Redimir al cautivo y visitar al encarcelado

¿Pero se puede hablar hoy de redención y de cautivos? Eso sería en tiempos pasados, hasta los de Cervantes, que estuvo cautivo en Argel por los moros y fue redimido por miembros de la Orden Trinitaria. ¿Pero hoy? Alguno puede pensar que esto está superado, que es de otros tiempos, desde Atapuerca hasta la Declaración de los Derechos Humanos por la ONU. Pero no es así.

Hoy sigue habiendo cautivos, esclavos contra su voluntad, encarcelados entre rejas en cárceles inhumanas. Hoy siguen las cárceles, y no sólo en España. Aquí, por lo que conozco, están bien, tienen un sentido rehabilitador y se respetan los derechos humanos; incluso los de que nunca respetaron los derechos más elementales de los demás, como lo han hecho convictos de terrorismo, de asesinatos a manos de integrantes en “maras y mafias”, etc. En otros pagos se han multiplicado las cárceles, las deportaciones, las detenciones arbitrarias; miremos a muchos de los países musulmanes o a China, Corea y Cuba, por poner algún ejemplo. Sigue habiendo campos de concentración para los disidentes del régimen. Y en países que cacarean los derechos de las personas y presumen de ser los más respetuosos con todos, también se dan muchos abusos por decisión de los administradores públicos. También es verdad que aquí y en otros países, algunos tienen “padrinos”, dinero e influencias o “pedigrí” y se libran de la cárcel de manera asombrosa, cosa que no le sucede al pobre, al humilde y al indefenso.

Siguen dándose secuestros con fines económicos o políticos, robos de niños para usarlos en la extracción de órganos o para la mendicidad, explotación y prostitución sexual de menores y mayores, trabajos clandestinos y forzados en condiciones misérrimas. Y ¿qué decir del problema de los drogadictos y de los alcohólicos, ludópatas, y de las tragedias de sus familias? Muchos de nosotros hemos visto realidades e imágenes impactantes.

Esta obra de misericordia nos llama a seguir la gran tradición judía y cristiana de redimir al cautivo y comprometernos con la liberación.

El pueblo de Israel experimentó varias veces la esclavitud, la deportación a manos de poderes opresores en Egipto, Babilonia, Roma, etc. En el siglo pasado vivió en la carne de sus hijos la deportación, el exterminio, el holocausto. Jesucristo mismo y sus discípulos se vieron injustamente juzgados, deportados, maltratados y torturados hasta la muerte. Millones de mártires lo manifiestan. De vez en cuando nos viene bien hacer una auténtica, no sectaria ni parcial, “memoria histórica”, no para llenarnos de odio y afán de revancha, sino para aprender de la misma, no tropezar en la misma piedra y construir un futuro y una sociedad más fraterna y respetuosa con los derechos y deberes humanos.

Detrás de todas estas realidades que nos hacen sentir vergüenza está el mal, la soberbia, el egoísmo y el pecado más atroz contra Dios y los hombres. Un pecado muy grave porque es como el Caín contra Abel: somos hijos de Dios y hermanos. Dios está en contra de todas las lacras que hemos señalado. Es el Dios que liberó a Israel de Egipto por medio de Moisés, al pueblo cautivo en Babilonia por la mano de Ciro. Es el Dios que en Jesús es el Redentor que viene a anunciar la Buena Nueva a los pobres, la libertad a los cautivos y encarcelados (cfr. Lc 4, 18), a proclamar el año de gracia del Señor. Toda su vida y su muerte fue un acto de redención, de rescatar al hombre, no con oro o plata, sino con su palabra y entrega por amor hasta derramar la sangre.

¿Qué podemos hacer? Alguno puede pensar: eso pregúntalo a los que están al frente de instituciones o militan en movimiento como Amnistía Internacional, etc. Yo considero que todos podemos y debemos hacer algo. En primer lugar, no pensar que los otros son los malos y nosotros los buenos. Todos somos solidarios también del pecado. Somos responsables por mirar, a veces, para otro lado, por pensar que no me toca a mí ni a los míos. Alguno dice: “Ya están los Mercedarios y los Trinitarios, que nacieron para eso”. Y es verdad que están ahí como otros muchos que hacen su labor en las cárceles, en el campo de la educación -gran instrumento y medio de liberación-, pero eso no debe tranquilizarnos. En segundo lugar, podemos visitar a los presos conocidos o desconocidos, integrarnos en la pastoral penitenciaria, en instituciones que luchan contra la droga, el alcohol y el juego que despersonalizan, esclavizan y matan, orar por los que se ven en esas situaciones, comentar con otros esas injusticias que claman al cielo, denunciar, exigir, etc.

Es posible cambiar estas situaciones. No sin irreversibles si todos podemos manos a la obra. Somos todos hermanos y con los cautivos y presos se identificó el Señor: «Estuve en la cárcel y vinisteis a verme» (Mt 25, 30).

+ Manuel Herrero Fernández, OSA

Obispo de Palencia.