¿Es Jesucristo Rey? ¿Reina Jesucristo?

Los católicos celebramos hoy la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo. Con esta fiesta se cierra el año en la Iglesia que lleva un ritmo distinto del civil; el civil termina el 31 de diciembre.

Clausuramos el año no con carreras de San Silvestre, ni con campanadas del reloj de la Puerta del Sol de Madrid, ni con cotillones, serpentinas, etc., sino con una fiesta en honor de Jesucristo al que reconocemos y proclamamos como Rey del Universo, el que es Principio y Fin de todas las cosas, guía, vida y amor o amor. La fiesta consiste, sí, en alegría, en cantos, en celebraciones litúrgicas y no litúrgicas que nos deben llevar a un reconocimiento, seguimiento y aclamación en la vida cotidiana.

Jesucristo es Rey del Universo, no como lo es el Rey Felipe VI, que lo es por disposición de la Constitución, reconocida y avalada por el pueblo. Jesucristo lo es por ser Dios con el Padre y el Espíritu Santo.

Lo es igualmente, por ser el Hijo de Dios que se ha encarnado, que ha venido a nuestro encuentro compartiendo naturaleza, alegrías, penas, esperanzas, tristezas, vida, muerte y sepultura; el que nos ama y nos ha librado de nuestros pecados con su sangre y nos ha elevado a la condición de hijos de Dios, hermanos suyos, herederos y coherederos con él. Él tiene todo el poder y merece toda la gloria. Lo es, no al estilo de los poderosos de la tierra: «Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen; ... El Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y dar su vida en rescate por muchos» (Mt 20, 25-27). Si, lo es, aunque algunos se sigan riendo y haciendo mofa de él, fue vencido y derrotado y, con su muerte, fracasó su plan y proyecto; pero en la resurrección, el Padre, con su Espíritu, lo levantó de entre los muertos, le constituyó Señor de cielo y tierra y le hizo fuente de vida eterna e inmortal, de alegría y esperanza.

Esa es nuestra fe, nuestra profunda convicción, la de toda la Iglesia, la de todos los cristianos, la de todos los mártires. Con alegría creemos en él, nuestro Rey y Rey del universo, como afirma nuestro Plan de Pastoral en su lema; pero tenemos que avanzar más y “crear” su reino en estas nuestras tierras palentinas, con nuestras gentes.

La aclamación no puede quedar reducida a frases, cantos jubilosos y solemnes, sino a opciones, actitudes y actos en la vida diaria, ni debemos contentarnos con reconocerlo y proclamarlo nosotros solos. El reino de Cristo es eterno, como él, y debe llegar a todo el universo, es «reino de la verdad y la vida, reino de la santidad y la gracia, reino de la justicia, el amor y la paz» (Prefacio de la fiesta).

Los cristianos y todos los hombres de buena voluntad lo proclamamos rey cuando reina la VERDAD: ¡Hay tanta mentira, tanto fraude, tanta falsedad, tanta desorientación respecto al ser humano, de dónde venimos, a dónde vamos, cuál es el sentido de la vida, del trabajo, del amor, del dolor, de la muerte, tanto relativismo que en el fondo es negación de la verdad...! Por ella a veces hay que sufrir: la verdad padece, pero no perece, decía Santa Teresa.

Su reino es VIDA: frente a la cultura de muerte que se manifiesta de múltiples maneras, por ejemplo, en el no re conocimiento de los derechos de la persona, desde el que ha comenzado hoy en el vientre de una madre hasta los derechos de los que están acabando su vida, pasando por los derechos humano, derechos al trabajo, a la vivienda y a la sanidad digna, a la participación en la marcha de la sociedad, a vivir conforme a sus convicciones religiosas y a su recta conciencia, etc.

Su reino es reino de SANTIDAD. Esta palabra nos asusta, pero debería animarnos; no consiste en hacer cosas raras, ni realizar prodigios que dejen con la boca abierta, sino vivir lo que somos, hijos de Dios y hermanos de los demás hombres; ser buenos, compasivos y misericordiosos, lentos a la ira y ricos en clemencia, como lo es Dios Padre.

Su reino es GRACIA: se nos da gratuitamente cuando nos abrimos a Dios, cuando humildemente pedimos: «Venga a nosotros tu reino», porque sin su ayuda gratuita no acertamos a cambiar nuestras vidas y mundo desde la lógica del don.

Reino de JUSTICIA: la de Dios, que es vivir en alianza, abiertos y fieles a Dios, haciendo libremente su voluntad, que es lo que mejor nos puede suceder; y su voluntad es que creamos y permanezcamos en el seguimiento de Jesús.

Reino de PAZ: de paz profunda, con Dios, con uno mismo, con los otros, sean quienes sean y nos hayan hecho lo que sea, con la creación entera, nuestra casa común; una paz auténtica, no simplemente ausencia de guerra, de reconciliación y perdón.

Reino de AMOR: porque Dios es Amor, amor que se hace entrega, encuentro, diálogo, servicio, dar la vida y dar vida, a todos, especialmente a los más desfavorecidos y descartados del mundo.

¿Aclamamos a Jesucristo como rey así, viviendo así?

+ Manuel Herrero Fernández, OSA

Obispo de Palencia.

 

 

 

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