El ser humano es social

El ser humano es social

+ Mons. Manuel Herrero Fernández, OSA. Obispo de Palencia.

Todos los varones y mujeres, además de ser seres personales, únicos e individuos, somos también seres sociales. El ser humano no se explica ni puede vivir sin vida social. «Esta dimensión no constituye para la persona algo sobreañadido, sino una exigencia de su misma naturaleza. Por el intercambio con otros, la reciprocidad de servicios y el diálogo con sus hermanos, el hombre desarrolla sus capacidades; así responde a su vocación» (Cat. Igl. Católica, 1879).

Por sociedad entendemos “un conjunto de personas ligadas de manera orgánica por un principio de unidad que supera a cada una de ellas. Asamblea a la vez visible y espiritual, una sociedad perdura en el tiempo: recoged el pasado y prepara el porvenir. Mediante ella, cada hombre es constituido heredero, recibe talentos que enriquecen su identidad y a los que debe hacer fructificar... Cada comunidad se define por su fin y obedece, en consecuencia, a reglas específicas, pero «el principio, el sujeto y el fin de todas las instituciones sociales es y debe ser la Persona Humana» (Cat. Igl. Cat. 1883).

Hay diversas sociedades; unas corresponden a la misma naturaleza del hombre, como la familia. Es la sociedad primera y fundamental. Todos hemos sido concebidos por la relación de nuestros padres y sin un padre y una madre no existiríamos, ni viviríamos. También podemos situar aquí las relaciones con los hermanos, los abuelos, los vecinos del pueblo, el barrio o la ciudad, los compañeros de escuela o de colegio. Estamos anudados no sólo por unas relaciones físicas o psicológicas y un cuidado material, sino sobre todo por el amor.

Otras sociedades son fruto de la libertad humana con fines económicos, sociales, culturales, recreativos, deportivos, profesionales, políticos, religiosos, etc., tanto en cada nación como en el mundo. Responden a la tendencia natural que nos impulsa a asociarnos con el fin de alcanzar objetivos que superan las capacidades individuales. “La unión hace la fuerza”, solemos decir.

En toda sociedad, tanto en la familia como en otras sociedades, la persona aporta con sus iniciativas, no podemos ser parásitos, y recibe. Se da un intercambio que es beneficioso para todos y cada uno. Es lo que llamamos solidaridad.

Pero hay que procurar no caer en determinados peligros. Uno de ellos que cada vez vemos que se da más es la intervención demasiado fuerte del Estado pues puede amenazar la libertad y la iniciativa personal y llevarnos al colectivismo. Por eso hay que tener en cuenta un principio que defiende la Iglesia es el principio de subsidiariedad. Según este principio, una estructura social de orden superior no debe interferir en la vida interna de un grupo social de orden inferior, privándole de sus competencias, sino que más bien debe sostenerle en caso de necesidad y ayudarle a coordinar su acción con la de los demás componentes sociales, con miras al bien común. Este principio hay que defenderle frente a una tendencia a todo lo regule el Estado de tal manera que se anule la libertad de las personas, como puede ser en el campo de la educación, por señalar un aspecto, aunque es válido para otros, por ejemplo, la economía, la creación de empresas, etc.

La fe cristiana refuerza esta dimensión; es más, la eleva hasta el mismo Dios. Porque un cristiano es un cristiano nulo. Creemos en Dios Padre, del cual somos hijos; creemos en su Hijo, que se ha hecho nuestro hermano; y en el Espíritu Santo, el amor que ha sido derramado en nuestros corazones y nos constituye en familia, unida por lazos espirituales. La Iglesia es nuestra familia, el Pueblo de Dios; el gran sacramento o signo de los cristianos es la Eucaristía, misterio de comensalidad de Dios con los hombres y de los hombres con Dios y entre sí. De tal manera estamos unidos; hay una comunión entre todos, para el bien y para el mal, temporal y eterna -communio sanctorum et communio peccatorum; y podemos decir con San Agustín al pueblo de Hipona: «¿Qué pretendo, qué anhelo, por qué hablo, por qué me siento aquí, por qué vivo? Hago todo esto con la sola intención de que vivamos unidos en Cristo. Esta es mi ambición, mi honor, mi gozo, toda mi herencia y toda mi gloria: Si no me oís y yo sigo hablando, salvaré mi alma. Pero no quiero salvarme sin vosotros» (Sermón 17,2). San Pablo insistirá que la Iglesia es el Cuerpo de Cristo del que todos somos miembros (I Cor. 12, 12-31).

Es más, entre la Iglesia y los cristianos y la sociedad civil se da una unidad, porque los hombres somos los mismos, y una interdependencia, de tal manera que la Iglesia aporta y recibe de la sociedad y la sociedad recibe y aporta de la Iglesia (GS, 43 y 44). Al hacerlo la Iglesia sólo busca que venga el Reino de Dios y se instaure la salvación de todo el género humano (GS, 45). La referencia es la Santa Trinidad, la comunidad o sociedad divina cuyo misterio último es Amor. El amor es el vínculo social más fuerte.