Uno de estos días pasados, no recuerdo cuál, los distintos medios de comunicación social recogían datos sobre los peregrinos que han pasado por el Camino de Santiago, cuántos se han alojado en los albergues de la provincia de Palencia, etc. También se ha asomado la reivindicación del antiguo o nuevo Camino Lebaniego por las montañas del Norte.
En la feria de FITUR, celebrada la semana pasada en Madrid, se recogía propaganda oficial de las instituciones palentinas del Camino de Santiago, desde Itero de la Vega hasta San Nicolás de Real Camino, pasando por Frómista, Villalcázar de Sirga y Carrión de los Condes. ¡Qué estampa más hermosa la de un peregrino caminando sólo por los caminos polvorientos de nuestra Castilla, con su bastón y su sombrero, con su mochila y sus botas, bajo el sol del verano o la lluvia de primavera o el frío, la helada y la nieve del invierno!
Las peregrinaciones no son cosa de ahora. Casi todas las tradiciones religiosas recogen las peregrinaciones como expresiones de la fenomenología religiosa particular. Recordemos la historia judía con sus peregrinaciones al Templo de Jerusalén, o la cristiana con sus peregrinaciones a Tierra Santa como nos lo relata Egeria, ya en siglo V, o a Roma, Santiago de Compostela o a Santo Toribio de Liébana; también podemos evocar la tradición hinduista y la musulmana, con su célebre peregrinación a la Meca.
Hoy se está revitalizando las peregrinaciones a los lugares clásicos y a otros santuarios. Las peregrinaciones juveniles y no tan juveniles lo manifiestan. ¿Qué es lo que mueve hoy a ponerse en camino? Son diversas las motivaciones: unos por fe religiosa, otros por moda cultural, por motivos psicológicos, por encontrar un sentido a su vida, por deporte, por aventura, por superación personal, etc. Ni que decir tiene que unos motivos son más respetables que otros, aunque las motivaciones religiosas son las originales. También hay que reconocer que no todo es trigo limpio, que siempre hubo y siempre habrá abusos y picaresca, porque es de la condición humana.
Los peregrinos, camino de una meta, buscan hospitalidad, es decir, techo, acogida humana, comida, bebida, albergue, atención médica y espiritual. Antes esta acogida se hacía en los hogares, abriendo las puertas de las casas al otro, fuera nacional o extranjero; hoy se hace casi siempre de otra manera, en albergues y hostales de instituciones eclesiales, municipales o nacionales, unos con tarifa fija por servicios, persona y día para cubrir gastos o hacer negocio y otros donde se presta acogida de forma gratuita y donde lo que se pide es la voluntad.
Abramos nuestros pueblos y villas a los peregrinos, acojamos al otro, prestémosle nuestros servicios, desde un saludo, un buen deseo, hasta nuestra compañía y diálogo al pie de un árbol o a la puerta de la Iglesia después de haber rezado, pero, sobre todo, abramos nuestro corazón de hermano y tratémosle como nosotros quisiéramos que nos trataran.
Hoy esta obra de misericordia tiene que ampliarse a los numerosos emigrantes y refugiados que buscan vivir mejor entre nosotros. Siempre se han dado en la historia de la humanidad flujos migratorios, pero hoy se dan más visiblemente. Tristemente la pobreza, la injusticia y la guerra llevan a muchos a buscar medios de vida y seguridad para sus vidas y familias lejos de su país de origen. Las guerras del Oriente Medio y la situación de miseria de muchos países nos han ofrecido imágenes de drama y muerte como la del niño Aylán. También entre nosotros hemos visto llegar pateras. Debemos despertar la conciencia, como nos dice el papa Francisco con su palabra y ejemplo en Grecia o en Lampedusa, y abrirnos a la fraternidad. España ha sido un país de migraciones: somos fruto de muchas migraciones y cuántos de entre nosotros no han emigrado y emigran hoy, sobre todo jóvenes. Debemos todos hacer un esfuerzo para ver en el otro un hermano, no un competidor, un extraño; hay que superar el miedo al desconocido. En muchas ocasiones es un desafío y un reto para nuestra forma de ser y vivir, y hay que afrontarlo desde las convicciones esenciales, y estas nos invitan a ver en el otro a un hermano. Los cristianos debemos hacerlo con más razón. Acoger al otro es acoger al mismo Dios, como Abrahán, en el encinar de Mambré; es acoger al mismo Jesucristo: «fui forastero y me hospedasteis» (cfr. Mt 25, 35).
No podemos tampoco de pensar y meditar como nos invita san Agustín, que todos somos peregrinos en el camino de la vida, que nuestra meta es Dios mismo, que no caminamos solos sino con los demás, que la Iglesia peregrina entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios, pero sin olvidar que el Señor está con nosotros todos los días hasta el fin del mundo.
+ Manuel Herrero, Obispo de Palencia.