+ Mons. Manuel Herrero Fernández, OSA. Obispo de Palencia
Cuando decimos que el ser humano es imagen y semejanza de Dios, ¿qué queremos decir? Cuando hablamos de Dios, ¿qué significado tiene esta palabra para nosotros, para cada uno? Sin duda, todos y cada uno tenemos una imagen, una idea respecto a Dios, quién es, cómo es, cómo actúa, consecuencia de la propia fe y experiencia, en la que han intervenido e influenciado la propia familia, la comunidad cristiana, la enseñanza, la cultura del pueblo, etc. Algunos para negarle, otros para una postura de indiferencia, otros creen en él, pero sin que afecte mucho a sus vidas, otros intentan vivir en su amistad, a su luz y fe.
Jesucristo también tiene una experiencia de Dios. Él es la imagen perfecta del Dios invisible, de Dios uno y Trino, es decir, Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Como judío que era , asume la experiencia de todo el pueblo a lo largo de la Historia que se resume en el autorretrato que Dios hace de sí mismo en el libro del Éxodo 3, 14, la revelación a Moisés en la zarza ardiente que no se consume; allí se le revela Dios como el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob, el Dios de los padres que ve la opresión del pueblo y ha decidido liberarlo y llevarlo a una tierra fértil,. Allí revela su nombre: YAHVÉ, que significa, yo soy el que soy o yo soy el que seré. No el que es un misterio, ni el que tiene por esencia la existencia, como se ha interpretado por la filosofía escolástica, sino más bien, yo soy el que me mostraré cuando a hable y actúe en vuestro favor, el que salva. En Ex 34, 5, ss, en el que el mismo Señor revela su nombre, su identidad y misterio: «Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad». Esta será la experiencia del pueblo a lo largo de su historia, la que Dios le ha dado a conocer actuando y hablando por Moisés y los profetas. Así le invocó el pueblo en el templo y en las sinagogas, y así aparece en los salmos, por ejemplo, el 100 y el 103. Un Dios que existe y es único, que es el Señor. Jesús deja entrever que él mismo es el Señor. Que Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo, y esto no es negar la unidad, sino que es inmenso, e inmutable, incomprensible y todopoderoso e inefable; que Dios es familia, no soledad sino amor y compañía.
San Juan resumirá, una síntesis única, quién es Dios: «Dios es amor» (I Jn 4, 8 y 16). No que el amor sea Dios, sino que Dios es amor, es ágape, es amor gratuito que se comunica y ha desbordado hasta nosotros que somos hechura de su amor y llamados a participar del mismo.
Desde aquí invito a releer la hermosa encíclica del papa Benedito XVI, del 25 de diciembre de 2015, titulada “Deus Cáritas est” - Dios es amor, donde también nos presenta que Dios es también, con términos griegos, eros, -amor posesivo-, filía -amor de amistad- y ágape- amor totalmente gratuito o caridad-.
Jesús, con sus palabras y obras, nos revelará que Dios ante todo es Amor paternal con entrañas maternales; le llamará Abbá, Papá, porque se sabe Hijo amado, el predilecto, Señor del cielo y de la tierra, Padre Santo, es decir distinto a todo lo que conocemos o podemos imaginar, Luz, Verdad, Vida, Amor, que nos supera, que está en los cielos, que cura, sana, perdona, busca al hombre, que le resucita, en quien se puede confiar, que habla, que eleva a los hombres a la condición de hijos y herederos, que es Espíritu, Señor y dador de Vida, más fuerte que la muerte y el mal.
San Pedro y Pablo, en sus cartas, le invocarán y con ellos toda la Iglesia, como el Padre de Nuestro Señor Jesucristo, y nuestro Padre, Padre de Misericordia y Dios de todo consuelo, el Padre de la Gloria. El autor del Apocalipsis llamará «el Padre, el que es el Alfa y la Omega, el todopoderoso; el Hijo, que es Jesucristo, el Viviente, que estuvo muerto y vive por los siglos de los siglos, y tiene las llaves de la muerte y del abismo, el testigo fiel, el primogénito de entre los muertos, el príncipe de los reyes de la tierra, el que nos ama y nos ha liberado de nuestros pecados por su sangre, y el Espíritu, que habla y sostiene a las Iglesias» (Apoc 1, 4-20).
Todos los cristianos, por encima de otros nombres, le invocamos con alegría y osadía, siguiendo la divina enseñanza de Jesucristo, como «Padre Nuestro que estás en los cielos...». Es la preciosa oración del Padre Nuestro que recitaron nuestros padres y padrinos, junto con toda la comunidad, el día de nuestro bautismo y que la Iglesia eleva todos los días en la Eucaristía y en la Liturgia de las Horas, al levantarse y al ponerse el sol.
Personalmente mi experiencia de Dios me lleva a confesarlo como el Padre de la Misericordia y Dios de Consuelo, a ver a su Hijo como Hermano, Amigo y Pastor, y al Espíritu como Señor y Dador de vida.
Y la tuya, lector, ¿cuál es? ¿Tienes alguna experiencia de Dios? ¿Cuál te gustaría gozar y reflejar, aunque sea torpemente? Porque tú eres imagen de Dios.