+ Mons. Manuel Herrero Fernández, OSA. Obispo de Palencia
Se suele decir que Andalucía es tierra de María; otros lo extienden a toda España y creo que nosotros también podemos decir que Palencia es tierra de Santa María. Solamente tenemos que recorrer la geografía para encontrarnos con multitud de ermitas y santuarios donde se honra a la Virgen María en diversidad de advocaciones, todas entrañables y respetables, de la Madre de Dios.
Por recordar algunas, no todas, tenemos la Virgen de la Calle, en Palencia capital; la Virgen de Ronte, en Osorno; la Virgen del Valle, en Saldaña; Nuestra Señora de la Piedad, en Herrera de Pisuerga; la Virgen del Castillo, en Autillo de Campos; la Virgen de Belén, en Carrión de los Condes; la Virgen del Brezo, en Villafría de la Peña y toda la zona del Norte; la Virgen de Carejas, en Paredes de Nava; la Virgen de Llano, en Aguilar y comarca; la Virgen del Carmen en Barruelo de Santullán; la Virgen de Valdesalce, en Torquemada; la Virgen de Alconada, en Ampudia; la Virgen de Garón, en Antigüedad; la Virgen del Castillo en Cervera de Pisuerga; la Virgen de Tovar, en Meneses; la Virgen de Samoño, en Pomar de Valdivia; la Virgen de Rabanillo, en Tabanera; la Virgen del Rebollar en Vega de Bur; la Virgen de Areños, en Velilla del Rio Carrión; la Virgen de la Paz, en Cevico Navero; Nuestra Señora del Rasedo, en Cevico de la Torre; Nuestra Señora de los Ángeles, en Grijota, etc.
No hay tiempo más mariano que el de Adviento y la Navidad; así lo afirma el papa San Pablo VI, en su Exhortación Apostólica Marialis Cultus -el culto a María- (3-5), aunque en España popularmente sea el mes de mayo. El Papa Santo nos invita a vivir con el Liturgia de la iglesia y esperar el inefable amor con que la Virgen María esperó al Hijo y tomarla como modelo a prepararnos vigilantes en la oración y... jubilosos en la alabanza para salir al encuentro del Salvador que viene. En Navidad siempre vemos al Niño Jesús en brazos de su madre, acompañada de San José, como Trono de la Sabiduría y verdadera Madre del Rey que adoran los Magos, la Reina de la Paz. Es verdad que a lo largo del año la Liturgia de la Iglesia celebra otras muchas fiestas y advocaciones. Tantas fiestas y advocaciones nos llaman, creo yo, a invocar a María como Madre nuestra que es, para que interceda por nosotros, y a imitarla en lo que tiene de imitable, que es como oyente de la palabra, orante, madre fecunda y virgen oferente.
Yo subrayaría su fe, su esperanza y su caridad.
La fe, porque es la mujer creyente; la mujer que se fía de la Palabra de Dios, del mensaje del ángel y cree, acepta que Dios entre en su vida, se la descoloque y se abra al proyecto y al plan de Dios que es salvar al hombre. María es la mujer con la que está Dios y la mujer que está siempre con Él, -la llena de gracia, el Señor es contigo (Lc 1, 28)-; y cree firmemente en Belén, en la huida a Egipto (Mt 1, 13-26), al pie de la cruz (Jn 19, 25-29). Es la mujer humilde que reconoce y canta la obra de Dios en ella y en la historia (Lc 1, 46-56).
Es la mujer de la esperanza. De la esperanza en las promesas de Dios y en el Dios de las promesas, en el Dios que cumple su palabra, que no falla nunca ni se echa atrás. Una mujer que colabora con las promesas de Dios aceptando que el Verbo se encarne en sus entrañas durante los nueve meses de embarazo y lo hace con todo su ser, con su cuerpo, con su sangre, con su mente y alma, con su amor, con su trabajo y descanso (Lc 1, 26-38). Es la mujer que espera la resurrección de su Hijo como vencedor del pecado y de la muerte. Es la mujer que confía en la palabra y la acción del Hijo como vemos en Caná de Galilea (Jn 2, 1-12).
María es la mujer del amor. Del amor a Dios, abierta a su voluntad -aquí está la esclava del Señor, hágase en mí, según tu palabra (Lc 1, 38)- del amor a su esposo, el justo José, del amor a todos los hombres por los que Jesús murió en la cruz -Hijo, ahí tienes a tu madre, Mujer ahí tienes a tu hijo (Jn 19, 25-27),- y que tiene sensibilidad e intuición femenina para detectar la necesidad de los novios que celebran su amor en las bodas de Caná, y hacer lo posible para poner el vino mejor en la fiesta y no falte la alegría del Espíritu (Jn 2, 3-5); me imagino a María, no como una señora, esperando que la sirven , sino como una pariente que ayuda a su prima Isabel, ya mayor en edad y embarazada, dispuesta a servir siempre y en todo; es la mujer que vive en comunidad en el Cenáculo, esperando, rogando y dejándose llenar y llevar por el Espíritu Santo (Hch 1, 13-2, 1-11). María está como la mujer creyente que comparte la fe con los demás, no segregando, sino uniendo a todos en la memoria, el seguimiento y en la misión de Jesús; es la madre que arropa en su amor a todos sus hijos, especialmente a los que más sufren.
Que sea así nuestra memoria de Santa María, imitándola como hijos y siguiéndola como la primera discípula, madre, guía, misionera y estrella de la evangelización.
Virgen del Adviento y de la Navidad, ruega por nosotros.