Santo, santos... ¿qué es la Santidad?

La carta del Papa nos ha dirigido a todos, a tí, a mí y a todos, titulada Gaudete et Exsultate, tiene cinco capítulos.

El primero se titula: El llamado o la llamada a la santidad; el segundo trata sobre dos sutiles enemigos de la santidad; el tercero trata sobre la santidad a la luz del Maestro, centrándose sobre todo en las bienaventuranzas y el amor misericordioso hacia los hambrientos, sedientos, enfermos, encarcelados, desnudos, etc., según Mateo 25; el cuarto puntualiza sobre algunas notas de la santidad en el mundo actual; y, por último, el quinto que nos invita a vivir despiertos, viviendo diariamente el discernimiento y combatiendo contra el mal. Este capítulo finaliza con una referencia a la Virgen María, la que nos enseña el camino de la santidad y nos acompaña.

En el número último, el 177, expresa el Papa lo que espera: «Espero que estas páginas sean útiles para que toda la Iglesia se dedique a promover el deseo de la santidad. Pidamos al Espíritu Santo infunda en nosotros un intenso anhelo de ser santos para la mayor gloria de Dios y alentémonos unos a otros en este intento. Así compartiremos una felicidad que el mundo no puede quitar».

Una nota curiosa y significativa. El Papa habla de muchos santos canonizados, otros de la puerta de al lado, vecinos nuestros, cita a muchos escritores, pero firma la carta, junto al sepulcro de San Pedro, el día de San José. Esta referencia a San José, hombre justo, esposo, educador, sencillo, humilde, prudente, trabajador, fiel, creyente y que sirve al plan de Dios, expresa la devoción del sucesor de Pedro al que es patrono de la Iglesia Universal.

Si, me dirá alguno, todo eso está muy bien, pero ¿qué es ser santo? ¿En qué consiste la santidad? Porque hay que reconocer que las palabras “santo”, “santidad”, suenas raras y anticuadas.

Si consultamos al diccionario de la Real Academia de la Lengua comprobaremos la riqueza de esta palabra. ¿De dónde viene la palabra santo y qué significa?

La palabra santo, viene del latín, de sanctus, que deriva del verbo sancire, que significa consagrar, sancionar, pero no en el sentido de castigar, sino de reconocer por la autoridad y por el pueblo. En hebreo se dice Kadosh y significa separado, de otro orden, opuesto a lo que es común o normal, aludiendo al ser o al comportamiento moral. Significado parecido tiene el término griego ieros. Para entendernos, se llama santo de aquella persona que es distinta por su modo de ser o de comportarse por su modo de conducirse en la vida siguiendo a Jesucristo.

Hay una carta de finales del siglo II, carta a Diogneto, de autor desconocido, muy bella , que responde a alguien, pagano, que había preguntado: «Cuál es ese Dios en el que tanto confían, cuál es el origen de esa religión, qué les lleva a todos ellos a desdeñar al mundo y a despreciar la muerte, sin que admitan , por otra parte, los dioses de los griegos, ni guarden las prácticas de los judíos; cuál es ese amor que se tienen unos a otros y por qué esta nueva raza o modo de vida apreció ahora y no antes». El autor le contesta con esta carta en la que, entre otras cosas, dice: «En cuanto al misterio de la religión propia de los cristianos, no esperes que lo podrás comprender de hombre alguno. Los cristianos no se distinguen de los demás hombres, ni por su tierra, ni por su lengua, ni por sus costumbres. En efecto, en lugar alguno establecen ciudades exclusivas suyas, ni usan lengua alguna extraña, ni viven un género de vida singular. La doctrina que les es propia no ha sido hallada gracias a la inteligencia y especulación de hombres curiosos, ni hacen profesión, como algunos hacen, de seguir una determinada opinión humana, sino que habitando en las ciudades griegas o bárbaras, según a cada uno le cupo en suerte y siguiendo los usos de cada región en lo que se refiere al vestido y a la comida y a las demás cosas de la vida, se muestras viviendo en tenor de vida admirable, y, por confesión de todos, extraordinario. Habitan en sus propias patrias, pero como extranjeros; participan en todo como los ciudadanos, pero lo soportan todo como extranjeros; toda tierra extraña les es patria, y toda patria les es extraña. Se casan como todos y engendran hijos, pero no abandonan a los nacidos. Ponen mesa en común, pero no lecho. Viven en la carne, pero no viven según la carne. Están sobre la tierra, pero su ciudadanía es la del cielo. Se someten a las leyes establecidas, pero con propia vida las superan... Siguen a Jesucristo. Lo envió el Padre, no para ejercer la tiranía, y para infundir terror y espanto, sino con bondad y mansedumbre, como un rey envía a su hijo rey, como hombre lo envió a los hombres, como salvador, para persuadir, no para violentar; para amar, no para juzgar. Ya llegará el día en que lo envié para juzgar» (Carta a Diogneto, cap. III).

+ Manuel Herrero Fernández, OSA

Obispo de Palencia