La conciencia

La conciencia

+ Mons. Manuel Herrero Fernández, OSA. Obispo de Palencia

Otra fuente para ser libres, es decir, para poder descubrir lo que es bueno y optar por ello además de las leyes justas, es la conciencia. Pero, ¿hay conciencia hoy? Es verdad que hay personas que no respetan los valores morales y se saltan a la torera el sistema legal admitido socialmente. Pero hay que afirmar que la conciencia existe y sobrevive en cada uno de nosotros. Podemos comprobarlo muchas veces en nuestra vida, aunque queramos o quieran anestesiarnos y hacernos tragar carros y carretones. La conquista de la conciencia, dice C. G. Jung, es el «fruto más precioso del árbol de la vida, el arma mágica que confirió al hombre su victoria sobre la tierra y le permitirá por lo menos una victoria todavía mayor sobre sí mismo» (citado por J. R. Flecha: La vida en Cristo. Fundamentos de la Moral Cristiana. Ed. Sígueme. Salamanca, 2000, 257-258).

¿Qué es la conciencia? Hay muchas aproximaciones a lo largo de la historia sobre qué es la conciencia. La idea más común es una especia de ley interior que percibe toda persona y que nos revela el sentido de los valores morales por lo que ha de guiarse nuestra conducta. El Catecismo de la Iglesia Católica dice: «En lo más profundo de su conciencia el hombre descubre una ley que él no se da a sí mismo, sino a la que ha de obedecer y cuya voz resuena, cuando es necesario, en los oídos de su corazón, llamándole siempre a amar y hacer el bien y evitar el mal... El hombre tiene una ley inscrita por Dios en su corazón... La conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que está solo con Dios, cuya voz resuena en lo más íntimo de ella» (CIC 1776). Juan Enrique Newman, que será canonizado el próximo 13 de octubre en Roma, dice: «La conciencia es la ley de nuestro espíritu, pero que va más allá de él, da órdenes, significa responsabilidad y deber, temor y esperanza... La conciencia es la mensajera del que, tanto en el mundo de la naturaleza como en el de la gracia, a través de un velo nos habla, nos instruye y nos gobierna. La conciencia es el primero de todos los vicarios de Cristo» (Cfr. Catecismo Iglesia Católica, 1778).

El mismo catecismo dice: «la conciencia moral es un juicio de la razón por el que la persona humana reconoce la cualidad moral de un acto concreto que piensa hacer, está haciendo o ha hecho. En todo lo que dice o hace, el hombre está obligado a seguir fielmente lo que sabe que es justo y recto. Mediante el dictamen de su conciencia el hombre percibe y reconoce las prescripciones de la ley divina» (CIC. 1778).

Para poder oír la voz de la conciencia es necesario que cada uno prestemos atención, más atención, mucha atención a nosotros mismos para oír la voz de la conciencia y seguirla. Esto supone cultivar la interioridad, pararse de vez en cuando, cultivar el silencio, porque cuántas veces estamos distraídos, disipados, divididos, dispersos; tenemos que buscar espacios donde no suene el móvil, apagar la televisión, y centrarse uno en sí mismo, interrogarse y responderse si lo que vamos a hacer, estamos haciendo o hemos hecho es bueno o no, y no pensando en nosotros mismos sólo, sino en los demás y en la misma naturaleza. No vale el refugiarse en que todos los hacen; indicaría que no tenemos personalidad que somos de los que “allá va Vicente donde va la gente”. Cuando en este verano todos hemos lamentado de los incendios en Canarias o en la Amazonía era la voz de la conciencia colectiva la que gritaba; cuando vemos a muchos refugiados o emigrantes que mueren en el Mediterráneo y son rechazados por algunos países, es la suma de muchas conciencias individuales que forman un coro y gritan diciendo esto no puede ser. La conciencia, al hacer patente la falta cometida recuerda el perdón que ha de pedir, el bien que se debe practicar y la virtud que se debe cultivar sin cesar contando con la ayuda de Dios. La dignidad de la persona pide la rectitud de la conciencia.

Un aspecto que hay que cultivar es la formación de la conciencia porque hay influencias negativas en la sociedad y todos estamos tentados por el pecado a preferir nuestro propio juicio y a rechazar las enseñanzas autorizadas. La formación de la conciencia debe abarcar toda a la vida, desde que el niño se despierta al conocimiento de las cosas, y busca superar la ignorancia. Una educación prudente enseña la virtud, preserva o sana del miedo, del egoísmo y del orgullo, de los insanos sentimientos de culpabilidad y de los movimientos de complacencia, nacidos de la debilidad y de las faltas humanas. La educación de la conciencia garantiza la libertad y engendra la paz del corazón. Puede ser que en ocasiones difíciles no veamos las cosas claras y la decisión sea difícil, pero siempre se debe buscar el bien pidiendo la ayuda de Dios y su Santo Espíritu y el consejo de personas entendidas.

Siempre son aplicables estas reglas:

- Nunca está permitido hacer el mal para obtener un bien.

- La regla de oro: Todo cuando queráis que os hagan los hombres, hacedlo también vosotros (Mt,7,12).

- La caridad debe actuar siempre con respecto hacia el prójimo y hacia su conciencia. (Cfr. CIC 1789).