El ser humano es un misterio

El ser humano es un misterio

+ Mons. Manuel Herrero Fernández, OSA. Obispo de Palencia.

No hablo del hombre, del varón, sino también de la mujer, por eso hablo del ser humano, de cada persona. Cuando hablo de misterio me refiero a la primera definición que nos da el Diccionario de la Lengua Española: “Cosa arcana o muy recóndita, que no se puede comprender o explicar”. El origen de la palabra está en Grecia y, en singular, se refiere a una realidad tan grande que nos supera y de la cual casi no podemos hablar, sino callar, guardar silencio. En plural se refiere a una especie de fiestas o celebraciones mediante las cuales se alcanzaba cierta salvación o deificación o redención. También en el lenguaje cristiano se usa esta expresión por ejemplo para referirnos a la Santa Trinidad, el misterio de la Trinidad, o a los sacramentos, por ejemplo, en la Eucaristía, que es el misterio de nuestra fe.

La afirmación de que el ser humano es un misterio no es una afirmación gratuita. Cada uno puede mirarse a sí mismo, a los otros, al mundo y la historia y comprobarlo. Por fijarnos en algunas realidades, consideremos primero nuestra naturaleza; es desconcertante, suspendida entre lo finito y lo infinito, entre el tiempo y la eternidad, fascinante y atormentante, entre lo material y lo espiritual. Desconcertante e inquietante es su capacidad de conocer su principio y fundamento, y lo peculiar que la distingue de cualquier otro ser. Además, no se trata de un hombre en abstracto, desencarnado, sin concreción histórica y existencial. «Ningún hombre -escribe san Agustín- conoce lo del hombre, sino el espíritu humano, que en él está; sin embargo, hay algo del hombre que no conoce ni el mismo espíritu humano que en él está». El ser humano no sabe de dónde viene, cual es el misterio que le acuna, le sostiene y acompaña, el fin al que se dirige, la meta a la que aspira. El hombre es para sí mismo un misterio insondable, un enigma impenetrable; su naturaleza sólo Dios la conoce, pues es el Creador del hombre y de todo. La condición humana es por sí misma causa de un pasmo inagotable, motivo de eterno estupor. El hombre es un abismo para sí mismo (Cfr. V. Capánaga). Y es así. ¿Quién puede explicar hasta el fondo el origen no sólo del mundo, sino del mismo ser humano? ¿Las filosofías? Estas suelen dar ciertas aproximaciones, pero, si el filósofo es humilde, confesará que su pensar y su palabra es un cierto balbuceo sobre una realidad que nos supera. ¿Las ciencias y los científicos? Los científicos confesarán que la realidad del cosmos y del ser humano y su vida nos supera. ¿Quién puede explicar totalmente y satisfactoriamente, aunque sea aludiendo a la Inteligencia Artificial, las explicaciones químicas, el origen del mundo, los agujeros negros, la maravilla de la vida humana y su origen, su psicología, etc.? ¿Y quién puede explicar los profundos anhelos del ser humano que deseando vivir, vivir siempre, vivir feliz, experimenta el enigma de la muerte, del dolor y el sufrimiento, la infelicidad, el desamor, el más allá?

Muchos se inclinan por al agnosticismo, o por un antiteismo agresivo. Que suelen llevar al nihilismo.

Los creyentes vemos la respuesta a todas esas cuestiones, aunque siempre el misterio nos excede y supera, a Dios, la realidad suprema que sostiene toda realidad, pues «en Él nos movemos, existimos y somos; Él da la vida, el aliento y todas las cosas» (Hech 17, 22-31). Es necesario que el hombre se pregunte a sí mismo quién soy yo, de dónde vengo, dónde voy, por qué esta inquietud, tristeza le llama algún poeta, que tiene el ser humano. Quizás para esto necesitamos más silencio, más reflexión, menos televisión y series, y pensar, entrar dentro de un mismo, y abrirnos al Misterio último que nos crea, sostiene en acompaña, a Dios. En ocasiones somos turistas que vamos y venimos por diversos lugares y paisajes, y nos desconocemos a nosotros mismos: «Los hombres salen a hacer turismo para admirar las crestas de los montes, el oleaje proceloso de los mares, el fácil y copioso cauce los ríos, las revoluciones y los giros de los astros. Y sin embargo, se pasan de largo a sí mismos. No hacen turismo interior» (San Agustín). A veces nos entretenemos con cosas secundarias y nos olvidamos de lo esencial. «La mayoría de las veces el hombre se desconoce a sí mismo. Víctima del descuido o de la improvisación o presume de sus carencias o desespera de sus posibilidades. Sólo cuando la tentación viene a probarle, como un cuestionamiento de urgencia, logra el hombre conocer la verdad sobre sí mismo» (San Agustín). Quizás deberíamos ayudarnos unos a otros a buscar y encontrar respuestas no teóricas, sino prácticas. Me choca que muchas veces hablamos de las noticias, de política, de economía, etc., pero no compartimos lo que cada uno siente, vive, experimenta, cree, de sus convicciones profundas.