“No amemos de palabra sino con obras”. Jornada Mundial de los Pobres

Algún lector pensará o dirá: “¿Otra Jornada más?”. Pues sí. El calendario está repleto de jornadas que tienen un sobrenombre: día de los árboles, día de las flores, día de los niños, día la diabetes, de la usabilidad, del urbanismo, día internacional para poner fin a la impunidad de los crímenes contra periodistas, etc. Cada del día del año es “día de algo”.

En la Iglesia, además de las fiestas del Señor y de los amigos del Señor, los santos, también celebramos diversas Jornadas que buscan destacar causas que merecen la atención pastoral de todos: Jornada de Oración por la Paz, Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, Día del Seminario, Día de la Caridad, Día del DOMUND, Pascua de los enfermos, Día de los Sin Techo, Jornada Mundial de la Juventud... Y, por primera vez, en el día de hoy, celebramos la “Jornada Mundial de los Pobres”.

Cuando finalizaba el Jubileo de la Misericordia, el Papa Francisco, al firmar la carta Misericordia et Misera, añadía: «A la luz del Jubileo de las personalmente excluidas, mientras en todas las catedrales y santuarios del mundo se cerraban las Puertas de la Misericordia, intuí que, como otro signo concreto de este Año Santo extraordinario, se debe celebrar en toda la iglesia, en el XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario, la JORNADA MUNDIAL DE LOS POBRES. Será una Jornada que ayudará a las comunidades y a cada bautizado a reflexionar acerca de la manera que la pobreza está en el corazón del Evangelio y sobre el hecho de que, mientras Lázaro está echado a la puerta de nuestra casa (cf. Lc 16, 19-21), no podrá haber justicia ni paz social. Esta Jornada constituirá también una genuina forma de nueva evangelización (cf. Mt 11, 5), con la que renovará el rostro de la Iglesia en su acción perenne de conversión pastoral para ser testimonio de la misericordia» (n. 21).

Y me parece muy bien la institución y celebración de esta Jornada. Todos debemos caer en la cuenta de la realidad de los pobres y tenemos necesidad de dar visibilidad a los más necesitados. Si miramos la prensa, si vemos las televisiones, ¿Quiénes aparecen? Los políticos se llevan la palma, los equipos y jugadores de futbol y de otros deportes, los y las cantantes, los y las artistas, los participantes en Gran Hermano, los afectados por la corrupción, etc. Pocas veces los científicos, los hombres y mujeres de pensamiento, los médicos, los hombres y las mujeres que cumplen responsablemente con su trabajo, los educadores, etc. ¿Y los pobres? Nunca o casi nunca, a no ser que haya alguna catástrofe, un terremoto, un tsunami, una hambruna, una peste...

Alguno podrá decir: “No los veo”, y “ojos que no ven, corazón que no siente”. Pero sí, los hay. Mírate a ti mismo. Todos los hombres y mujeres somos pobres. Desnudos nacemos, desvalidos, necesitados de calor y alimento, de cariño, de cuidados; nos necesitamos unos y otros. Necesitamos del carpintero, del fontanero, del transportista, del médico, del panadero, del sacerdote, del profesor... Miremos a nuestro alrededor, en nuestra casa y familia, vecindario, en casa, en el vecindario del barrio... Personas mayores, enfermas, solas, personas tristes, sin trabajo, marginadas, emigrantes... Miremos a nuestro mundo. «Conocemos la gran dificultad que surge en el mundo contemporáneo para identificar de forma clara la pobreza. Sin embargo, nos desafía todos los días con sus muchas caras marcadas por el dolor, la marginación, la opresión, la violencia, la tortura, y el encarcelamiento, la guerra, la privación de libertad y de la dignidad, por la ignorancia y el analfabetismo, por la emergencia sanitaria y la falta de trabajo, el tráfico de personas y la esclavitud, el exilio y la miseria, y por la migración forzada. La pobreza tiene el rostro de mujeres, hombres y niños explotados por viles intereses, pisoteados por la lógica perversa del poder y el dinero. Qué lista inacabable y cruel nos resulta cuando consideramos la pobreza como fruto de la injusticia social, la miseria moral, la codicia de unos pocos y la indiferencia generalizada» (Mensaje del Papa Francisco para la I Jornada Mundial de los Pobres, 5).

Podemos pensar en la imagen de dos personas ante una puerta, y ambas extendiendo la mano: una para pedir ayuda y otra porque quiere ofrecerla. Quien tiende la mano para ayudar está invitado a salir para compartir. Son dos manos tendidas que se encuentran donde cada una ofrece algo, dos brazos que expresan solidaridad y que incitan a no permanecer en el umbral, sino a ir a encontrar el otro. El pobre puede entrar en la casa, una vez que en la casa se ha comprendido que la ayuda es el compartir. En este contexto, las palabras que el Papa Francisco escribe en el Mensaje se cargan de un profundo significado: «Benditas las manos que se abren para acoger a los pobres y ayudarlos: son manos que traen esperanza. Benditas las manos que vencen las barreras de la cultura, la religión y la nacionalidad derramando el aceite del consuelo en las llagas de la humanidad. Benditas las manos que se abren sin pedir nada a cambio, sin “peros” ni “condiciones”: son manos que hacen descender sobre los hermanos la bendición de Dios» (Mensaje citado, 5).

Esta jornada nos llama a caer en la cuenta, a abrir los ojos de la cara y del corazón, a darnos cuenta, salir al encuentro, acercarnos, ayudar, cargar y hacernos cargo de ellos. «Estamos llamados atender la mano a los pobres, a encontrarlos, a mirarlos a los ojos, a abrazarlos, para hacerles sentir el calor del amor que rompe el círculo de la soledad. Su mano extendida hacia nosotros m es también una llamada a salir de nuestras certezas y comodidades, y a reconocer el valor que la pobreza tiene en sí misma» (Mensaje citado, 3). Tenemos que sensibilizarnos acerca de las necesidades de muchos hermanos y de las injusticias que a menudo las provocan, pero deberían introducirnos a un verdadero encuentro con los pobres y dar lugar a un compartir que se convierta en un estilo de vida marcado, por el amor, pero no sólo con palabras sino con obras (I Jn 3, 18).

«El amor no admite excusas» nos dice el Papa. Los cristianos no podemos quedarnos en excusas. El que cree en Jesús y quiere vivir como él vivió, ha de hacer suyo el ejemplo de amor, especialmente cuando se trata de amar a los pobres. Y él nos amó primero, y nos amó dando todo, hasta su propia vida. Es más, se identificó con todo hombre, especialmente con el pobre, de tal manera que todo lo que hagamos o dejemos de hacer a un pobre, se lo hacemos o dejamos de hacer a él (Mt 25, 31-46).

+ Manuel Herrero Fernández, OSA

Obispo de Palencia