+ Manuel Herrero Fernández, OSA. Obispo de Palencia
Dice san Agustín, en un sermón el día de san Lorenzo: «Los santos mártires lo siguieron (a Cristo) hasta el derramamiento de su sangre, hasta imitarle en su pasión; le siguieron los mártires, pero no ellos solos. El puente no se derrumbó después de pasar ellos, ni se secó la fuente después de beber ellos. ¿Cuál es, si no, la esperanza de los fieles santos que llevan bajo la alianza conyugal, con castidad y concordia, el yugo del matrimonio, o la de quienes doman en la continencia de la viudez los placeres de la carne, o la de quienes poniendo más alta la cima de la santidad y floreciendo en la nueva virginidad, siguieron al Cordero adonquiera que fuera?... Aquel huerto, hermanos, tiene -y lo repito una y tres veces- no sola las rosas de los mártires, sino también los lirios de las vírgenes, la hiedra del matrimonio y las violetas de las viudas. En ningún modo, amadísimos, tienen que perder la esperanza de su vocación ninguna clase de hombres: Cristo padeció por todos. Con toda verdad está escrito de él: Quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (Sermón, 304,2).
Una de estas personas es el beato Mariano de la Mata Aparicio. Nacido en Barrio de la Puebla el 31 de diciembre de 1905 en el seno de una familia de hondas raíces cristianas. Ingresó en Valladolid, en el Convento de los Agustinos, en 1921, profesando por primera vez en la Orden de San Agustín en 1922 ante Anselmo Polanco, después obispo de Teruel y mártir beatificado. En 1930 es ordenado sacerdote y destinado a Brasil en 1931. Sus ministerios allí fueron: Vicario parroquial, profesor de ciencias en el Colegio de San Agustín de San Pablo, superior de la Viceprovincia del Brasil, director espiritual de las llamadas Oficinas de Santa Rita. Siempre al servicio de la iglesia, especialmente de los niños y jóvenes y de los más pobres. Era una persona austera, alegre, sencilla, un poco ingenua aparentemente y atenta, desde la caridad, con todos los que convivían con él y con humor; esto lo pude comprobar yo mismo cuando coincidimos en el Colegio San Agustín de Palencia y me tocó cenar en la misma mesa.
Una nota peculiar del P. Mariano es que valoraba la vida en todas sus manifestaciones; como detalle recojo que trataba bien a las plantas y a los animales, pero sobre todo a los niños y sus alumnos. Gozaba estando cerca de los niños. Si iglesia fue centro de atención de los pobres y mendigos: les ofrecía ropa, mantas, alimento y dinero, y sobre todo cariño, amor. Es más: en este empeño de servir supo comprometer a otras personas y las encontró en las llamadas Oficinas de Sana Rita, obra apostólica de mujeres que confeccionaban ropa para los pobres, que cultivan la fraternidad y se sensibilizaban frente a las pobrezas y sus causas.
Otro detalle de su vida fue su preocupación por los enfermos; los visitaba tanto en los hospitales como en sus domicilios. Los escucha, habla y demuestra una seguridad de quien cree, ama y espera. Sus palabras eran continuación de su permanente trato con Dios.
Como sacerdote y agustino siempre amó a la Iglesia y su comunidad; era un hombre de oración y desde ella celebraba los sacramentos, especialmente la Eucaristía. También se preocupó mucho por las vocaciones sacerdotales y religiosas. A primeros de 1983 enfermó con un cáncer de páncreas y supo llevar la enfermedad con paciencia, serenidad de ánimo y unido a Cristo, falleciendo el 5 de abril de 1983, a los 77 años, siendo enterrado en San Pablo, Brasil. Fue beatificado el 5 de noviembre de 2016 en la Catedral de San Pablo.
¿Qué lecciones nos da, a mi entender? Que todos podemos y debemos ser santos cumpliendo nuestra misión de manera sencilla, humilde, fiel y entregada. Pero todo esto debemos ir enseñándolo y viviéndolo en la familia. La familia es la cuna, es la primera escuela, es la iglesia doméstica. Otra lección es la atención a los pobres y necesitados. No podemos separar la fe en Cristo del amor entregado a los más indefensos, y entre ellos los niños, cuántas veces víctimas inocentes de las injusticias, y los jóvenes, hombres y mujeres del futuro. Y todo esto fruto del trato y de la amistad con Jesucristo y de la devoción a la Virgen María.
Oremos con la oración de la liturgia el día de su memoria: «Oh Dios, autor de la paz y fuente de caridad, que concediste al beato Mariano un admirable espíritu de paciencia y entrega pobres y enfermos; humildemente te pedimos que, fortificados por su intercesión, sirvamos con amor a nuestros hermanos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén».