar la justicia con los pobres, no abusar, respetar y ser compasivo con ellos como Dios es compasivo.
Juan Bautista llama a convertirse compartiendo el vestido. Si uno tiene dos túnicas, que le dé una al que no tiene (cfr. Lc 3, 11). Jesús nos invita a no preocuparnos por el vestido y confiar en Dios que viste con belleza inigualable a los lirios del campo (cfr. Lc 12, 27 s). Murió despojado de sus vestiduras y viendo cómo los soldados las echaban a suertes También nos dice que en el juicio final seremos examinados del amor al prójimo con quien Él se ha identificado: «Tuve hambre y me disteis de comer... estuve desnudo y me vestisteis...» (Mt 25, 26). San Pablo nos desvelará otras referencias: revestirse de Cristo es identificarse con Él, teniendo sus mismos sentimientos de bondad, humildad, mansedumbre, etc., es decir, el amor, y vivir con la esperanza de resucitar. En el Apocalipsis los mártires y los justos visten vestiduras blancas como signo de victoria y de gloria.
¿Qué hacer? Compartir lo que somos y tenemos con los descartados de la sociedad, revestirnos de los sentimientos, convicciones y actitudes de Cristo, que se despojó de su rango para elevarnos a nosotros, luchar y trabajar responsabilidad por una convivencia en justicia y fraternidad. Pero también, cómo no, respetar la fama del otro, en nuestros pensamientos, conversaciones, en los medios clásicos y en los modernos, como internet, sin refugiarnos cobardemente en el anonimato; no andar en habladurías, con chismes, cotilleos que enrarecen la convivencia. Si tenemos que decir algo, practiquemos la corrección fraterna, digámoslo a la cara, no por la espalda, quitando antes de sacar la mota del ojo del hermano la “viga” que tenemos en el nuestro, buscando el bien del otro, de la justicia y la caridad.
+ Manuel Herrero
Obispo de Palencia.