+ Manuel Herrero Fernández, OSA. Obispo de Palencia
San Manuel, además de destacar como catequista, como enamorado de la Eucaristía y de los sagrarios abandonos, y un gran pastor comprometido con muchas obras de sociales, nacidas de su amor a Cristo Eucaristía y a los “sagrarios abandonados” de carne y hueso, los pobres, destaca por ser un hombre de perdón.
Le tocó en suerte vivir tiempos de especial dificultad social y política. Debemos situarnos en la dictadura de Primo de Rivera 1923-1930 y los años de la II República. Tuvo una experiencia de la irracionalidad de las turbas ideologizadas cuando el once de mayo de 1931 un grupo grande, teledirigido, incendia el palacio episcopal mientras D. Manuel, con sus familiares reza las oraciones de la tarde y varias iglesias. Y experimentará el hostigamiento en el refugio que encontró antes de emprender el camino del destierro en Gibraltar y después en Ronda.
En Palencia, 1935-1940, le tocó los últimos coletazos de la República y los años de la guerra civil, que si bien es verdad que la guerra civil no afectó a la totalidad de la diócesis, pero sí a una parte de ella, sobre todo por el norte, las parroquias de Polaciones, y las del Valle de Bedoya, en Liébana, hoy pertenecientes a la diócesis de Santander , pero si a sus gentes, sobre todo los hombres, que estaban en un bando o en otro de los contendientes. Y llamará a la paz, a orar por la paz y construir la paz. San Manuel en Huelva, en Málaga y en Palencia fue un hombre, un creyente, un sacerdote y obispo de paz y de perdón, aunque algunos no lo hayan querido ver y reconocer basados en la Ley de Memoria Histórica, aunque algunos están desmemoriados parcialmente. Pero eso no debe importarnos. Quiera Dios que su memoria y las actitudes que él vivió estén en nosotros siempre.
Toda aquella situación afectó, como no podía ser de otro modo, a su corazón de pastor. Y ¿cómo reaccionó? Primero dándose cuenta de la situación de secularización: «¡Pueblos verdaderamente secularizados!¡Pobrecillos! ¡Me da una compasión verlos tan cariñosos, tan afables, tan buenos de sentimientos y tan lejos de Dios y de su santa ley!» (Un sueño pastoral, O. Completas, II, pág. 204). En otra obra dirá respecto a la revolución del 31: «¿Qué tendrá que ver la revolución con el vinagre? Propongo a los químicos sociales el estudio o el análisis de las relaciones entre los dos elementos. Yo lo que sé, y ustedes lo saben también, es que cuanto toca, mira o sopla esa desgreñada y harapienta dama que se llama revolución, queda al punto avinagrado. ¡Vaya si se ponen avinagrados los corazones, las cabezas, las familias, los talleres, las fábricas, las agrupaciones de hombres o de mujeres en la hinca el diente o la mirada da las greñas sueltas!» (La gracia en la educación o arte de educar con gracia. Obras Completas, II, pag.88-89). Le preocupaba especialmente el reflejo del avinagramiento revolucionario en la cara de los niños. San Manuel se lamenta del odio sin razón que padecen los sacerdotes.
¡Cómo reacciona? De diversas maneras, pero todas inspiradas por Jesús Eucaristía, en el amor que perdona. Una de ella es el silencio, la repuesta callada: «Amor callado, silencio solemne del Sagrario cristiano ¡cuánto haces y enseñas!» (Artes para ser apóstol, O. Completas, vol. III, pag.543). A veces, es el más elocuente de los discursos. Después, como Jesús, decir palabras buenas al enemigo; no niega la palabra, solamente ante el sacrílego y adúltero Herodes y su prostituida corte. Pero sin turbarse, con una paciencia sin fin. «Nunca trató de defenderse ... de ataques personales contra Él, sino para defender las dos cosas por las que mostró empeño siempre en defender: su Padre y los niños e los indefensos» (Así ama él, O. Completas, I, pág. 348). Y sin denuestos ni acusaciones: ¡Está tan pronta en los labios del ofendido la palabra agria, zahiriente, mordaz, despectiva para el ofensor! (Idem. pág. 349). Incluso excusando, pero siempre veraz y justo; Es más, Jesús les hace cosas buenas. «El precepto del amor al enemigo no se limita a exigir buenas palabras para él; pide obras» (Idem, pág. 352). Aunque se sienta el impulso de vengarse o de castigar ante los desmanes y las burlas ominosas, propone imitar siempre Jesús en la Eucaristía, que no castiga, sino que ama a sus enemigos, más propenso a esperar que a castigar. Es más, Jesús, les da cosas buenas. Es generoso, como el buen samaritano.
Así sentía y actuaba san Manuel.