+ Manuel Herrero Fernández, OSA. Obispo de Palencia
Contemplando la multitud de mártires, nuestros hermanos y amigos, como lo hemos hecho el domingo pasado ¿qué sentimos? ¿Qué hacemos nosotros?
Todos nosotros podemos decir con san Agustín: «También nosotros somos el fruto de su trabajo. Admirémoslos, que ellos se compadezcan de nosotros; alegrémonos por ellos, que intercedan por nosotros». (Sermón, 280, 6). Que los admiremos orgullosos, que no los ocultemos con la peor lápida que es el olvido y silencio; que lo hagamos con gratitud y alegría y los invoquemos frecuentemente.
Considero que nos retan. Decía Tertuliano, en el año 197: «La sangre de los mártires, es semilla de cristianos». ¿Su memoria es para nosotros semilla de nuevos cristianos? Y no me refiero sólo a nuevos numéricamente, porque nuestra diócesis cada vez está más despoblada y envejecida, pero el mundo no se acaba en nuestra pequeña y entrañable Palencia, sino a la calidad. ¿Su memoria nos impulsa a ser nosotros mejores cristianos, cristianos nuevos, renovados, con ilusión, sin medio, abiertos al Señor, a su Palabra, a la tarea evangelizadora, tomándonos en serio el Evangelio como lo hicieron ellos, coherentes, auténticos, a ser discípulos misioneros, y, si Dios nos llama, anunciarlo en tierras y culturas lejanas?
Como decía san Ambrosio tenemos que ser hoy “mártires en secreto”. Habían terminado las persecuciones de los emperadores romanos, pero el gran obispo de Milán, invita a sus fieles a ser mártires en silencio. Hoy también no estamos perseguidos en España y Palencia como lo son otros cristianos en Oriente Medio, en Sudán, en Nigeria, en Centroáfrica, etc.; es verdad; pero hay persecuciones larvadas, calladas, casi imperceptibles, que nos vienen de una cultura que se olvida de Dios y hace de la ciencia y la técnica un dios, capaz de salvar al hombre y de hacerlo un pequeño dios, autosuficiente. El Dios verdadero y único es el salvador, que eleva al hombre, no es competidor ni rival del hombre y su felicidad. ¿Cómo lo va a ser si es nuestro Padre, nuestro hermano, nuestra vida, alegría y esperanza?
Alguno dirá: ¿Cómo hacerlo si nosotros somos pequeños, débiles? «No es un modo despreciable de imitarlos el congratularse con las virtudes de los santos. Ellos son grandes, nosotros pequeños, pero el Señor bendijo a los pequeños junto con los grandes. Nos precedieron y descollaron. Si somos incapaces de seguirlos con las obras, sigámoslos con el afecto. Si no en la gloria, sí en la alegría; si no en los méritos, sí en los deseos; si no en la pasión, si en la compasión; si no podemos sobresalir, al menos asociémonos a ellos» (San Agustín, sermón 280,6).
Seguir las huellas de los mártires y ser nosotros mártires en secreto, pide que sigamos al Señor que es el gran mártir, el gran testigo, callada y humildemente, con fidelidad; dejemos que Cristo venza en nosotros, pues mora en nosotros, nos acompaña en el camino. Para eso cultivemos y busquemos el encuentro con el Señor en la oración, en la lectura orante de la realidad a la luz de su Palabra y su vida, en la vida y celebraciones de la comunidad, Y todo desde la humildad, la sencillez y la confianza en Dios y en los hombres. Que Cristo venza en nosotros la tentación del egoísmo, de cerrarnos en nosotros mismos, de juzgar y condenar a los demás, sirviendo y haciendo el bien. Que nos ayudemos y estimulemos unos a los otros a permanecer fieles y firmes.
Ser mártires en secreto es ser testigos de Cristo no tanto con la palabra -si es preciso también- sino con la vida: con ese servicio callado al vecino, al transeúnte, al emigrante, al enfermo, a tantas personas que sufren la gran enfermedad de nuestros tiempos que es la soledad, a las causas nobles de la justicia, la verdad, la paz, la justa igualdad, la fraternidad, la vida en todas sus etapas que incluye un auténtico, digno e integral desarrollo humano , la recta ecología, a toda persona, porque todos somos esencialmente pobres y necesitados, pero particularmente a los más olvidados y descartados, a los jóvenes, y así construir la civilización del amor (Pablo VI). Y todo desde la comunión con Jesús y la Iglesia, como lo hicieron nuestros mártires.
Oremos al Seños como lo hace la Iglesia en la liturgia: «Dios todopoderoso y eterno, que concediste a los mártires palentinos del Siglo XX la gracia de morir por Cristo; ayúdanos en nuestra debilidad para que, así como ellos no dudaron en morir por ti, así también nosotros nos mantengamos fuertes en la confesión de tu nombre; que su oración nos valga, Señor, en tu presencia, y nos de fortaleza necesaria para confesar con firmeza tu verdad. Concédenos permanecer contigo, vivir en ti, caminar hacia ti y ser conducidos por tu mano. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén».