+ Manuel Herrero Fernández, OSA. Obispo de Palencia
El ser humano, sea hombre o mujer, es imagen y semejanza de Dios. Pero, ¿dónde se refleja la condición de imagen y semejanza? A lo largo de la historia se ha querido ver o situar la condición de imagen en diversos aspectos del ser humano. Por descontado, no en lo físico, porque Dios en su misterio último, revelado por Cristo, es espíritu, es inmaterial. Sólo Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, tiene carne como nosotros, tiene nuestra naturaleza humana; cada uno de nosotros podemos decir que somos imagen de la Imagen de Dios, es decir, de Cristo, porque él también tuvo y tiene cuerpo; no sabemos si era alto o bajo, gordo o flaco, si era bello o feo, aunque en este punto hay dos teorías extremas, basadas en la interpretación del Antiguo Testamento, etc.; era judío, eso sí, y tendría características propias de los judíos, pero no podemos decir más.
Con relación a otras dimensiones del ser humano, podemos recoger de la tradición diversos aspectos que enumero: en el señorío -dominio-, sobre los animales y las cosas, expresando la superioridad sobre los mismos, no el dominio despótico y abusivo; en la fecundidad, es decir, que colabora con Dios en la generación de la vida y de creación; en la comunión de personas, pues no estamos hechos para vivir en soledad, sino en comunidad, para la comunicación; en la inteligencia para pensar y distinguir el bien del mal; en la intersubjetividad, como un tú, capaz de diálogo con Dios; en la libertad, que no es la posibilidad de hacer cada uno lo que le venga en gana, sino la posibilidad de escoger el bien y desechar el mal; en la mente, como capacidad del hombre de pensar, discernir el bien del mal; en el alma espiritual; en su «capacidad de conocer y amar a su Creador» (Concilio Vaticano II, GS, 12) y su capacidad de construir el mundo en colaboración con el Creador (GS, 34) por medio de su trabajo, la ciencia y la técnica. San Ireneo sitúa incluso la condición de imagen en el cuerpo, porque estamos creados a imagen de Cristo: «La imagen de Dios es el Hijo. A imagen de Dios, el hombre. Luego el hombre, imagen del Hijo, será imagen de la imagen de Dios». Lo afirma frente a los gnósticos, que desprecian la materia. El modelo es la carne gloriosa de Cristo.
San Agustín dirá que todas las cosas tienen una cierta semejanza con Dios, porque todo está hecho según el modelo supremo que es Jesucristo; las criaturas son vestigios de Dios, que nos hablan de Dios, aunque solamente el hombre es propiamente la imagen. Y dentro del hombre, el alma. Y dentro del alma, una especie de trinidad: las facultades de la memoria, el entendimiento y amor. Cada una de estas cualidades son distintas, pero a la vez se incluyen recíprocamente. «No solo cada una está contenida en cada una, sino también las tres están contenidas en cada una, pues recuerdo que tengo memoria, entendimiento y voluntad; y entiende que entiendo, quiero y recuerdo; y quiere querer, recordar y entender... no son tres vidas, sino una sola, ni tres espíritus, sino uno solo» (Trin. 15,3.5;10,11,18).
En esta cualidad radica la dignidad del ser humano, sin distinción de razas, religiones, pueblos, economías, ideologías, etc. Todo ser humano, desde el concebido y no nacido hasta el que está a punto de morir, todo hombre y toda mujer, es imagen de Dios y como tal es objeto de derechos y deberes que han de ser tenidos en cuenta por sus semejantes, de respeto total, es sagrado. Atentar contra el ser humano es atentar contra el mismo Dios.
Es verdad que esta imagen ha sido afectada por el pecado y los pecados, ha sido oscurecida, pero en Cristo y con Cristo, dejando actuar al Espíritu Santo, puede ser reconstruida y recuperada (GS, 22). En Cristo puede el ser humano recuperar su dignidad cuando la haya perdido. Conociéndole, amándole y siguiéndole se logra reflejar la gloria de Dios.
En esta condición de ser imagen de Dios también radica el ser persona, el ser alguien, no algo. Por ser persona, el ser humano puede conocerse, poseerse, darse libremente y entrar en comunión con Dios y con otras personas; es llamado por Dios a entrar en su amistad, en su alianza, y poder ofrecerle una respuesta desde la fe y el amor que ningún otro ser puede dar en su lugar (Catecismo de la Iglesia Católica, 357).